El difícil tránsito de Crimea a Rusia

Un año después de la anexión, la población se reafirma en la unión con Moscú pese al aislamiento y la austeridad. Las nuevas autoridades sofocan toda deslealtad

Pilar Bonet
Simferópol, El País
Un año después de la anexión rusa, Crimea no ha finalizado aún su travesía entre dos mundos, aunque sus lazos con Ucrania, a la que, según el derecho internacional, pertenece, van siendo remplazados por otros con Moscú. Formalmente, Rusia ha integrado esos territorios (la república de Crimea y la ciudad de Sebastopol) del mar Negro, pero la adaptación es más compleja que el mero control institucional y militar.


En Crimea, el abastecimiento de bienes de consumo es suficiente, pero irregular y está en parte a merced de la marejada en el estrecho de Kerch, por el que circulan los transbordadores con Rusia. El agua escasea desde que los ucranianos bloquearon el canal de Crimea del Norte, y el turismo se ha desplomado. Además, la crisis ha obligado a rebajar las inversiones presupuestarias prometidas por Moscú y las sanciones occidentales aíslan a los bancos locales. Las calles y carreteras de la península están en un estado lamentable y el número de coches ha aumentado, porque en Rusia son más baratos que en Ucrania.

Sea como sea, los crimeos que votaron su incorporación a Rusia el 16 de marzo de 2014 no lamentan el paso dado en aquel plebiscito, posibilitado por los militares rusos enmascarados (infantes de marina y servicio de espionaje del Ejército, entre ellos) con apoyo de cosacos y milicianos. El viernes, el presidente de Rusia, Vladímir Putin, fue distinguido en Simferópol como primer “ciudadano de honor” de la península. El título fue otorgado también a Oleg Beláventsev por su “papel decisivo” en la “vuelta de Crimea a Rusia”. Beláventsev, hoy el representante de Putin en la península, fue enviado a Crimea por el Kremlin en febrero de 2014 para “salvar” al entonces presidente de Ucrania, Víctor Yanukóvich y llevarlo a Rusia escoltado por la flota del mar Negro. Cumplida la misión, se quedó en Crimea y en la noche del 26 al 27 de febrero coordinó la toma del Parlamento en Simferópol y la ocupación de otros centros estratégicos. Procedente del ámbito militar e industrial, Beláventsev es considerado próximo al ministro de Defensa ruso, Serguéi Shoigú.

La península está hoy más lejos de Occidente que hace un año. Ahora los ciudadanos de la UE necesitan un visado ruso para acceder a ella. Por avión, Crimea solo tiene comunicación directa con Rusia aunque, para volar al extranjero, algunas líneas aéreas recurren a trucos como escalas técnicas o desvíos (por el sur de Rusia) que borran el origen irregular del vuelo.

En diciembre, Ucrania suprimió el servicio de ferrocarril a Crimea. Esta corresponsal necesitó 23 horas para ir de Kiev a Simferópol en una combinación de tren, autobús, taxi y dos kilómetros a pie en uno de los tres pasos fronterizos del continente a la península. En el puesto de Armiansk, 608 camiones guardaban cola para entrar en Crimea, muchos de los cuales oreaban sobre la calzada patatas y manzanas.

La oferta de bienes de consumo es más austera que hace un año, los precios se han disparado y la inflación ha neutralizado la subida de sueldos cuando éstos pasaron a rublos. A maestros y profesores de universidad se les han rebajado los generosos salarios concedidos en la primavera de 2014.

La población de Crimea era de cerca de dos millones de personas, en su mayoría (58%) rusos, seguida de ucranianos (24%) y tártaros (unos 300.000). Tras la anexión, una minoría emigró, pero el grueso se ha adaptado a la nueva realidad. Además, un contingente de desplazados procedentes del este de Ucrania se ha instalado en la península.

Las autoridades locales están en guardia ante cualquier síntoma de deslealtad hacia el nuevo régimen. La OSCE ha denunciado la represión sobre los medios de comunicación y esta semana los órganos de seguridad han registrado los domicilios de dos periodistas críticas. Especialmente vigilados son los tártaros. Sus líderes, Mustafá Dzhemiliov y el jefe del Mezhlis (consejo de autogobierno), Rifat Shubárov, han sido vetados y residen en Kiev. Otros están en la cárcel, acusados de desórdenes ante el Parlamento local el 26 de febrero de 2014. Los estudios de la televisión tártara ATR han sido registrados y la compañía podría desaparecer si no le renuevan la licencia que expira el 31 de marzo, explica Lilia Budzhúrova, su directora, tras cuatro intentos fallidos de registrarse según la legislación rusa.

Serguéi Axiónov, el primer ministro de Crimea, es un líder enérgico y a veces arbitrario que recuerda algo al líder checheno Ramzán Kadírov: ambos gozan de una amplia permisividad por parte de Moscú. Las autoridades de Crimea han nacionalizado numerosas empresas ucranianas, basándose en una ley local sin correspondencia a nivel del Estado. De compensar a los antiguos dueños nadie habla.

Los implicados en la primavera de Crimea cuentan estos días diversas versiones. “Debemos subrayar al máximo nuestro propio protagonismo para minimizar los problemas de Moscú”, afirma un funcionario local. Putin divulgará su propia versión en el documental que la televisión rusa emite hoy. En él, el líder ruso afirma que no hubiera actuado en Crimea si la población local no hubiera querido, pero fuentes informadas insisten en que en la sesión del Parlamento local del 27 de febrero fue “manipulada”, pues no hubo quórum suficiente para convocar el referéndum.

Los militares al servicio de Ucrania con base en la península se dividieron. El jefe de la Marina ucraniana, Denis Berezovski, es hoy vicejefe de la flota rusa del mar Negro. Oficiales que creían asegurarse así el futuro en Crimea, descubren ahora en destinos del Cáucaso y Siberia cuán vasta y variada es su nueva patria. Rusia ha prohibido viajar al extranjero a los funcionarios de Crimea, relacionados con seguridad o con el orden público. Ucrania está incluida en la prohibición.

Muchos creen que el factor geoestratégico es la clave del comportamiento ruso, pero lo viven de formas diferentes. “Por fin estamos protegidos de la OTAN”, dice con orgullo la guía de un grupo de turistas rusos en las cercanías de Sebastopol. “Los misiles rusos controlan ahora toda la costa del mar Negro y Moscú ya no teme que echen a su flota de Ucrania”, constata un marino jubilado. “A Putin solo le importa la flota y ha dejado el resto en manos de bandidos”, dice un profesor universitario.

“La gente se niega hoy a comentar abiertamente sus problemas y están dispuestos a soportarlos, porque piensan que es más importante estar en Rusia”, afirma Budzhúrova. El deterioro económico en Ucrania, combinado con la propaganda, acelera la travesía de Crimea hacia Rusia.

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