El piloto tenía problemas de visión y debía renovar su licencia en junio
Al joven le habían retirado antes su permiso para volar
Luis Doncel
Montabaur, El País
El camino plagado de esfuerzos que Andreas Lubitz había emprendido en los últimos años estaba dando sus frutos. A sus 27 años, todo parecía sonreírle. Tenía un buen trabajo, una novia con la que vivía en su piso de 120 metros cuadrados de un elegante barrio de Düsseldorf. Incluso, según informó la revista Focus, en las últimas semanas había encargado dos Audis. Uno sería para él y otro para su novia, con la que, según algunos medios franceses, tenía previsto casarse el próximo año. Deportista, joven y con amigos, parecía la imagen del éxito. Pero él era consciente de que todo esto era tan solo una fachada.
Lubitz tenía en realidad muchos problemas, pero todos se podrían resumir en uno: cada vez tenía más claro que no podría cumplir su sueño de llegar a ser capitán en Lufthansa. Su salud se interponía en su camino. Para una persona como él, tan obsesionado con la aviación como para llenar su habitación de fotos de aviones, eso era más de lo que podía soportar. Varios amigos han confirmado que desde los 14 años, cuando comenzó a frecuentar el club aéreo de la localidad alemana Montabaur, volar era para él lo más importante. “Era un friki de los aviones. Si perdiera la licencia, su vida ya no tendría ningún valor”, afirma un conocido.
Y esa perspectiva parecía cada vez más cercana. Las severas depresiones que padecía Lubitz le habían obligado a estar bajo tratamiento por un periodo total de un año y medio, lo que en ocasiones le había hecho interrumpir su formación como piloto y volver a empezar en un nivel inferior al que le correspondía. La autoridad médica responsable de dictaminar la idoneidad de los pilotos para trabajar (la Aeromedical Center) ya había detectado a Lubitz una depresión, motivo por el que le había retirado de forma temporal el permiso para volar. Más tarde, el facultativo apreció una mejoría en su estado, por lo que le volvió a dar el permiso. Esta capacitación la otorgan los médicos, que no comunican a la compañía el motivo de su decisión por la privacidad de los pacientes. Se abre ahora en Alemania un debate sobre si en determinadas ocasiones es necesario restringir la obligación médica de guardar silencio.
Pese a sus problemas de salud, Lubitz logró en otoño de 2013 entrar a trabajar en Germanwings, la aerolínea de bajo coste de Lufthansa. Fue todo un éxito, pero a partir de entonces la situación era cada vez más complicada para el joven copiloto. Su salud empeoraba de forma palpable y los plazos se le echaban encima: entre junio y julio de este año debía renovar su permiso médico.
Incapaz de aceptar la evidencia, pidió la opinión de varios médicos, entre ellos un psiquiatra y un neurólogo. Los dos le dieron la baja. Lubitz no estaba capacitado para volar, pero él no lo comunicó a su empresa. Los policías que registraron su piso en Düsseldorf encontraron las bajas rotas en pedazos, según informó la Fiscalía de esta ciudad del oeste de Alemania. Los investigadores dieron también con varios medicamentos psiquiátricos que prueban “una enfermedad psíquica severa”. Un interesante dato adicional salió ayer a la luz: el copiloto padecía un problema de visión que podría poner en peligro su capacidad para trabajar, según señalaron al New York Times dos fuentes cercanas a la investigación, que no descartan que la dolencia fuera de naturaleza psicosomática. La respuesta ante todas estas dificultades fue tan radical como trágica: acabar con su vida y la de 149 víctimas inocentes que viajaban el martes en el vuelo 4U-9525 de Barcelona a Düsseldorf. Y lo hizo en los Alpes franceses, su lugar favorito para volar.
Los más allegados a Lubitz ya sabían de sus problemas mentales. Su exnovia confirmó a la cadena francesa iTele que el copiloto padecía “una grave depresión”. Pero mucho más sustanciosas son las declaraciones que una novia anterior hizo ayer al tabloide Bild. “Un día haré algo que cambiará todo el sistema. Y entonces todo el mundo sabrá mi nombre y lo recordará”, decía el copiloto a la azafata con la que salió durante cinco meses en 2014. Esta mujer, que quiere mantener el anonimato, no tiene ninguna duda sobre los motivos que llevaron a su exnovio a estrellar el Airbus A320: “Lo hizo porque se dio cuenta de que sus problemas de salud impedirían su gran sueño, que era ser capitán de vuelos de larga distancia en Lufthansa”.
Los medios alemanes hablan de que Lubitz padecía una depresión o un burnout (estrés ocupacional crónico), ¿pero pueden estas dolencias de verdad explicar su comportamiento? “Es imposible dar un diagnóstico ajustado sin conocer el caso, pero lo sucedido hace pensar en una persona que padece depresión asociada a un trastorno de la personalidad de tipo narcisista. Este tipo de pacientes tienen una elevada tasa de suicidio, y es habitual que cuando lo cometen, quieran hacerlo ‘a lo grande’, de una forma más ostentosa, sádica y calculada”, responde Samuel Martínez, psiquiatra español que trabaja en el hospital Johanniter de la ciudad alemana de Oberhausen.
La personalidad obsesiva de Lubitz deja tras de sí un reguero de víctimas y muchas familias destrozadas, entre ellas, la suya. Todos ellos, y toda Alemania, observan, horrorizados los sucesos de esta semana.
Luis Doncel
Montabaur, El País
El camino plagado de esfuerzos que Andreas Lubitz había emprendido en los últimos años estaba dando sus frutos. A sus 27 años, todo parecía sonreírle. Tenía un buen trabajo, una novia con la que vivía en su piso de 120 metros cuadrados de un elegante barrio de Düsseldorf. Incluso, según informó la revista Focus, en las últimas semanas había encargado dos Audis. Uno sería para él y otro para su novia, con la que, según algunos medios franceses, tenía previsto casarse el próximo año. Deportista, joven y con amigos, parecía la imagen del éxito. Pero él era consciente de que todo esto era tan solo una fachada.
Lubitz tenía en realidad muchos problemas, pero todos se podrían resumir en uno: cada vez tenía más claro que no podría cumplir su sueño de llegar a ser capitán en Lufthansa. Su salud se interponía en su camino. Para una persona como él, tan obsesionado con la aviación como para llenar su habitación de fotos de aviones, eso era más de lo que podía soportar. Varios amigos han confirmado que desde los 14 años, cuando comenzó a frecuentar el club aéreo de la localidad alemana Montabaur, volar era para él lo más importante. “Era un friki de los aviones. Si perdiera la licencia, su vida ya no tendría ningún valor”, afirma un conocido.
Y esa perspectiva parecía cada vez más cercana. Las severas depresiones que padecía Lubitz le habían obligado a estar bajo tratamiento por un periodo total de un año y medio, lo que en ocasiones le había hecho interrumpir su formación como piloto y volver a empezar en un nivel inferior al que le correspondía. La autoridad médica responsable de dictaminar la idoneidad de los pilotos para trabajar (la Aeromedical Center) ya había detectado a Lubitz una depresión, motivo por el que le había retirado de forma temporal el permiso para volar. Más tarde, el facultativo apreció una mejoría en su estado, por lo que le volvió a dar el permiso. Esta capacitación la otorgan los médicos, que no comunican a la compañía el motivo de su decisión por la privacidad de los pacientes. Se abre ahora en Alemania un debate sobre si en determinadas ocasiones es necesario restringir la obligación médica de guardar silencio.
Pese a sus problemas de salud, Lubitz logró en otoño de 2013 entrar a trabajar en Germanwings, la aerolínea de bajo coste de Lufthansa. Fue todo un éxito, pero a partir de entonces la situación era cada vez más complicada para el joven copiloto. Su salud empeoraba de forma palpable y los plazos se le echaban encima: entre junio y julio de este año debía renovar su permiso médico.
Incapaz de aceptar la evidencia, pidió la opinión de varios médicos, entre ellos un psiquiatra y un neurólogo. Los dos le dieron la baja. Lubitz no estaba capacitado para volar, pero él no lo comunicó a su empresa. Los policías que registraron su piso en Düsseldorf encontraron las bajas rotas en pedazos, según informó la Fiscalía de esta ciudad del oeste de Alemania. Los investigadores dieron también con varios medicamentos psiquiátricos que prueban “una enfermedad psíquica severa”. Un interesante dato adicional salió ayer a la luz: el copiloto padecía un problema de visión que podría poner en peligro su capacidad para trabajar, según señalaron al New York Times dos fuentes cercanas a la investigación, que no descartan que la dolencia fuera de naturaleza psicosomática. La respuesta ante todas estas dificultades fue tan radical como trágica: acabar con su vida y la de 149 víctimas inocentes que viajaban el martes en el vuelo 4U-9525 de Barcelona a Düsseldorf. Y lo hizo en los Alpes franceses, su lugar favorito para volar.
Los más allegados a Lubitz ya sabían de sus problemas mentales. Su exnovia confirmó a la cadena francesa iTele que el copiloto padecía “una grave depresión”. Pero mucho más sustanciosas son las declaraciones que una novia anterior hizo ayer al tabloide Bild. “Un día haré algo que cambiará todo el sistema. Y entonces todo el mundo sabrá mi nombre y lo recordará”, decía el copiloto a la azafata con la que salió durante cinco meses en 2014. Esta mujer, que quiere mantener el anonimato, no tiene ninguna duda sobre los motivos que llevaron a su exnovio a estrellar el Airbus A320: “Lo hizo porque se dio cuenta de que sus problemas de salud impedirían su gran sueño, que era ser capitán de vuelos de larga distancia en Lufthansa”.
Los medios alemanes hablan de que Lubitz padecía una depresión o un burnout (estrés ocupacional crónico), ¿pero pueden estas dolencias de verdad explicar su comportamiento? “Es imposible dar un diagnóstico ajustado sin conocer el caso, pero lo sucedido hace pensar en una persona que padece depresión asociada a un trastorno de la personalidad de tipo narcisista. Este tipo de pacientes tienen una elevada tasa de suicidio, y es habitual que cuando lo cometen, quieran hacerlo ‘a lo grande’, de una forma más ostentosa, sádica y calculada”, responde Samuel Martínez, psiquiatra español que trabaja en el hospital Johanniter de la ciudad alemana de Oberhausen.
La personalidad obsesiva de Lubitz deja tras de sí un reguero de víctimas y muchas familias destrozadas, entre ellas, la suya. Todos ellos, y toda Alemania, observan, horrorizados los sucesos de esta semana.