Bale se gusta antes del Clásico

El galés contesta a las críticas con dos goles que permiten al Madrid llegar al Clásico a un punto del Barça. Cristiano, con una asistencia, rozó el gol. Benzema, a punto de marcar de espuela.


Madrid, As
Lo difícil, para un equipo como el Madrid, no es jugar bien, sino hacerlo mal. Lo extraño es que las musas no convoquen a otras musas. El prodigio es que los talentos no conecten. En eso pensábamos mientras asistíamos a los primeros veinte minutos, quizá treinta. La preparación de un equipo tan dotado debería estar encaminada a descartar las malas ideas y admitir el resto. No habría plan de vuelo, por tanto, sino pizarras en negativo: hagan lo que deseen menos lo que está aquí dibujado.


En la primera media hora el dinamismo fue la norma. Los madridistas, heridos en su orgullo, se pasaban la pelota con el entusiasmo de quien cede una antorcha olímpica. Había movimiento alrededor del balón, alternativas a quien lo conducía, bifurcación de caminos. Tal vez no haga falta más.

Al minuto, Bale remató después de una maniobra exquisita: control con el pecho, acomodo con la zurda y remate con la diestra, no muy desviado. El galés fue protagonista permanente de las acciones que siguieron, siempre con su tranco de pura sangre. Hasta que marcó el primer gol. En ese caso la jugada fue coral, iniciada por Modric y continuada por Benzema. Al pase del francés respondió Cristiano con una chilena en semifallo que sacó bajo palos Ramis. Mientras el portugués lamentaba su mala suerte (de modo algo teatral), Bale aprovechaba para marcar con la diestra.

La celebración del gol fue sorprendente: Bale se tapó los oídos, corrió hasta el córner y pateó el banderín. A falta de otras interpretaciones, la lectura es positiva: el chico siente y padece. Siendo así, conviene tener paciencia, la misma que practicará él con nosotros. Para un muchacho introvertido de Cardiff, los latinos debemos ser tipos desconcertantes, gente extraña de humor cambiante que se acuesta tarde y no come brócoli.

Cristiano siguió desperdiciando ocasiones y haciéndolo notar. Esa exhibición pública de ansiedad le favorece poco y, por lo visto, no le desahoga nada. Al contrario. Diría que le sumerge en un bucle de negatividad que culminó con el segundo gol de Bale: Cristiano chutó a puerta con todo a favor y el balón fue desviado sutilmente por su compañero. El portugués no supo si festejar o colocarse un crespón negro.

Antes del segundo tanto, consignarlo es de justicia, el Levante había disfrutado de sus mejores momentos, dominio sin oportunidades, pero un buen rato sin sofocos, tiempo para evitar la goleada.

En la segunda mitad, con todo decidido, el partido se abrió a los detalles. Ninguno brilló tanto como el remate de espuela que Benzema estrelló en una escuadra, en un gesto de absoluta genialidad. La elegancia, en el deporte (y tal vez en la vida), es hacer lo extraordinario sin aparentar esfuerzo, sin escorzos ni crispaciones. Así remató el francés y así respondió luego a su inconclusa obra de arte: con una sonrisa.

El resumen es que Bale se hace querer y el Madrid se rehabilita camino del Clásico. El ensayo sirve desde el punto de vista emotivo y cromático (blancos contra azulgranas), pero nada más que eso. El próximo domingo habrá algo peor que dragones de siete cabezas. Estará Messi.

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