Holanda - España (2-0): La Selección ibérica paga su experimento
Amsterdam, As
Se hace complicado disparar contra una Selección que nos ha dado tanto y que se encuentra en un periodo de reconstrucción sin final feliz, porque jamás seremos tan grandes y tan bajitos. La realidad, sin embargo, es tozuda: España ya no tiene nada especial. Ni furia ni toque. La indefinición nos condena y los amistosos, también. Después de ser derrotados por Francia y Alemania, hemos caído contra Holanda. Una vez más, convertimos un amistoso en un baile de debutantes. Una vez más, no calculamos la pérdida de prestigio, el desánimo de la afición, el daño que nos hace. Salimos al Amsterdam Arena con un once en pruebas y sin sentimiento de venganza; de los titulares, sólo Piqué vivió en carne propia el 5-1 del Mundial.
Volvemos a ser un equipo con los traumas heredados. Nos ocurrió durante décadas. El derrotismo se nos mezclaba con la mala suerte. Lo olvidamos durante la tacada prodigiosa y lo recordamos de pronto en Brasil, cuando Holanda nos goleó sin hacer nada extraordinario. Tampoco lo hizo esta noche. El primer gol nos dejó fríos y jugamos congelados el resto de la primera parte. Esa frialdad resultó más descorazonadora que la derrota. Perdíamos y esperábamos, perezosos en la presión. Lo agradeció mucho la limitadísima defensa holandesa.
Los dos primeros goles retrataron nuestra falta de pasión. En el primero, De Vrij se adelantó a Piqué y le sacó dos metros; en el siguiente, Klaassen remató por dos veces y sin agobios hasta que por fin batió a De Gea. No hubo reacción hasta que Isco abandonó la banda izquierda para armar el juego. La mejora fue insuficiente. Holanda se replegó y disfrutó del marcador. Entre Blind y Depay se bastaron para que su equipo pareciera superior. Este último fue el jugador más brillante sobre el césped, extraordinario, casi altivo, con un aire a Laurie Cunningham. Y con 21 añitos.
Al inicio de la segunda parte, Del Bosque dio entrada a Silva y Vitolo, en lugar de Pedro e Isco. Los cambios se entienden mejor si atendemos al protocolo. Da la impresión de se reparten los minutos políticamente para no tener problemas con los clubes de origen. Tampoco es forma de ir por el mundo, ni de propiciar una remontada. Al rato, y con el 2-0 en lo alto, Morata, Ramos y San José sustituyeron a Juanmi, Mario Suárez y Piqué. Por último, Iniesta se incorporó (por Cazorla) y supimos que el público le teme más que al Duque de Alba. Lástima que tampoco aprovecháramos esa carta.
España ganó energía y se aproximó al gol. Vitolo pudo hacerlo y Morata anduvo estuvo cerca. Holanda se encerró sin pizca de rubor y la Selección completó los minutos que ahora nos servirán de consuelo hasta el mes de junio: cambió la actitud, pudimos marcar, dominamos un rato largo, nos escamotearon un penalti. Hay interpretaciones para todos los gustos. La cruda verdad es que nos llamamos igual, pero somos otros.
Se hace complicado disparar contra una Selección que nos ha dado tanto y que se encuentra en un periodo de reconstrucción sin final feliz, porque jamás seremos tan grandes y tan bajitos. La realidad, sin embargo, es tozuda: España ya no tiene nada especial. Ni furia ni toque. La indefinición nos condena y los amistosos, también. Después de ser derrotados por Francia y Alemania, hemos caído contra Holanda. Una vez más, convertimos un amistoso en un baile de debutantes. Una vez más, no calculamos la pérdida de prestigio, el desánimo de la afición, el daño que nos hace. Salimos al Amsterdam Arena con un once en pruebas y sin sentimiento de venganza; de los titulares, sólo Piqué vivió en carne propia el 5-1 del Mundial.
Volvemos a ser un equipo con los traumas heredados. Nos ocurrió durante décadas. El derrotismo se nos mezclaba con la mala suerte. Lo olvidamos durante la tacada prodigiosa y lo recordamos de pronto en Brasil, cuando Holanda nos goleó sin hacer nada extraordinario. Tampoco lo hizo esta noche. El primer gol nos dejó fríos y jugamos congelados el resto de la primera parte. Esa frialdad resultó más descorazonadora que la derrota. Perdíamos y esperábamos, perezosos en la presión. Lo agradeció mucho la limitadísima defensa holandesa.
Los dos primeros goles retrataron nuestra falta de pasión. En el primero, De Vrij se adelantó a Piqué y le sacó dos metros; en el siguiente, Klaassen remató por dos veces y sin agobios hasta que por fin batió a De Gea. No hubo reacción hasta que Isco abandonó la banda izquierda para armar el juego. La mejora fue insuficiente. Holanda se replegó y disfrutó del marcador. Entre Blind y Depay se bastaron para que su equipo pareciera superior. Este último fue el jugador más brillante sobre el césped, extraordinario, casi altivo, con un aire a Laurie Cunningham. Y con 21 añitos.
Al inicio de la segunda parte, Del Bosque dio entrada a Silva y Vitolo, en lugar de Pedro e Isco. Los cambios se entienden mejor si atendemos al protocolo. Da la impresión de se reparten los minutos políticamente para no tener problemas con los clubes de origen. Tampoco es forma de ir por el mundo, ni de propiciar una remontada. Al rato, y con el 2-0 en lo alto, Morata, Ramos y San José sustituyeron a Juanmi, Mario Suárez y Piqué. Por último, Iniesta se incorporó (por Cazorla) y supimos que el público le teme más que al Duque de Alba. Lástima que tampoco aprovecháramos esa carta.
España ganó energía y se aproximó al gol. Vitolo pudo hacerlo y Morata anduvo estuvo cerca. Holanda se encerró sin pizca de rubor y la Selección completó los minutos que ahora nos servirán de consuelo hasta el mes de junio: cambió la actitud, pudimos marcar, dominamos un rato largo, nos escamotearon un penalti. Hay interpretaciones para todos los gustos. La cruda verdad es que nos llamamos igual, pero somos otros.