Un general iraní contra el califato
El alto mando de la Guardia Revolucionaria de Teherán Qasem Soleimani organiza la defensa de las líneas iraquíes tras haber ayudado a El Asad a conservar el poder en Siria
Ángeles Espinosa
Dubái, El País
¿Quién es y a qué aspira Qasem Soleimani? Después de años en la oscuridad, este general de la Guardia Revolucionaria (o Pasdarán), calificado de equivalente iraní de Karla, el escurridizo maestro de espías soviético de las novelas de John Le Carré, no solo se deja fotografiar sino que sus imágenes se difunden a través de las redes sociales. Sus visitas al frente le han convertido en un mito para los milicianos chiíes de Irak que luchan contra el Estado Islámico (EI). En su país, donde muchos lo consideran un héroe, acaba de ser elegido hombre del año por la web Akhbar Online.
“Es más bien bajo”, recuerda un embajador europeo que le vio en una ocasión en Bagdad a mediados de la década pasada. “Entonces, no sabía de quién se trataba, ni el peso que tenía; me enteré después”, confía reflejando la falta de proyección pública de ese hombre a quien, sin embargo, se le atribuye haber salvado al régimen de Bachar el Asad y logrado frenar el avance del EI en Irak.
Soleimani, de 58 años y orígenes modestos, es el hombre de Irán para los asuntos internacionales delicados. Desde 1998, dirige un cuerpo de élite de la Guardia Revolucionaria encargado de las misiones en el exterior llamado Fuerza Qods, por el nombre en persa de Jerusalén. En estos casi cuatro lustros, ha ayudado a redibujar las alianzas de Oriente Próximo a favor de su país, tanto a través del apoyo a ejércitos aliados, como de una red de grupos afines, entre los que se incluyen las milicias chiíes que lucharon contra la ocupación estadounidense de Irak.
De ahí que en 2007 Washington incluyera su nombre en una lista de iraníes sancionados por apoyar el terrorismo. No iba a ser la última vez. Cuatro años después, su supuesta responsabilidad en el intento de asesinato del embajador saudí en EE UU le granjeó una nueva mención (y probó que no todas sus operaciones tienen éxito). Durante ese tiempo, la guerra encubierta de Irán contra la presencia norteamericana en Irak, cuya dirección se le atribuye, no le impidió mantener contactos indirectos con el embajador estadounidense, Ryan Crocker, e incluso con el general Petraeus; intercambios que fueron confirmados por algunas revelaciones de los Wikileaks y que dicen mucho del carácter pragmático de este militar a quien incluso sus enemigos consideran un estratega inteligente.
Pero sus actividades no se han limitado a los contactos discretos y el sabotaje. Entre quienes le tienen en mayor estima se destaca su faceta de negociador que habría logrado el alto el fuego entre la milicia de Muqtada el Sadr y el Gobierno iraquí en 2008, y la formación del Gobierno de Nuri al Maliki en 2010, algo que el perjudicado Ayad Alawi sugirió a esta corresponsal más tarde en una entrevista.
Poco más se sabía hasta ahora de Soleimani, salvo en el mundo de los servicios secretos, donde se le comparaba con Karla, según contó el periodista Dexter Filkins en la semblanza que hizo de él para The New Yorker hace un par de años.
La cuestión es por qué este hombre que hasta ahora trabajaba en la sombra ha decidido salir a la luz. Desde que aparecieron en Twitter las primeras fotos de su presencia en el frente de Amerli el pasado agosto, los observadores debaten el asunto. Mientras los portavoces iraníes han minimizado el apoyo a Damasco, donde la presencia de Soleimani está documentada, en Irak dan la impresión de querer dejar claro que Teherán está en la vanguardia de la lucha contra el EI. Eso no explica, sin embargo, el aura de héroe que se está creando en torno al general, de quien se llega a destacar que no lleva chaleco antibalas en el campo de batalla.
A pesar de los recientes éxitos en Siria e Irak, nadie duda de que su poder deriva de su relación con el líder supremo, el ayatolá Ali Jamenei, ante quien responde directamente. Jamenei se ha referido a él como “un mártir viviente de la revolución”, un enorme elogio en una cultura que ensalza el martirio como gesto de máxima entrega.
Parece un buen punto de partida para lanzar una futura carrera política. Aunque el analista iraní Rohollah Faghini defiende que Soleimani “no ha entrado en asuntos políticos ni se ha asociado con ninguna facción”, desde sectores reformistas se le ve como un firme apoyo de la línea dura del régimen. Recuerdan que, durante las protestas estudiantiles de 1999, estuvo entre los oficiales de los Pasdarán que enviaron una carta al entonces presidente Mohamed Jatamí amenazando con intervenir si no ponía fin a la revuelta. No hay signos de que haya cambiado.
Ángeles Espinosa
Dubái, El País
¿Quién es y a qué aspira Qasem Soleimani? Después de años en la oscuridad, este general de la Guardia Revolucionaria (o Pasdarán), calificado de equivalente iraní de Karla, el escurridizo maestro de espías soviético de las novelas de John Le Carré, no solo se deja fotografiar sino que sus imágenes se difunden a través de las redes sociales. Sus visitas al frente le han convertido en un mito para los milicianos chiíes de Irak que luchan contra el Estado Islámico (EI). En su país, donde muchos lo consideran un héroe, acaba de ser elegido hombre del año por la web Akhbar Online.
“Es más bien bajo”, recuerda un embajador europeo que le vio en una ocasión en Bagdad a mediados de la década pasada. “Entonces, no sabía de quién se trataba, ni el peso que tenía; me enteré después”, confía reflejando la falta de proyección pública de ese hombre a quien, sin embargo, se le atribuye haber salvado al régimen de Bachar el Asad y logrado frenar el avance del EI en Irak.
Soleimani, de 58 años y orígenes modestos, es el hombre de Irán para los asuntos internacionales delicados. Desde 1998, dirige un cuerpo de élite de la Guardia Revolucionaria encargado de las misiones en el exterior llamado Fuerza Qods, por el nombre en persa de Jerusalén. En estos casi cuatro lustros, ha ayudado a redibujar las alianzas de Oriente Próximo a favor de su país, tanto a través del apoyo a ejércitos aliados, como de una red de grupos afines, entre los que se incluyen las milicias chiíes que lucharon contra la ocupación estadounidense de Irak.
De ahí que en 2007 Washington incluyera su nombre en una lista de iraníes sancionados por apoyar el terrorismo. No iba a ser la última vez. Cuatro años después, su supuesta responsabilidad en el intento de asesinato del embajador saudí en EE UU le granjeó una nueva mención (y probó que no todas sus operaciones tienen éxito). Durante ese tiempo, la guerra encubierta de Irán contra la presencia norteamericana en Irak, cuya dirección se le atribuye, no le impidió mantener contactos indirectos con el embajador estadounidense, Ryan Crocker, e incluso con el general Petraeus; intercambios que fueron confirmados por algunas revelaciones de los Wikileaks y que dicen mucho del carácter pragmático de este militar a quien incluso sus enemigos consideran un estratega inteligente.
Pero sus actividades no se han limitado a los contactos discretos y el sabotaje. Entre quienes le tienen en mayor estima se destaca su faceta de negociador que habría logrado el alto el fuego entre la milicia de Muqtada el Sadr y el Gobierno iraquí en 2008, y la formación del Gobierno de Nuri al Maliki en 2010, algo que el perjudicado Ayad Alawi sugirió a esta corresponsal más tarde en una entrevista.
Poco más se sabía hasta ahora de Soleimani, salvo en el mundo de los servicios secretos, donde se le comparaba con Karla, según contó el periodista Dexter Filkins en la semblanza que hizo de él para The New Yorker hace un par de años.
La cuestión es por qué este hombre que hasta ahora trabajaba en la sombra ha decidido salir a la luz. Desde que aparecieron en Twitter las primeras fotos de su presencia en el frente de Amerli el pasado agosto, los observadores debaten el asunto. Mientras los portavoces iraníes han minimizado el apoyo a Damasco, donde la presencia de Soleimani está documentada, en Irak dan la impresión de querer dejar claro que Teherán está en la vanguardia de la lucha contra el EI. Eso no explica, sin embargo, el aura de héroe que se está creando en torno al general, de quien se llega a destacar que no lleva chaleco antibalas en el campo de batalla.
A pesar de los recientes éxitos en Siria e Irak, nadie duda de que su poder deriva de su relación con el líder supremo, el ayatolá Ali Jamenei, ante quien responde directamente. Jamenei se ha referido a él como “un mártir viviente de la revolución”, un enorme elogio en una cultura que ensalza el martirio como gesto de máxima entrega.
Parece un buen punto de partida para lanzar una futura carrera política. Aunque el analista iraní Rohollah Faghini defiende que Soleimani “no ha entrado en asuntos políticos ni se ha asociado con ninguna facción”, desde sectores reformistas se le ve como un firme apoyo de la línea dura del régimen. Recuerdan que, durante las protestas estudiantiles de 1999, estuvo entre los oficiales de los Pasdarán que enviaron una carta al entonces presidente Mohamed Jatamí amenazando con intervenir si no ponía fin a la revuelta. No hay signos de que haya cambiado.