Real Madrid-Villarreal (1-1): el Madrid también se atasca

Un gran Villarreal se lleva un punto del Bernabéu. Cristiano marcó de penalti, pero Gerard empató. Inútil arreón final del equipo blanco. El Barça, a dos puntos.


Madrid, As
El fútbol es esto. Dos equipos que se disputan la victoria hasta el último instante, un anfitrión ambicioso y un visitante que no se rinde. Es posible competir contra estrellas rutilantes y en su estadio fabuloso; basta reunir a jugadores de una misma camada que parezcan hermanos o primos, futbolistas estupendos que puedan intercambiar posiciones y las intercambien con frecuencia. Madrid-Villarreal, si lo quieren más corto.


Para un visitante del Bernabéu no basta con jugar bien. Ni siquiera muy bien. Hay que prolongar el prodigio durante 90 minutos, incluyan el añadido. Ahí radica la dificultad, como bien comprendió el Villarreal, como saben tantos que se rinden antes. Si el final fue épico, la presentación fue espléndida. El equipo de Marcelino exhibió todas las virtudes de los grupos bien entrenados: ayudas, dinamismo, coreografía, verticalidad. No es ningún secreto: el mérito de un buen entrenador es unir los puntos, de tal modo que los once se comporten como uno solo y en el césped se dibuje una figura que puede ser de pantera o león, de zorro o liebre, la fauna es rica y diversa.

En su intervalo más brillante, el Villarreal dispuso de una doble ocasión de gol, concentrada en el mismo minuto (11’) y en la misma jugada. El joven Gerard (22) amansó un balón salvaje, se situó frente a Casillas y retrasó la ejecución para colocarse la pelota en la pierna izquierda; ay, los zurdos. Iker repelió el disparo, pero no sofocó el peligro. Antes de que pudiera ordenarse el flequillo, Moi Gómez aprovechó el desconcierto para fusilar al portero, y lo hubiera logrado de no existir Carvajal, que despejó con la cabeza bajo palos.

El Villarreal todavía estiró su dominio unos minutos más. Lanzado por la zurda de Sergio Marcos (el primer robot inteligente fue una pierna izquierda), el equipo de Marcelino propuso un partido que al Madrid le agradó, pese a los sofocos: correr y atacar, viaje de alta velocidad entre área y área. La siguiente reflexión vino sugerida por el progresivo dominio de los locales. Tal vez el Villarreal se parezca demasiado al Madrid, en un tamaño menor, pero con idénticas intenciones.

Isco y Kroos asumieron el protagonismo en el cambio de panorama, uno aplicado en lo corto y el otro en lo largo. La consecuencia fue un acoso sostenido que colocó al Villarreal en el lugar que menos le gusta, en las proximidades de su área.

El gol del Madrid no llegó hasta el inicio de la segunda mitad, y fue de penalti. No es un desdoro, conste. Si en los penaltis hubiera categorías, el de Bailly habría que considerarlo un penalti con doble de nata y helado, sirope de chocolate, dos bananas y cuatro cerezas, algo así como un penalti split. No contento con agarrar a Cristiano, el defensa se regodeó en un abrazo íntimo hasta el hermoso derribo final.

En el 63 entró Vietto y en el 64 empató Gerard. Las casualidades no existen. La irrupción del argentino animó a sus compañeros, como si el bueno del cole hubiera acudido al rescate. La reacción es lógica. Vietto es un futbolista especial sin ningún rasgo que le defina como único: sólo la inteligencia a la hora de jugar al fútbol. A estas horas, y las que siguen, todavía estará lamentando el resbalón que le frustró una ocasión clarísima ante Casillas.

Al Madrid le molestaron el gol y las confianzas. De manera que pisó el acelerador y asomó Cristiano. Pudo marcar de cabeza, pero lo impidió Asenjo con una estirada de póster. Ancelotti hizo cambios, alguno indescifrable, como el de Illarra por Isco, recibido con pitos. Nada alteró el maravilloso caos, ni el constante intercambio de golpes. Jesé falló a puerta vacía, Vietto tropezó con las alas de Casillas, Chicharito pidió penalti…. Cualquier podía vencer y no venció nadie, salvo el fútbol.

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