Las cabinas, a prueba de todo, menos de un piloto fuera de sí

lanacion.com
La escalofriante revelación de la caja negra del Airbus 320 de Germanwings desnudó una grieta letal de seguridad en un protocolo a prueba de terroristas, pero incapaz de prevenir lo inimaginable: el brote destructivo de un piloto.


A partir de los atentados del 11-S en Estados Unidos, la normativa se adaptó para convertir la cabina de mando de un avión comercial en una fortaleza blindada en la que quienes van adentro tienen todo el poder para decidir quién entra y quién no.

Las puertas están diseñadas para impedir el ingreso de personas no autorizadas por los comandantes. La cerradura resiste hasta la explosión de una granada. Existe un sistema de emergencia por el cual la tripulación puede acceder si se comprueba una anomalía grave, como podría ser que el o los pilotos perdieran la conciencia. Pero si quien está al mando resuelve que nadie pase -por ejemplo, ante un intento de secuestro-, no hay nada que hacer.

Lo que en apariencia ocurrió en los ocho minutos fatales del A320 implica una suma de eventos desgraciados. Cuando el avión llegó a la altura crucero, el comandante Patrick Sonderheimer salió de su puesto y dejó al mando a su segundo, Andreas Lubitz. El avión iba ya en modo automático.

Las aerolíneas recomiendan que en vuelos cortos como ése siempre estén los dos pilotos en la cabina y aprovechen las escalas para estirar las piernas o pasar al baño. Si no fuera posible, se sugiere que primero algún auxiliar pase adentro para actuar ante cualquier emergencia repentina, como una descompensación de quien está al mando.

Pero en el vuelo de Germanwings el copiloto Lubitz quedó solo. Casi de inmediato inició una maniobra de descenso en pleno cruce de los Alpes. Cuando Sonderheimer quiso volver, le resultó imposible. Golpeó la puerta hasta casi tirarla abajo.

Si Lubitz se hubiera desmayado, el sistema de seguridad le habría permitido a Sonderheimer entrar y retomar el control. Pero la puerta había sido trabada deliberadamente.

Los A320 cuentan con una palanquita en el tablero de mando para controlar el ingreso a la cabina. Tiene tres posiciones: normal, bloqueo y desbloqueo. Durante el vuelo debe ir en "normal".

Si alguien desde afuera quiere pasar, por ejemplo una azafata, debe seguir un protocolo muy preciso. Primero llama a los pilotos por el interfono y les pide acceso. Después presiona el botón "#" en un panel numerado ubicado al lado de la entrada. En la cabina suena un timbre. Entonces el piloto mueve la palanca de "normal" a "desbloquear". Afuera se enciende una luz verde y la puerta puede abrirse.

En caso de que se detectara una emergencia que obligara a irrumpir porque nadie responde desde adentro -o en el insólito caso de que los dos pilotos hubieran salido-, la tripulación puede accionar una clave de cuatro dígitos en el panel de la puerta. Eso activa una alarma dentro de la cabina durante medio minuto. Cumplido ese plazo, se libera el acceso durante cinco segundos.

Es presumible que Sonderheimer haya probado las dos vías. Pero si Lubitz decidió poner la palanca en posición de "bloquear", cualquier esfuerzo habrá sido inútil. Esa función justamente es la que se diseñó después del 11-S para que los pilotos puedan evitar que un tripulante amenazado por un terrorista introduzca el código de emergencia y entre. La prioridad es que el avión aterrice a salvo.

Las pistas de la caja negra parecen inequívocas en cuanto al propósito destructivo del copiloto. Se oía su respiración y no respondió a los tres llamados de alarma de los controladores aéreos ni a los golpes del comandante. Si hubiera sufrido un infarto o un desmayo, la palanca de la puerta habría estado en "normal" y se podría haber ingresado. Antes de cada despegue se chequea que todos los miembros de la tripulación conozcan la clave de acceso.

También resulta poco probable un fallo cibernético que hubiera trabado la puerta por error. Eso ocurrió en agosto pasado en un vuelo en Estados Unidos: un piloto salió de la cabina y el problema se reveló cuando quiso volver. El otro comandante decidió aterrizar en el aeropuerto más cercano para evitar riesgos.

La diferencia con el vuelo de Germanwings es que Lubitz puso rumbo de descenso apenas se quedó solo, en una maniobra intencionada y sin lógica aparente, ya que volaba en cielos despejados y calmos por encima de la cordillera de los Alpes.

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