El enviado de la ONU alerta de que Yemen camina hacia la guerra civil
El avance Huthi inquieta a los países que apoyan a un presidente sin poder
Ángeles Espinosa
Dubái, El País
Las espadas siguen en alto en Yemen. Ni el llamamiento del Consejo de Seguridad en la madrugada del lunes, ni las protestas locales, están sirviendo para frenar el avance Huthi. Jamal Benomar, el enviado especial de la ONU, ha alertado de que el país se encamina a la guerra civil. No es la primera vez que los yemeníes oyen esa advertencia. Pero en esta ocasión, sin Gobierno, con la capital tomada por los rebeldes, el presidente atrincherado en el sur, las fuerzas de seguridad divididas y el Estado Islámico (EI) aprovechando el vacío de poder, una fractura al estilo libio adquiere tintes de realidad.
“Es ilusorio pensar que los Huthi vayan a tener éxito en tomar el control de todo el país. Es igualmente erróneo pensar que el presidente [Abdrabbo Mansur] Hadi pueda reunir suficientes fuerzas para liberar el país de los Huthi”, manifestó Benomar durante su intervención ante la reunión extraordinaria del Consejo de Seguridad.
En su opinión, si cualquiera de ellos lo intenta, sólo llevará al país a “una guerra civil”, del tenor de las que se están viviendo en Irak, Libia o Siria. Al término de la cita, los 15 miembros del Consejo de Seguridad reafirmaron su apoyo al “presidente legítimo” y la necesidad de preservar “la unidad” de Yemen.
El problema es que Hadi apenas cuenta con una parte del Ejército, carece de milicia propia y tiene escasa base popular, ni en el sur del país de donde es originario y ha encontrado refugio a raíz del pulso con los Huthi, ni mucho menos en el norte. Sus únicos respaldos vienen de quienes se oponen al avance de ese grupo, sobre todo entre los vecinos de Yemen. El ministro de Exteriores saudí, el príncipe Saud al Faisal, ha asegurado este lunes que si no se alcanza una solución pacífica, los países árabes “tomarán las medidas necesarias” contra lo que Riad considera una agresión orquestada por Irán.
Es cierto como señala Benomar que los milicianos de Ansarullah (nombre del grupo rebelde conocido como Huthi por el clan que lo lidera) también carecen de capacidad militar suficiente. Incluso si suman los 100.000 hombres en armas que estiman los analistas, se trata de en su mayor parte de aldeanos de las montañas del norte armados con viejos Kalashnikov. Pero tienen la ayuda, más profesional, de los fieles al expresidente Ali Abdalá Saleh en las distintas fuerzas de seguridad.
El país carece de esqueleto que lo sustente”, describe
un analista
Saleh, que gobernó de 1978 a 2012, ha hecho causa común con esos rebeldes a los que combatió durante la década pasada. Aunque no ha explicado ese giro, conviene recordar que sólo cedió el poder ante la enorme presión internacional y presuntas garantías para él y su familia, que ha ido perdiendo. Hadi, a quien él había nombrado vicepresidente, relevó a su hijo, Ahmed, y a sus dos sobrinos al frente de las principales fuerzas de seguridad, y el año pasado una resolución de la ONU abrió la posibilidad a sancionarle.
“Yemen es como un invertebrado al que le piden que se ponga de pie, pero carece de esqueleto que lo sustente”, describe gráficamente el diplomático y analista yemení Mustapha Noman.
Con su ya de por sí frágil economía completamente paralizada y la ayuda financiera saudí suspendida tras la toma del poder por los Huthi, dos tercios de los 24 millones de habitantes requieren asistencia, según la propia ONU. A esa situación al límite (10 millones no tienen suficiente comida y 850.000 niños están severamente desnutridos) se suma ahora el creciente peligro de atentados a medida que el conflicto adquiere tintes sectarios.
Yemen, que hasta la revolución de 1962 fue un imamato zaydí, siempre ha tenido muchos problemas, pero la convivencia entre la minoría de esa rama del islam chií y la mayoría suní no era uno de ellos. Ahora la afiliación chií zaydí de los Huthi, que empezaron como un movimiento evangelizador y se han convertido en una poderosa milicia, está sirviendo de coartada para otros intereses.
Por un lado, Arabia Saudí, país que tradicionalmente ha tutelado la política yemení y que comparte 1.500 kilómetros de frontera, ve a los Huthi como un instrumento de Irán y de su vieja aspiración de extender la revolución islámica. Aunque Teherán dice que sólo proporciona apoyo moral y las acusaciones de que les envía de armas nunca se han probado, esos rebeldes miran a Irán como modelo, muchos de sus simpatizantes han sido becados allí en los últimos años y los medios estatales les jalean.
Por otro, la rama local de Al Qaeda primero y ahora el EI, que el pasado viernes sorprendió al responsabilizarse de los atentados de Saná y este lunes se ha atribuido la muerte de 29 soldados en la provincia de Lahij, atacan a los Huthi para alentar el sectarismo. Algunas tribus suníes de Yemen ya han empezado a colaborar con esos extremistas violentos para frenar el avance rebelde.
El propio líder de Ansarullah, Abdel Malek al Huthi, ha utilizado esa amenaza como coartada para el llamamiento a la movilización general que lanzó el domingo. Sin embargo, su retórica antioccidental y su asociación con Irán impiden la colaboración con EE UU y sus aliados frente a ese enemigo común que es el EI.
Ángeles Espinosa
Dubái, El País
Las espadas siguen en alto en Yemen. Ni el llamamiento del Consejo de Seguridad en la madrugada del lunes, ni las protestas locales, están sirviendo para frenar el avance Huthi. Jamal Benomar, el enviado especial de la ONU, ha alertado de que el país se encamina a la guerra civil. No es la primera vez que los yemeníes oyen esa advertencia. Pero en esta ocasión, sin Gobierno, con la capital tomada por los rebeldes, el presidente atrincherado en el sur, las fuerzas de seguridad divididas y el Estado Islámico (EI) aprovechando el vacío de poder, una fractura al estilo libio adquiere tintes de realidad.
“Es ilusorio pensar que los Huthi vayan a tener éxito en tomar el control de todo el país. Es igualmente erróneo pensar que el presidente [Abdrabbo Mansur] Hadi pueda reunir suficientes fuerzas para liberar el país de los Huthi”, manifestó Benomar durante su intervención ante la reunión extraordinaria del Consejo de Seguridad.
En su opinión, si cualquiera de ellos lo intenta, sólo llevará al país a “una guerra civil”, del tenor de las que se están viviendo en Irak, Libia o Siria. Al término de la cita, los 15 miembros del Consejo de Seguridad reafirmaron su apoyo al “presidente legítimo” y la necesidad de preservar “la unidad” de Yemen.
El problema es que Hadi apenas cuenta con una parte del Ejército, carece de milicia propia y tiene escasa base popular, ni en el sur del país de donde es originario y ha encontrado refugio a raíz del pulso con los Huthi, ni mucho menos en el norte. Sus únicos respaldos vienen de quienes se oponen al avance de ese grupo, sobre todo entre los vecinos de Yemen. El ministro de Exteriores saudí, el príncipe Saud al Faisal, ha asegurado este lunes que si no se alcanza una solución pacífica, los países árabes “tomarán las medidas necesarias” contra lo que Riad considera una agresión orquestada por Irán.
Es cierto como señala Benomar que los milicianos de Ansarullah (nombre del grupo rebelde conocido como Huthi por el clan que lo lidera) también carecen de capacidad militar suficiente. Incluso si suman los 100.000 hombres en armas que estiman los analistas, se trata de en su mayor parte de aldeanos de las montañas del norte armados con viejos Kalashnikov. Pero tienen la ayuda, más profesional, de los fieles al expresidente Ali Abdalá Saleh en las distintas fuerzas de seguridad.
El país carece de esqueleto que lo sustente”, describe
un analista
Saleh, que gobernó de 1978 a 2012, ha hecho causa común con esos rebeldes a los que combatió durante la década pasada. Aunque no ha explicado ese giro, conviene recordar que sólo cedió el poder ante la enorme presión internacional y presuntas garantías para él y su familia, que ha ido perdiendo. Hadi, a quien él había nombrado vicepresidente, relevó a su hijo, Ahmed, y a sus dos sobrinos al frente de las principales fuerzas de seguridad, y el año pasado una resolución de la ONU abrió la posibilidad a sancionarle.
“Yemen es como un invertebrado al que le piden que se ponga de pie, pero carece de esqueleto que lo sustente”, describe gráficamente el diplomático y analista yemení Mustapha Noman.
Con su ya de por sí frágil economía completamente paralizada y la ayuda financiera saudí suspendida tras la toma del poder por los Huthi, dos tercios de los 24 millones de habitantes requieren asistencia, según la propia ONU. A esa situación al límite (10 millones no tienen suficiente comida y 850.000 niños están severamente desnutridos) se suma ahora el creciente peligro de atentados a medida que el conflicto adquiere tintes sectarios.
Yemen, que hasta la revolución de 1962 fue un imamato zaydí, siempre ha tenido muchos problemas, pero la convivencia entre la minoría de esa rama del islam chií y la mayoría suní no era uno de ellos. Ahora la afiliación chií zaydí de los Huthi, que empezaron como un movimiento evangelizador y se han convertido en una poderosa milicia, está sirviendo de coartada para otros intereses.
Por un lado, Arabia Saudí, país que tradicionalmente ha tutelado la política yemení y que comparte 1.500 kilómetros de frontera, ve a los Huthi como un instrumento de Irán y de su vieja aspiración de extender la revolución islámica. Aunque Teherán dice que sólo proporciona apoyo moral y las acusaciones de que les envía de armas nunca se han probado, esos rebeldes miran a Irán como modelo, muchos de sus simpatizantes han sido becados allí en los últimos años y los medios estatales les jalean.
Por otro, la rama local de Al Qaeda primero y ahora el EI, que el pasado viernes sorprendió al responsabilizarse de los atentados de Saná y este lunes se ha atribuido la muerte de 29 soldados en la provincia de Lahij, atacan a los Huthi para alentar el sectarismo. Algunas tribus suníes de Yemen ya han empezado a colaborar con esos extremistas violentos para frenar el avance rebelde.
El propio líder de Ansarullah, Abdel Malek al Huthi, ha utilizado esa amenaza como coartada para el llamamiento a la movilización general que lanzó el domingo. Sin embargo, su retórica antioccidental y su asociación con Irán impiden la colaboración con EE UU y sus aliados frente a ese enemigo común que es el EI.