James mantiene el pulso del Real Madrid
Hay partidos que son rescatados por un gol y hay goles que justifican una entrada. A esa clase pertenece el que consiguió James, el futbolista más consistente del Real Madrid en los últimos partidos y también el más genial. Así lo reconoció el Bernabéu, el juez más estricto, el estadio más severo de cuantos existen, aunque algunos se empeñen en convertirlo en discoteca.
No fue tan fácil, casi nunca lo es. Durante 44 minutos, los primeros, el partido dejó una sensación desconcertante, por inesperada. El Almería no sólo era capaz de sobrevivir al Bernabéu, sino que vivía con cierta comodidad, instalado a las afueras de su área. Sufría muy poco atrás y salía de su campo sin rifar un balón, liberándose con elegancia de la presión del rival. Nada es casualidad. Sergi Barjuán, su técnico, debutó en el Barça con Cruyff de entrenador (1993) y hay hechos que marcan de por vida, gratitudes eternas.
El Madrid, entretanto, acusaba un problema difuso que el público cargó sobre Illarramendi. Más que por sus fallos, la afición se irrita por su falta de reacción ante la adversidad, por su frialdad extrema. A la gente le gustaría que Illarra fingiera de vez en cuando. Y haría mal en tomarlo como una exigencia, porque se trata casi de una súplica, la misma que le hacía Johnny Guitar a la impávida JoanCrawford: “Miénteme, dime que me quieres”.
Todas las dudas las despejó James. Qué decir de su gol. Es el que sueña cada niño cuando se cree futbolista, el que imagina cada adulto cuando patea una bola de papel y el que recomiendan los psicoanalistas para liberarse de un trauma. No existe mayor tentación en la tierra que un balón botando, e incluyo las tentaciones carnales y vegetales.
Ya es hora de proclamar que los zurdos, en fútbol, son tipos superiores. No hay ingenio comparable al de una buena pierna izquierda (eso sí, las malas son atroces). Lo que nos admira de James es que, teniendo una zurda tan prodigiosa, se sacrifique como si corriera con dos piernas diestras de mediana categoría. Cualquier otro jugaría al fútbol desde una hamaca.
El gol de James asfaltó el camino del triunfo. De vuelta del descanso, llegó el segundo. Kroos penetró por la derecha y el balón con el que buscaba a Cristiano lo remató en propia puerta Dos Santos. Hubo público que apuntó el gol al delantero (hubiera sido el 40º en Liga), pero el portugués negó resignado su autoría. Sin intriga que resolver, el partido se ajustó más al guión y la superioridad del Madrid se hizo manifiesta.
La película hubiera terminado con beso de no ser por el empecinamiento de Cristiano en ser perejil de todas las salsas. Primero escuchó abucheos por no combinar con Chicharito en un contragolpe que requería el pase al compañero. Poco después, dejó evidencia de su frustración por un gol que le ‘arrebató’ Arbeloa, tras asistencia de Chicharito. No hay ambición, por infinita que sea, que justifique ese comportamiento tan infantil. No hay gol que lo merezca.
El resto permanece invariable: el Madrid continúa la persecución del Barça con la tenacidad de un sabueso o, mejor aún, con la persistencia de un chicle en un zapato. Sólo falta que el Barcelona, un día, se quede pegado al suelo.