La formación del periodista
Solo en las redacciones, de impreso o digital, dará el joven aspirante el trascendental paso
M. A. Bastenier, El País
Quisiera dejar algo claro desde el principio. No existe la titulación de no ir a la universidad, y, por ello, la primera recomendación tiene que ser la de que se cursen los estudios correspondientes en la facultad, preferentemente de Ciencias de la Información, o cualquiera que sea el nombre que se le haya dado. Y digo, preferentemente, porque si es Ciencias de la Comunicación, aunque sea un contenedor en el que esté aparcado periodismo, la experiencia enseña que las cosas pueden ser distintas, ni mejores ni peores, pero diferentes. Al mismo tiempo, la profesión de periodista es probablemente la única en el mundo occidental que se puede ejercer sin haber cursado estudios de ninguna clase. El médico, el abogado, el ingeniero, el arquitecto no pueden ejercer su profesión, por obligación penal, sin que posean un papel, un diploma que garantice que están capacitados, y por ello autorizados, a desempeñar las tareas que les corresponden. ¿Por qué?
Si comparamos al periodista con cualquiera de los profesionales antes citados, es una rara avis que puede aprender los secretos de su negociado sin pasar por las aulas de universidad alguna. Jamás recomendaré que sea así, pero he trabajado con excelentes periodistas que jamás habían estudiado periodismo. La explicación es muy sencilla: el contenido académico, todo el magma teórico que hemos de conocer para ser abogado, médico, arquitecto, ingeniero, está perfectamente identificado y contenido en una serie de volúmenes que hay que poseer casi físicamente.
La cosa por supuesto que no acaba ahí y para sentirse verdaderamente médico hay que pasar por un periodo de prácticas bajo la supervisión de un grupo de seniors, como ocurre con cualquier otra dedicación profesional. Pero en el campo del periodismo el contenido académico es limitado, discutible, subjetivo y siempre insuficiente, y el trabajo que se desarrolle en una redacción se come literalmente el acervo de conocimientos específicamente periodísticos, adquiridos en la universidad. Pero no solo eso, sino que ocurre que ese aporte académico no se encuentra únicamente en una facultad de periodismo. Está, por el contrario, disperso en una galaxia de estudios que genéricamente llamaremos de Humanidades: Literatura, Filología, Historia, Ciencias Políticas y con el desarrollo del instrumental propio de las publicaciones digitales, cada día es más necesario conocer el manejo de esa amplísima gama de posibilidades que encierra el universo de Internet. Y lo más importante es que con la dedicación y, sobre todo, lectura necesarias, uno puede obtener los conocimientos teóricos que le preparen para convertirse en periodista. Y no lo digo como autodidacta, porque me he pasado media vida en la universidad. Pero ¿qué es, en todo caso, preferible: estudiar primero periodismo y luego reforzar la formación con lo que más nos interese, o al revés? Es cuestión de escuelas de pensamiento. Yo lo hice básicamente al mismo tiempo.
Entre las instituciones de carácter universitario y asimiladas, las que desde el punto de vista tanto académico como práctico están más cerca de facilitar una formación lo más completa posible son aquellas que, por estar adscritas a una publicación, pueden hacer que los alumnos trabajen en condiciones prácticas de realidad; es decir, como si los alumnos fueran a publicar con carácter inmediato. La fórmula más corriente es la de los llamados masters para posgraduados, hayan hecho o no estos periodismo, que tienen que llegar a la institución peinados y lavados de conocimientos generales, sociología, literatura, historia, política, porque a lo único que se dedicarán es a hacer periodismo, que hoy es tanto o más digital que impreso, porque hay que formar periodistas para una marca y no para un soporte en particular. Y esas clases no pueden estar ni siquiera diferenciadas, sino que la docencia debe fusionarse fusionada en una única plataforma válida para digital y papel. Pero, con todo y ello, su formación no habrá hecho sino comenzar.
Solo en las redacciones, de impreso o digital, dará el joven aspirante el trascendental paso que lo convertirá en periodista. Y eso se llama buscar a los seniors, aprender de quienes no actúan como profesores, pero lo son sin saberlo; vivir la agitación del instante; entender que los periodistas se dividen en dos clases: los rápidos —y en tiempos del diario digital de 24 horas al día, aún más— y los que no son todavía periodistas. Y que no se confunda nadie, la rapidez de reflejos y de soluciones no se amortiza con pérdida de calidad. Por debajo de un funcionamiento medio-alto imprescindible, no vale, por supuesto, ninguna celeridad en el trabajo.
El periodista es, por tanto, un ensamblaje de aportaciones muy distintas que no hay universidad que contenga específicamente en su currículum. El profesional del periodismo no es un sociólogo, pero trabajará con materiales que tendrán mucho de sociológicos; no será un novelista, pero contar historias será su mejor logro; no será un historiador, pero su obra servirá en las hemerotecas para que trabajan con ella los historiadores; no será tampoco un político, pero en muchos casos vivirá tan íntimamente ese mundo, que correrá el peligro de creer que es uno de ellos, con lo que estará contaminando su propia esencia que es, todo lo contrario, la de fiscales de la política. El periodista será, por tanto, algo muy peculiar: la suma de todo aquello que no es: sociólogo, novelista; historiador, político. Por eso periodista puede serlo cualquiera, sin diplomas acreditativos, pero no cualquiera, por muchos diplomas que acarree, puede ser un buen periodista.
M. A. Bastenier, El País
Quisiera dejar algo claro desde el principio. No existe la titulación de no ir a la universidad, y, por ello, la primera recomendación tiene que ser la de que se cursen los estudios correspondientes en la facultad, preferentemente de Ciencias de la Información, o cualquiera que sea el nombre que se le haya dado. Y digo, preferentemente, porque si es Ciencias de la Comunicación, aunque sea un contenedor en el que esté aparcado periodismo, la experiencia enseña que las cosas pueden ser distintas, ni mejores ni peores, pero diferentes. Al mismo tiempo, la profesión de periodista es probablemente la única en el mundo occidental que se puede ejercer sin haber cursado estudios de ninguna clase. El médico, el abogado, el ingeniero, el arquitecto no pueden ejercer su profesión, por obligación penal, sin que posean un papel, un diploma que garantice que están capacitados, y por ello autorizados, a desempeñar las tareas que les corresponden. ¿Por qué?
Si comparamos al periodista con cualquiera de los profesionales antes citados, es una rara avis que puede aprender los secretos de su negociado sin pasar por las aulas de universidad alguna. Jamás recomendaré que sea así, pero he trabajado con excelentes periodistas que jamás habían estudiado periodismo. La explicación es muy sencilla: el contenido académico, todo el magma teórico que hemos de conocer para ser abogado, médico, arquitecto, ingeniero, está perfectamente identificado y contenido en una serie de volúmenes que hay que poseer casi físicamente.
La cosa por supuesto que no acaba ahí y para sentirse verdaderamente médico hay que pasar por un periodo de prácticas bajo la supervisión de un grupo de seniors, como ocurre con cualquier otra dedicación profesional. Pero en el campo del periodismo el contenido académico es limitado, discutible, subjetivo y siempre insuficiente, y el trabajo que se desarrolle en una redacción se come literalmente el acervo de conocimientos específicamente periodísticos, adquiridos en la universidad. Pero no solo eso, sino que ocurre que ese aporte académico no se encuentra únicamente en una facultad de periodismo. Está, por el contrario, disperso en una galaxia de estudios que genéricamente llamaremos de Humanidades: Literatura, Filología, Historia, Ciencias Políticas y con el desarrollo del instrumental propio de las publicaciones digitales, cada día es más necesario conocer el manejo de esa amplísima gama de posibilidades que encierra el universo de Internet. Y lo más importante es que con la dedicación y, sobre todo, lectura necesarias, uno puede obtener los conocimientos teóricos que le preparen para convertirse en periodista. Y no lo digo como autodidacta, porque me he pasado media vida en la universidad. Pero ¿qué es, en todo caso, preferible: estudiar primero periodismo y luego reforzar la formación con lo que más nos interese, o al revés? Es cuestión de escuelas de pensamiento. Yo lo hice básicamente al mismo tiempo.
Entre las instituciones de carácter universitario y asimiladas, las que desde el punto de vista tanto académico como práctico están más cerca de facilitar una formación lo más completa posible son aquellas que, por estar adscritas a una publicación, pueden hacer que los alumnos trabajen en condiciones prácticas de realidad; es decir, como si los alumnos fueran a publicar con carácter inmediato. La fórmula más corriente es la de los llamados masters para posgraduados, hayan hecho o no estos periodismo, que tienen que llegar a la institución peinados y lavados de conocimientos generales, sociología, literatura, historia, política, porque a lo único que se dedicarán es a hacer periodismo, que hoy es tanto o más digital que impreso, porque hay que formar periodistas para una marca y no para un soporte en particular. Y esas clases no pueden estar ni siquiera diferenciadas, sino que la docencia debe fusionarse fusionada en una única plataforma válida para digital y papel. Pero, con todo y ello, su formación no habrá hecho sino comenzar.
Solo en las redacciones, de impreso o digital, dará el joven aspirante el trascendental paso que lo convertirá en periodista. Y eso se llama buscar a los seniors, aprender de quienes no actúan como profesores, pero lo son sin saberlo; vivir la agitación del instante; entender que los periodistas se dividen en dos clases: los rápidos —y en tiempos del diario digital de 24 horas al día, aún más— y los que no son todavía periodistas. Y que no se confunda nadie, la rapidez de reflejos y de soluciones no se amortiza con pérdida de calidad. Por debajo de un funcionamiento medio-alto imprescindible, no vale, por supuesto, ninguna celeridad en el trabajo.
El periodista es, por tanto, un ensamblaje de aportaciones muy distintas que no hay universidad que contenga específicamente en su currículum. El profesional del periodismo no es un sociólogo, pero trabajará con materiales que tendrán mucho de sociológicos; no será un novelista, pero contar historias será su mejor logro; no será un historiador, pero su obra servirá en las hemerotecas para que trabajan con ella los historiadores; no será tampoco un político, pero en muchos casos vivirá tan íntimamente ese mundo, que correrá el peligro de creer que es uno de ellos, con lo que estará contaminando su propia esencia que es, todo lo contrario, la de fiscales de la política. El periodista será, por tanto, algo muy peculiar: la suma de todo aquello que no es: sociólogo, novelista; historiador, político. Por eso periodista puede serlo cualquiera, sin diplomas acreditativos, pero no cualquiera, por muchos diplomas que acarree, puede ser un buen periodista.