Barrabravas para todos y todas

Ricardo Roa
La confusión llegó a ser perfecta. Hinchas de Boca festejaban al grito de ¡cagones! y los jugadores de Boca se paraban en el campo como para reiniciar el partido. Pero el partido había sido suspendido y los jugadores de River habían escapado hacia el vestuario después de ser agredidos desde la platea por barrabravas chetos, de buen bolsillo y que parecen duros a fuerza de sobreactuación.


Se puede ver en lo que pasó lo que todos vemos: un reflejo de lo que vivimos como sociedad. Pero no habría que desviar responsabilidades concretas.
La primera es de la Policía. El show de Berni fue antológico. Declaró que el operativo a su cargo fue un éxito. Quizás porque se pudieron jugar 45 minutos y no murió nadie. El mayor mérito fue de la gente que se retiró en paz. Después dijo que tenía 1.500 agentes y ninguno donde atacaron a los jugadores de River porque en esa zona no tenían que estar.

Y para terminar de lavarse las manos desarrolló una teoría del cacheo en las canchas, un invento argentino. Dijo que no es igual al control en los aeropuertos y que se le pueden pasar cosas. Al menos se le pasaron cientos de bengalas y un drone, que fue subido para recordarles a los de River que los de Boca no jugaron nunca en la B.

Berni le echó la culpa de todo a Boca, y el presidente de Boca le echó la culpa de todo a “diez inadaptados”. Boca coquetea tanto con los barras que la seguridad propia hizo la vista gorda con los que perforaban la manga. Pero los barras pueden más que los jugadores y hasta son capaces de dejar al club afuera de la Libertadores.

Otro protagonista fue D’Onofrio, el presidente de River. Entró a la cancha gesticulando y gritando que había que irse. Sumó nerviosismo al nerviosismo y casi se agarra a trompadas con Arruabarrena, que también había perdido el control como si creyera que River exageraba y estaba en condiciones de continuar el partido.

¿Y el árbitro? Era su primer Superclásico y lo llevaba bien hasta que el disparate lo superó como a casi todos. Se desligó. Esperó que la Conmebol decidiera. El problema era que el veedor de la Conmebol, el boliviano Roger Bello, no sabía qué tenía que decidir. Deambuló una hora por la cancha con un celular en la mano intentando comunicarse con algún dirigente.

Entre la indecisión eterna de Bello, los jugadores cegados por el líquido tóxico y la evidencia de que fútbol y violencia son lo mismo, otra escena de pesadilla se veía en cámaras. Todos se tapaban la boca para hablar, se cubrían los labios. ¿Qué es ese secretismo, ese jugar a que nadie se entere ante 40 mil personas y millones por tevé que querían y necesitaban saber?

La imagen de las bocas tapadas quedará como una de las fotos de este Superclásico abortado por las barras. Con dirigentes tibios con las barras y jugadores cómplices con las barras. Uno: Orion, que primero mezquinó la solidaridad con los jugadores de River agredidos y después aplaudió a los barrabravas agresores.

Es el triunfo de la cultura del aguante, la cultura fierita: nuestra nueva forma de relacionarnos. No nos avergüenzan nuestros comportamientos violentos, nos transformamos en barrabravas. Fomentada desde el poder, esta cultura nos embrutece y nos iguala a todos los que hacen de su forma de vida el apriete y la violencia.

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