El jihadista que descubrió que estaba combatiendo contra su propio hermano

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Es difícil imaginar qué sintieron los jóvenes cuando de pronto percibieron, en medio de un tiroteo infernal, que estaban en bandos opuestos en uno de los conflictos más sangrientos y caóticos del continente africano.


La BBC habló con Hanat, uno de los hermanos, en un campamento de rehabilitación de excombatientes de Al Shabab en Somalia , el grupo radical islámico responsable de brutales matanzas, no sólo en territorio somalí sino en Kenia .

Al Shabab llegó a controlar 80% de Somalia, pero fue forzado a replegarse de áreas clave por tropas del gobierno y de la Unión Africana. En uno de esos combates se toparon los hermanos."Estábamos combatiendo a las tropas del gobierno en la capital, Mogadishu. El fuego era intenso y el frente de guerra atravesaba la ciudad", dijo Hanat al periodista Andrew Harding de la BBC.

Hanat sintió la necesidad de escuchar a su hermano y lo llamó con el celular. Así descubrió que su hermano de sangre estaba en el mismo combate, en el bando opuesto. "Tuvimos una larga conversación. Él me dijo que yo estaba equivocado, que debía unirme a las tropas del gobierno", relató Hanat a la BBC.

Lo pensé por un buen rato y, en ese preciso momento, decidí abandonar Al Shabab

"Pensé que si comenzaba a disparar podía matar a mi hermano. Y si él abría fuego yo podía morir". Y agregó: "Lo pensé por un buen rato y, en ese preciso momento, decidí abandonar Al Shabab".

Cicatrices en el alma

Hanat se encuentra hoy en un centro que ofrece un refugio y entrenamiento vocacional a excombatientes. Junto a otros jóvenes aprende a hacer ladrillos y a desmontar el motor de un auto.

El gobierno ofreció una amnistía a exlíderes del grupo radical, así como centros de rehabilitación para excombatientes de bajo rango como Hanat. La calma del refugio debe parecer otro planeta para los jóvenes que abandonaron la violencia de Al Shabab.

Fátuma tiene 20 años y también está en el centro de rehabilitación. Con un pañuelo rojo intenta cubrir una cicatriz que serpentea su frente.

Cuando regresaba del colegio, hace tres años, fue secuestrada por combatientes de Al Shabab en una camioneta pick up. Fue golpeada y violada. Y para que dejara de resistir, casi la mataron de hambre.

"Luego de ocho meses me rendí. Me obligaron a casarme con un líder y tuvimos un hijo. Luego me casaron con otro y tuve dos niños más", dijo Fátuma.

Cuando tropas de la Unión Africana tendieron una emboscada a un convoy de Al Shabab en el que iba la joven, los extremistas simplemente lanzaron su cuerpo herido desde una camioneta y huyeron.

"Cuando supieron que estaba viva, mandaron a alguien a matarme. Nadie puede abandonar Al Shabab con vida. Enviaron a un atacante suicida que se inmoló en la explosión. Yo sobreviví, con esta cicatriz".

Miles de combatientes

Si bien Al Shabab se retiró de Mogadishu y otras áreas, aún es un enemigo formidable para el débil gobierno somalí apoyado por la ONU.

Al Shabab surgió como el ala juvenil de la antigua Unión de Cortes Islámicas, un grupo radical que controló Mogadishu hace una década, antes de ser expulsado por tropas etíopes.

Hay numerosos informes de combatientes extranjeros, tanto de países vecinos como de EE.UU. y Europa, que se han unido a la organización. Se estima que el grupo, calificado de terrorista por EE.UU. y el Reino Unido, tiene aún entre 7.000 y 9.000 combatientes.

Uno de los ataques más sangrientos de Al Shabab fue el asalto a la Universidad de Garissa en Kenia este año, que dejó al menos 147 muertos.

En uno de sus ataques más sangrientos, combatientes de Al Shabab asesinaron este año a más de 140 estudiantes en un asalto a la Universidad de Garissa, en Kenia, cerca de la frontera con Somalia.

El grupo radical ha impuesto en las áreas que controla una versión extremista de la sharia o ley islámica, ordenando la amputación de las manos de presuntos ladrones y la lapidación de mujeres acusadas de adulterio.

En Somalia no ha habido un gobierno efectivo a nivel nacional durante más de 20 años. En esta realidad cruel, frágil y convulsionada, crecieron millones de niños. Para jóvenes como Fátuma y Hanat, vivir en un centro de rehabilitación es la primera oportunidad de huir de un pesadilla real y desgarradora.

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