El fiscal de la tragedia aérea en Los Alpes: “Descendió para destruir el avión”
La caja negra desvela que el copiloto se encerró y activó los mandos para el descenso
Las pesquisas no hallan ningún indicio de trasfondo terrorista
Carlos Yárnoz
París, El País
Brice Robin, el fiscal de la República en Marsella, compareció a mediodía con las lágrimas a punto de estallar, las manos y la voz temblorosas. A las cuatro de la mañana, había recibido la grabación de lo ocurrido en la cabina del Airbus desintegrado el martes en los Alpes y ya no había podido pegar ojo. De la grabación se deducía que el copiloto de la aeronave, Andreas Lubitz, de 27 años, había decidido tirar el avión con 150 personas a bordo, entre ellos medio centenar de españoles. El descenso duró 10 minutos. “Los gritos de los pasajeros solo se oyeron en el último momento”.
Las primeras grabaciones arrojan una conclusión tan dramática como inimaginable del vuelo GWI9525 de Germanwings. La tragedia pasará a los anales de la historia aeronáutica mundial y obligará al sector “a revisar algunas prácticas”, como señala la secretaría de Estado de Transportes de Francia. Para el Gobierno francés, y probablemente para toda Europa, el único dato menos preocupante es que “nada permite decir que se trata de un atentado terrorista”. Era la tesis del Gobierno francés desde el inicio.
Con amplia experiencia a sus espaldas en la ciudad más violenta de Francia, Robin expuso con crudeza los hechos: lo que ocurrió el martes en el macizo de Trois Évêches no fue un accidente, sino un crimen por unas motivaciones aún desconocidas. Mientras el fiscal facilitaba la información, familiares de víctimas españolas y alemanas llegaban al lugar del siniestro. “No daban crédito, les resultaba inimaginable” lo que ya les había contado el fiscal antes de exponerlo a los medios de comunicación, señalan personas en contacto con ellos.
La increíble historia que este jueves conmocionó al mundo comenzó 20 minutos después del despegue del avión. En esa primera fase del trayecto, las conversaciones entre el comandante y su segundo fueron “las normales en un vuelo normal, sin nada extraordinario”, según el relato del fiscal. El copiloto respondió de forma “lacónica” cuando el comandante recitó el plan de vuelo. A las 10.31, el máximo responsable de la aeronave pidió al copiloto que se pusiera a los mandos. Seguramente quería ir al baño.
En la grabación se escucha, en efecto, que la puerta se abrió y volvió a cerrarse. Era el principio del fin. El joven Lubitz accionó de inmediato el botón para hacer descender el avión. “La acción de selección de altitud solo podía ser algo deliberado”, dijo por dos veces el fiscal Robin, para remachar que no hubo fallo o un error, sino una acción premeditada. De hecho, Lubitz giró reiteradamente una ruedecilla para poner una nueva altitud en lugar de la fijada. Instantes después, el comandante llamó varias veces a la puerta que, de acuerdo con las normas establecidas tras los atentados del 11-S, debe estar blindada.
“No hay respuesta del copiloto”. “Se escuchan llamadas del comandante por el interfono, identificándose, pero sin recibir respuesta del copiloto”. Como tampoco respondió a las varias llamadas del centro de control que le advertían de su extraño descenso. Ni una sola palabra. Hasta el último momento, “su respiración es una respiración normal”, contó el fiscal.
La duda de que podía estar desmayado no parece sostenerse. Expertos consultados señalan que la puerta puede ser abierta desde el exterior en caso de emergencia con un código, salvo que quien esté en el interior la bloquee mediante una clavija. Es lo que debió hacer Lubitz.
El segundo de a bordo respiraba con normalidad en todo momento
Pasaban los minutos, el comandante observaba que el avión seguía en descenso. Los golpes en la puerta subían de nivel ante el estupor de al menos los pasajeros que estaban en las filas delanteras. “Terrain, terrain”, suena la alarma automática de proximidad al suelo. “En esos momentos se escuchan fuertes, violentos golpes, como si se intentara forzar la apertura de la puerta”.
En los últimos momentos, y con el avión ya muy cerca de las montañas, se escuchan los gritos de los pasajeros mezclados con los golpes en la puerta. La muerte de todos fue “instantánea”, asegura el fiscal.
Su conclusión es contundente: el copiloto activó el descenso por unas razones aún desconocidas, pero “con la voluntad de destruir el avión”. Todo se produjo en solo 10 minutos. Hasta este jueves, no se difundió la más mínima pista sobre la motivación de Lubitz para semejante locura.
La policía alemana analiza desde el primer momento la vida y movimientos del copiloto. El ministro del Interior, Thomas De Mazière, reveló que los servicios de información investigaron desde el martes si alguno de los miembros de la tripulación (los dos pilotos y cuatro asistentes) tenían algún contacto con el terrorismo islámico, informa Enrique Müller. “Lo hemos comprobado todo y los resultados son negativos, y esto incluye al copiloto”. Para el ministro, no hay indicios de “trasfondo terrorista” en la actuación del copiloto.
Los expertos ya habían señalado desde el martes, horas después del siniestro, que la tripulación había tenido que iniciar el descenso de forma deliberada. Al menos durante los primeros minutos. Lo mismo había sugerido el miércoles Rémi Jouty, responsable del BEA (oficina de investigación de accidentes aéreos). Lo que no eran capaces de interpretar era por qué había mantenido esa pérdida de altitud durante 10 minutos hasta que el avión se estrelló.
La segunda caja negra, aún no encontrada a última hora de este jueves, cerrará todas las dudas sobre los datos técnicos. Ya importan poco. La gran duda ahora es qué le pasó a Lubitz. Qué tenía en la cabeza antes y durante esos trágicos 10 minutos. Algunas compañías aéreas obligan a que siempre haya en la cabina al menos dos personas. No es el caso de Lufthansa y su filial, Germanwings. A partir de ahora, las aerolíneas y las autoridades aeronáuticas revisarán sus planes de seguridad.
Las pesquisas no hallan ningún indicio de trasfondo terrorista
Carlos Yárnoz
París, El País
Brice Robin, el fiscal de la República en Marsella, compareció a mediodía con las lágrimas a punto de estallar, las manos y la voz temblorosas. A las cuatro de la mañana, había recibido la grabación de lo ocurrido en la cabina del Airbus desintegrado el martes en los Alpes y ya no había podido pegar ojo. De la grabación se deducía que el copiloto de la aeronave, Andreas Lubitz, de 27 años, había decidido tirar el avión con 150 personas a bordo, entre ellos medio centenar de españoles. El descenso duró 10 minutos. “Los gritos de los pasajeros solo se oyeron en el último momento”.
Las primeras grabaciones arrojan una conclusión tan dramática como inimaginable del vuelo GWI9525 de Germanwings. La tragedia pasará a los anales de la historia aeronáutica mundial y obligará al sector “a revisar algunas prácticas”, como señala la secretaría de Estado de Transportes de Francia. Para el Gobierno francés, y probablemente para toda Europa, el único dato menos preocupante es que “nada permite decir que se trata de un atentado terrorista”. Era la tesis del Gobierno francés desde el inicio.
Con amplia experiencia a sus espaldas en la ciudad más violenta de Francia, Robin expuso con crudeza los hechos: lo que ocurrió el martes en el macizo de Trois Évêches no fue un accidente, sino un crimen por unas motivaciones aún desconocidas. Mientras el fiscal facilitaba la información, familiares de víctimas españolas y alemanas llegaban al lugar del siniestro. “No daban crédito, les resultaba inimaginable” lo que ya les había contado el fiscal antes de exponerlo a los medios de comunicación, señalan personas en contacto con ellos.
La increíble historia que este jueves conmocionó al mundo comenzó 20 minutos después del despegue del avión. En esa primera fase del trayecto, las conversaciones entre el comandante y su segundo fueron “las normales en un vuelo normal, sin nada extraordinario”, según el relato del fiscal. El copiloto respondió de forma “lacónica” cuando el comandante recitó el plan de vuelo. A las 10.31, el máximo responsable de la aeronave pidió al copiloto que se pusiera a los mandos. Seguramente quería ir al baño.
En la grabación se escucha, en efecto, que la puerta se abrió y volvió a cerrarse. Era el principio del fin. El joven Lubitz accionó de inmediato el botón para hacer descender el avión. “La acción de selección de altitud solo podía ser algo deliberado”, dijo por dos veces el fiscal Robin, para remachar que no hubo fallo o un error, sino una acción premeditada. De hecho, Lubitz giró reiteradamente una ruedecilla para poner una nueva altitud en lugar de la fijada. Instantes después, el comandante llamó varias veces a la puerta que, de acuerdo con las normas establecidas tras los atentados del 11-S, debe estar blindada.
“No hay respuesta del copiloto”. “Se escuchan llamadas del comandante por el interfono, identificándose, pero sin recibir respuesta del copiloto”. Como tampoco respondió a las varias llamadas del centro de control que le advertían de su extraño descenso. Ni una sola palabra. Hasta el último momento, “su respiración es una respiración normal”, contó el fiscal.
La duda de que podía estar desmayado no parece sostenerse. Expertos consultados señalan que la puerta puede ser abierta desde el exterior en caso de emergencia con un código, salvo que quien esté en el interior la bloquee mediante una clavija. Es lo que debió hacer Lubitz.
El segundo de a bordo respiraba con normalidad en todo momento
Pasaban los minutos, el comandante observaba que el avión seguía en descenso. Los golpes en la puerta subían de nivel ante el estupor de al menos los pasajeros que estaban en las filas delanteras. “Terrain, terrain”, suena la alarma automática de proximidad al suelo. “En esos momentos se escuchan fuertes, violentos golpes, como si se intentara forzar la apertura de la puerta”.
En los últimos momentos, y con el avión ya muy cerca de las montañas, se escuchan los gritos de los pasajeros mezclados con los golpes en la puerta. La muerte de todos fue “instantánea”, asegura el fiscal.
Su conclusión es contundente: el copiloto activó el descenso por unas razones aún desconocidas, pero “con la voluntad de destruir el avión”. Todo se produjo en solo 10 minutos. Hasta este jueves, no se difundió la más mínima pista sobre la motivación de Lubitz para semejante locura.
La policía alemana analiza desde el primer momento la vida y movimientos del copiloto. El ministro del Interior, Thomas De Mazière, reveló que los servicios de información investigaron desde el martes si alguno de los miembros de la tripulación (los dos pilotos y cuatro asistentes) tenían algún contacto con el terrorismo islámico, informa Enrique Müller. “Lo hemos comprobado todo y los resultados son negativos, y esto incluye al copiloto”. Para el ministro, no hay indicios de “trasfondo terrorista” en la actuación del copiloto.
Los expertos ya habían señalado desde el martes, horas después del siniestro, que la tripulación había tenido que iniciar el descenso de forma deliberada. Al menos durante los primeros minutos. Lo mismo había sugerido el miércoles Rémi Jouty, responsable del BEA (oficina de investigación de accidentes aéreos). Lo que no eran capaces de interpretar era por qué había mantenido esa pérdida de altitud durante 10 minutos hasta que el avión se estrelló.
La segunda caja negra, aún no encontrada a última hora de este jueves, cerrará todas las dudas sobre los datos técnicos. Ya importan poco. La gran duda ahora es qué le pasó a Lubitz. Qué tenía en la cabeza antes y durante esos trágicos 10 minutos. Algunas compañías aéreas obligan a que siempre haya en la cabina al menos dos personas. No es el caso de Lufthansa y su filial, Germanwings. A partir de ahora, las aerolíneas y las autoridades aeronáuticas revisarán sus planes de seguridad.