A golpe de impulso, que pase el siguiente

José Sámano, El País
De la Décima al noveno entrenador y tiro porque me toca. Así va el Real Madrid, que gotea dos Copas de Europa en doce años y tritura entrenadores, incluidos los que levantaron la Orejona, se llamen Vicente del Bosque o Carlo Ancelotti. El problema no es la falta de fe en Ancelotti, caballero y entrenador, entrenador y caballero, sino la nula confianza en nadie. En realidad, para Florentino Pérez contratar un técnico solo es un engorroso trámite reglamentario que él se ahorraría si pudiera. No puede, para su desgracia, así que lo mismo tiene turno Queiroz, que López Caro; Pellegrini que Mourinho. Qué más da. Que pase el siguiente, no importa cómo se llame, mucho menos la hoja de servicios. Y no digamos el modelo que represente, porque no hay patrones que valgan. La única matriz es Florentino Pérez, al que respaldan los socios y la chequera. Suficiente.


Sostuvo ayer Florentino Pérez que él no está para tomar decisiones “fáciles”. Visto de otro modo, nada resulta más sencillo que despedir a un técnico tras otro. Lo difícil de verdad es dar con un molde, con un arquetipo, fijar el rumbo.

Sostuvo el presidente que otros clubes, como el Barça, su gran oponente, también han cambiado mucho de entrenador. Cierto. Pero basta repasar la lista durante su mandato para encontrar un relato hilado, con los matices de cada cual: Rexach, Van Gaal, Rijkaard, Guardiola, Vilanova y Luis Enrique tenían un tronco en común, con la escuela holandesa como libreto iniciático.

Afirmó el dirigente que el equipo necesita un “impulso”. Quizá olvidó el que ya dio al club en junio de 2013, cuando en la presentación del italiano calificó a Ancelotti de “verdadero sabio, un ganador inteligente y un excelente ser humano”. Y sentenció: “Uno de los grandes técnicos del mundo, por eso yo también he cumplido mi sueño”. Dos cursos después, con la Décima, la plantilla y buena parte de la hinchada a su favor, el Madrid busca otro sabio. Cuestión de impulsos.

Lo que no sostiene el rector madridista es la causa por la que no acaba por metabolizar para qué sirven los proyectos. Por qué es refractario a los subsidiarios del banquillo, pese a que muchos de sus equipos se estrellaron a menudo con rivales con etiqueta de entrenador: el Barça de Guardiola, el Dortmund de Klopp, el Atlético de Simeone. Una cosa es la máxima exigencia y otra escudarse en hacer picadillo a tantos entrenadores. Siempre pierden los mismos, los contratados para la pizarra y algún futbolista sin gancho presidencial, pero jamás la parte contratante. Bueno, sí, una vez, con una espantada en pleno curso de 2006, por haber malcriado a la galaxia.

Antes y después de aquel paréntesis, hubo zidanes, pavones, gravesens, valdanos, pardezas, un Mourinho único, balones de oro y de hojalata... Lo mismo se ensalzaba llegar a una semifinal que no vale una final ganada y quedarse a un paso de otra. O se gana o la calle, y que gire la ruleta.

Y así hasta hoy. Ahora, que pase el siguiente. Un rato al menos, lo que tarde en coger impulso y perderlo.

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