Las calles de Baltimore buscan cómo superar el caos y la violencia
Silvia Ayuso
Baltimore, El País
Los escaparates destrozados y ennegrecidos por el fuego que siguió a los saqueos de los comercios en el cruce de la Avenida Pennsylvania y la Avenida Norte de Baltimore durante la noche del lunes eran testigos mudos de una escena totalmente diferente apenas unas horas más tarde. Decenas de personas se concentraban el martes en la misma confluencia de uno de los barrios más deprimidos de esta ciudad situada a solo 65 kilómetros de Washington con proclamas de “paz” y para tratar de demostrar que no todos los que salen a la calle lo hacen para causar caos.
Poco antes, muchos de estos ciudadanos, procedentes de todos los puntos de Baltimore, habían participado en las decenas de brigadas de voluntarios que, convocados por las redes sociales y armados con palas, escobas y bolsas de basura, acudieron a ayudar a limpiar el caos provocado por los centenares de violentos que, durante buena parte de la tarde y noche del lunes, se dedicaron a desvalijar e incendiar comercios y vehículos.
La violencia había estallado horas después de que se enterrara, tras un funeral al que acudieron políticos y activistas de derechos civiles de todo el país, a Freddie Gray. Este es el joven negro que el 19 de abril falleció a causa de una grave lesión medular sufrida en algún momento durante su arresto, una semana antes, por policías blancos. Gray se convertía así en el último símbolo de una situación que, al menos desde la muerte del adolescente -también negro, también desarmado- Michael Brown en Ferguson, Misuri, hace casi un año, viene repitiéndose con demasiada frecuencia en Estados Unidos: caso tras caso de brutalidad policial contra las minorías, especialmente la afroamericana, han demostrado que este país no ha logrado aún superar las tensiones raciales, pese a tener como presidente a un hombre negro por primera vez en su historia.
Autoridades y activistas, al igual que la propia familia de Gray, se apresuraron a desvincular el martes los incidentes violentos de las protestas pacíficas que se han sucedido desde la muerte del joven en reclamo de una explicación de los acontecimientos fatales que todavía falta. Pero el resultado sigue siendo el mismo: una ciudad conmocionada por una oleada de violencia no vista en décadas que la ha llevado a quedar prácticamente sitiada por fuerzas de seguridad y bajo toque de queda, en el marco de una también inusual declaración de estado de emergencia.
Miles de agentes de policía, reforzados con miembros de la patrulla estatal y también -por primera vez desde los fuertes disturbios de 1968 tras el asesinato de Martin Luther King- de la Guardia Nacional, se desplegaron el martes en los puntos estratégicos de esta antigua esplendorosa ciudad portuaria ahora abatida por años de crisis y marcada por la desigualdad. Las zonas comerciales, turísticas y de negocios, además de las sedes del gobierno local, estaban fuertemente protegidas por filas de agentes y vehículos blindados, que también se hicieron presentes en las zonas más calientes -y deprimidas- donde la noche del lunes se vivieron los peores disturbios. Escuelas, museos y numerosos comercios permanecían cerrados. El equipo local de béisbol, los Baltimore Orioles, volvió a posponer un partido ya aplazado el lunes.
A partir de la noche, entrará en vigor un toque de queda decretado por la alcaldesa de Baltimore, Stephanie Rawlings-Blake, que durará al menos una semana. El gobernador de Maryland, el republicano Larry Hogan, trasladó temporalmente su oficina a Baltimore para controlar más de cerca una situación que, desde la Casa Blanca, el presidente Barack Obama calificó de “inexcusable”.
Más de 200 detenidos y al menos 20 agentes heridos de diversa consideración por las pedradas y golpes recibidos, así como otra persona en estado “crítico” tras resultar herida en uno de los incendios, es el último recuento de una noche de caos que también se saldó con más de un centenar de vehículos y comercios desvalijados e incendiados. Como la tienda de abastos de Sharanda Palmer en la zona oeste de Baltimore, donde se vivieron algunas de las escenas más violentas.
“No pensé que fuéramos a llegar a este extremo”, decía esta mujer afroamericana, desolada, mientras barría los cristales del escaparate destrozado de su tienda. “Creí que tras las protestas de la semana pasada esto se había acabado, pero esto parece sacado de una película”, contaba luchando por contener las lágrimas y la rabia de saber que muchos de los causantes de los destrozos de su negocio son los mismos que a menudo acudieron a comprar en él.
Al joven concejal de Baltimore Brandon Scott también le podía la rabia con la violencia de la noche. “Están destruyendo el futuro de su propia gente, de sus hijos, porque esto es algo que va a dañar a la ciudad en los próximos años”, lamentó. Y peor aún, advirtió. “Esto no va a ayudar, esto va a hacer daño a los esfuerzos para lograr justicia no solo para la familia de Gray, sino para mejorar toda nuestra ciudad”, sostuvo.
Aeneas Middleton, un joven cineasta afroamericano de San Luis al que las protestas del lunes lo encontraron cámara en mano filmando unas escenas de su próximo proyecto -una película de ciencia ficción- en Baltimore, no condona la violencia vivida. Pero dice comprender de dónde sale.
“Desde 1968, la gente es consciente de que cosas como la muerte de Gray son algo recurrente, y está cansada. En algunas zonas de San Luis, el 99% de la gente que es detenida es negra. Y estamos hartos del racismo, queremos un cambio”, afirmó.
Las más altas autoridades del país, Obama a la cabeza, han dejado claro que la violencia no es la vía para lograrlo. Baltimore debe demostrar ahora si conoce otra forma para manifestar su frustración y conseguir los cambios que reclaman tantos en todo el país. Las próximas horas serán clave.
Baltimore, El País
Los escaparates destrozados y ennegrecidos por el fuego que siguió a los saqueos de los comercios en el cruce de la Avenida Pennsylvania y la Avenida Norte de Baltimore durante la noche del lunes eran testigos mudos de una escena totalmente diferente apenas unas horas más tarde. Decenas de personas se concentraban el martes en la misma confluencia de uno de los barrios más deprimidos de esta ciudad situada a solo 65 kilómetros de Washington con proclamas de “paz” y para tratar de demostrar que no todos los que salen a la calle lo hacen para causar caos.
Poco antes, muchos de estos ciudadanos, procedentes de todos los puntos de Baltimore, habían participado en las decenas de brigadas de voluntarios que, convocados por las redes sociales y armados con palas, escobas y bolsas de basura, acudieron a ayudar a limpiar el caos provocado por los centenares de violentos que, durante buena parte de la tarde y noche del lunes, se dedicaron a desvalijar e incendiar comercios y vehículos.
La violencia había estallado horas después de que se enterrara, tras un funeral al que acudieron políticos y activistas de derechos civiles de todo el país, a Freddie Gray. Este es el joven negro que el 19 de abril falleció a causa de una grave lesión medular sufrida en algún momento durante su arresto, una semana antes, por policías blancos. Gray se convertía así en el último símbolo de una situación que, al menos desde la muerte del adolescente -también negro, también desarmado- Michael Brown en Ferguson, Misuri, hace casi un año, viene repitiéndose con demasiada frecuencia en Estados Unidos: caso tras caso de brutalidad policial contra las minorías, especialmente la afroamericana, han demostrado que este país no ha logrado aún superar las tensiones raciales, pese a tener como presidente a un hombre negro por primera vez en su historia.
Autoridades y activistas, al igual que la propia familia de Gray, se apresuraron a desvincular el martes los incidentes violentos de las protestas pacíficas que se han sucedido desde la muerte del joven en reclamo de una explicación de los acontecimientos fatales que todavía falta. Pero el resultado sigue siendo el mismo: una ciudad conmocionada por una oleada de violencia no vista en décadas que la ha llevado a quedar prácticamente sitiada por fuerzas de seguridad y bajo toque de queda, en el marco de una también inusual declaración de estado de emergencia.
Miles de agentes de policía, reforzados con miembros de la patrulla estatal y también -por primera vez desde los fuertes disturbios de 1968 tras el asesinato de Martin Luther King- de la Guardia Nacional, se desplegaron el martes en los puntos estratégicos de esta antigua esplendorosa ciudad portuaria ahora abatida por años de crisis y marcada por la desigualdad. Las zonas comerciales, turísticas y de negocios, además de las sedes del gobierno local, estaban fuertemente protegidas por filas de agentes y vehículos blindados, que también se hicieron presentes en las zonas más calientes -y deprimidas- donde la noche del lunes se vivieron los peores disturbios. Escuelas, museos y numerosos comercios permanecían cerrados. El equipo local de béisbol, los Baltimore Orioles, volvió a posponer un partido ya aplazado el lunes.
A partir de la noche, entrará en vigor un toque de queda decretado por la alcaldesa de Baltimore, Stephanie Rawlings-Blake, que durará al menos una semana. El gobernador de Maryland, el republicano Larry Hogan, trasladó temporalmente su oficina a Baltimore para controlar más de cerca una situación que, desde la Casa Blanca, el presidente Barack Obama calificó de “inexcusable”.
Más de 200 detenidos y al menos 20 agentes heridos de diversa consideración por las pedradas y golpes recibidos, así como otra persona en estado “crítico” tras resultar herida en uno de los incendios, es el último recuento de una noche de caos que también se saldó con más de un centenar de vehículos y comercios desvalijados e incendiados. Como la tienda de abastos de Sharanda Palmer en la zona oeste de Baltimore, donde se vivieron algunas de las escenas más violentas.
“No pensé que fuéramos a llegar a este extremo”, decía esta mujer afroamericana, desolada, mientras barría los cristales del escaparate destrozado de su tienda. “Creí que tras las protestas de la semana pasada esto se había acabado, pero esto parece sacado de una película”, contaba luchando por contener las lágrimas y la rabia de saber que muchos de los causantes de los destrozos de su negocio son los mismos que a menudo acudieron a comprar en él.
Al joven concejal de Baltimore Brandon Scott también le podía la rabia con la violencia de la noche. “Están destruyendo el futuro de su propia gente, de sus hijos, porque esto es algo que va a dañar a la ciudad en los próximos años”, lamentó. Y peor aún, advirtió. “Esto no va a ayudar, esto va a hacer daño a los esfuerzos para lograr justicia no solo para la familia de Gray, sino para mejorar toda nuestra ciudad”, sostuvo.
Aeneas Middleton, un joven cineasta afroamericano de San Luis al que las protestas del lunes lo encontraron cámara en mano filmando unas escenas de su próximo proyecto -una película de ciencia ficción- en Baltimore, no condona la violencia vivida. Pero dice comprender de dónde sale.
“Desde 1968, la gente es consciente de que cosas como la muerte de Gray son algo recurrente, y está cansada. En algunas zonas de San Luis, el 99% de la gente que es detenida es negra. Y estamos hartos del racismo, queremos un cambio”, afirmó.
Las más altas autoridades del país, Obama a la cabeza, han dejado claro que la violencia no es la vía para lograrlo. Baltimore debe demostrar ahora si conoce otra forma para manifestar su frustración y conseguir los cambios que reclaman tantos en todo el país. Las próximas horas serán clave.