La vida secreta de una webcamer

La crisis y la comodidad de un trabajo en el domicilio propician el auge de páginas de sexo de personas anónimas retransmitido en directo. La industria del porno absorbe la fórmula

Daniel Verdú
Madrid, El País
Mientras sus padres ven la televisión en el salón de casa, Melanie —jienense de 32 años— se desviste y cobra un euro el minuto por enseñar su cuerpo en la habitación de al lado. Ellos creen que su hija lleva en paro dos años, cuando dejó su trabajo de secretaria administrativa. Pero en el momento en que corre el pestillo de su puerta, se convierte en BichitaXXX, una de las espontáneas estrellas españolas de la webcam erótica, la modalidad del porno que mejor ha resistido en tiempos de crisis y a la que se ha agarrado la industria para sobrevivir. Es en directo y no se puede piratear. Una práctica cada vez más extendida que ha encontrado su vuelta de tuerca en webs como Chaturbate o MyFreeCams, donde miles de personas anónimas colocan una cámara en su casa y obtienen ingresos extra por mostrar escenas de sexo: solos, con sus parejas o incluso simplemente bañando a su perro desnudos. Algo así como el porno en la era de la economía colaborativa, donde todo lo doméstico tiene un precio.


Melanie (nombre ficticio que ella ha elegido para la entrevista) trabaja cuando quiere y siempre en su dormitorio. Suelen ser unas cuatro horas al día de lunes a viernes y saca unos 1.000 euros al mes. Delante de la cámara acostumbra a hacer lo que le pidan. Excepto alguna locura extraña, como aquel tipo que quiso verla atravesando a un pollito vivo con un zapato de tacón. Cosas del fetichismo y la dominación. Se encuentra con todo tipo de hombres, pero en general le gusta su trabajo, explica por teléfono. “Ya llevo tiempo, y a veces te aburres. Pero normalmente lo paso bien. Le veo más cosas buenas que malas. Puede que la rutina con los clientes a veces sea un poco mecánica. Pero es interesante porque tienes a muchos fijos, alrededor de un 40%. Aprendes a conocerles y a saber lo que quieren”, señala. Lo malo es que nadie en su entorno sabe a qué se dedica. Y ella pretende que siga siendo así. De hecho, su anterior pareja la dejó cuando revolviendo en su disco duro vio más de lo que debía. “Muchos creen que no trabajo, llevas una doble vida y eso agobia un poco. Es lo que más agota”, señala. Su próximo novio, dice, tendrá que ser más abierto de mente.

La segunda vida de Melanie, esa que obsesiona a un puñado de hombres que jamás han llegado a verle la cara (oculta su rostro en las emisiones), está al otro lado de una pantalla de cristal líquido. “Voy a sufrir mucho por no verte tantos días”, le escribe al WhatsApp un cliente una semana que ella se va de viaje con sus padres. Ella juega a ese misterio que rodea a un personaje que ha ido construyendo con el tiempo. Sus clientes —tiene 5.000 seguidores en Twitter— pagan por anticipado los minutos que desean verla a través de distintos modos de pago (PayPal no permite este tipo de transacciones). Normalmente, desembolsan de golpe unos 20 euros para pasar un rato juntos. 20 minutos. Pero el negocio tampoco es para hacerse rica, y a veces complementa sus ingresos vendiendo la ropa interior usada o sus medias. También acepta regalos (muchas webcammers tienen una lista de peticiones en Amazon que sus clientes satisfacen) que recibe por correo. Su ventana a ese mundo de extraños es una cuenta de Skype privada, desde donde controla con quién se relaciona y cuándo. Muchos de ellos la consideran su novia virtual. Están completamente enganchados a alguien de quien no conocen nada.

A través de las redes sociales, estas nuevas estrellas del porno realizan casi toda la promoción que necesitan. Tienen entre 20 y 35 años y conocen los cauces de la comunicación viral. Sus cuentas de Twitter, como la de una famosa webcamer de Barcelona, licenciada universitaria que prefiere no revelar su nombre, pueden llegar a tener 45.000 seguidores. A ella le gusta su trabajo, cuenta tomando un café. No tiene inconveniente en considerarlo una versión light de la prostitución y admite ciertas presiones en el sector cuando una de ellas decide cambiar de compañía. Aún así, ella y la mayoría de mujeres que se dedican a esto en España prefieren trabajar para empresas que gestionan una plataforma desde donde emiten y que se ocupan de proporcionar toda la infraestructura necesaria. Pueden tener hasta seis clientes a la vez, pero cobran menos: 20 céntimos por minuto de cada usuario conectado.

Una de las principales compañías de este sector es Putalocura, la productora del polifacético Torbe, que desde hace algún tiempo se dio cuenta de que el futuro estaba en las webcams. A cambio de un porcentaje de las ganancias, la empresa gestiona las cuentas de las webcamers, proporciona la plataforma tecnológica y les hace publicidad. “Se ha acabado lo de las actrices y las pornstars. Aquí hay ya tan pocas empresas porno y tan poco resolutivas, que casi no les dan trabajo y ya no existe ese modus operandi de siempre. Ahora casi todo es amateur”, explica en referencia al declive de la industria en España (en cuatro años pasó de facturar 400 millones a casi la mitad) que, paradójicamente, encuentra en las nuevas tecnologías que la hundieron su tabla de salvación.

La granadina de 21 años Rena Reindeer trabaja para esta productora. Ella emite desde su habitación en el barrio madrileño de Villaverde, donde se mudó en septiembre pasado porque en su pueblo no tenía trabajo. "Un amigo que sabía que me gusta el sexo sugirió que podía intentar dedicarme a esto, y fue buena idea", resume ella. Algún día le gustaría ser actriz, de las que salen en las pelis normales, cuenta. Pero mientras tanto este trabajo de transición se le está dando muy bien. “Con la crisis, muchas chicas han encontrado en la webcam una manera de ganar dinero de forma relativamente cómoda”, explica en su dormitorio a las 11 de una mañana de mediados de febrero.

Pero estas no son las mejores horas y hoy no hay mucho trasiego en el ordenador de Rena. Mientras no aparecen clientes, ella ve series o alguna de las películas de terror que le encantan. Su cuarto está lleno de libros de zombies y una colección de ponys de colores en la estantería. Sus dos gatos (Chucky y Amenábar) se pasean y se frotan en el respaldo de la silla donde ella trabaja. Y en cuanto oye el suave sonido de la conexión de un nuevo cliente...¡zas! fija la mirada en la pantalla y pone cara de pretendida inocencia. Aparece uno. Chatea un poco, se levanta, baila para él, se quita el corsé, teclea en el ordenador un poco... y mala suerte. Pierde la conexión. A saber quién podía estar al otro lado. Pero a ella no le da miedo pensar que algún loco pueda estar al otro lado. Nunca le ha pasado nada malo, sostiene. Por eso, a diferencia de muchas otras, nunca oculta su rostro. Dice que los ojos son la parte más bonita de su cuerpo. Además, no hay nada de qué avergonzarse, defiende. “No hago daño a nadie y me gusta este trabajo”.

Si esto fuera un trabajo como otro, podría decirse que Rena es compañera de oficina de Alexxa, de 22 años, que también trabaja para la misma empresa. Ella lleva un año y medio dedicada a esto, pero ya es una de las más solicitadas de España, tiene 22.000 seguidores en Twitter y unos porcentajes de productividad altísimos (el tiempo en el que estando conectada mantiene usuarios pagando). Cada mañana prepara el desayuno, despide a su compañero de piso, pasea a sus perros y pone a calentar la habitación para empezar a emitir. Eso es básico. Porque lo malo de este trabajo, cuenta, es que pasa la mitad del tiempo resfriada de tanto desvestirse y volverse poner la ropa cada vez que se lo piden.

Pese a todo, este negocio no solo consiste en enseñar. La conversación también forma parte de la interpretación (ellas se consideran actrices y así lo facturan a Hacienda). Eso es lo que más le sorprendió el primer día. “Pensé que me pedirían que me desnudara enseguida. Alguno pedía carne, pero no era solo sexo. Muchos entran para hablar con una chica guapa. Pueden estar hasta dos o tres horas. El 70% del tiempo me lo paso charlando. Al principio no entendía cómo se gastaban ese dineral solo por hablar. Algunos me decían que tenían que pagar la factura del teléfono a plazos. Pero les genera una adicción increíble, a veces te sientes como una tragaperras. Es lo que más impresiona. Yo los defino como adictos al amor, personas muy enamoradizas, con falta de cariño”, explica.

Alexxa también emite a través de Chaturbate. Ahí la partida se juega a escala global con cientos de miles de usuarios de todo el mundo que se exhiben gratis, montan shows a cambio de tokens (la moneda virtual que utiliza la web) o simplemente miran. Es el reino de lo amateur, donde es posible monetizar la intimidad. Todo sucede en las casas de las gentes, con tendederos, lavadoras o mesas camilla de fondo. Viena, Los Ángeles, Madrid, Praga, Texas… La puesta en escena es cutre y desaliñada. Es pura realidad. La democratización absoluta del porno con audiencias estratosféricas para lo que sería una webcamer profesional. Algunos se exhiben por puro placer y otros a cambio de lo que llaman propinas. En esta plataforma Alexxa ha llegado a tener un público de 5.000 personas mientras hacía un show lésbico con una amiga. Duró tres horas y, al cambio, consiguieron recaudar cada una 200 dólares. Todo sin salir del dormitorio. Es el reino del porno de andar por casa.

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