Murió doña Yola, medio pueblo nació en sus manos

La Paz, Erbol
Ayer martes, la población yungueña de Irupana estuvo de duelo. Falleció Yola Quispe, la vieja matrona del pueblo, toda una institución para los habitantes del lugar. ¿Cuántos partos atendió durante su vida? Ella callaba, sólo sonreía. “Quizá hasta el tuyo”, parecían decir sus ojos. Los nacimientos en aumento nunca dieron tiempo para las estadísticas: “Yo atiendo, no pregunto ni su nombre de la persona que atiendo”.
La madre de Yola Quispe murió al darle a luz. No pudo expulsar la placenta y en la población donde nació no había los recursos necesarios para vencer el imprevisto. Pero no fue por eso que ella se hizo partera. No, en absoluto. Fue la casualidad la que la convirtió en operadora de la siempre complicada pista de aterrizaje por la que llega la vida.


No es exagerado decir que por lo menos medio Irupana nació en sus manos. Y es que decir Doña Yola en Irupana es igual que decir vida, parto, nacimiento... Hasta hace poco, no había SUMI que la aguante. La gente la seguía buscando para resolver la difícil posición en la que está el bebé o incluso para atender el parto.

Ella les pedía ir al hospital –“es gratis ¿nove?”-, pero no la escuchaban. Confiaban en ella, en su experiencia de décadas, en los frutos que están a la vista, caminando: los cientos de irupaneños e irupaneñas que llegaron a sus manos.

Con las manos en la placenta

Antes de llegar a Irupana, Yola Quispe vivió en La Paz. Tras la muerte de su madre, su padre la entregó a una señora que habitaba en esa ciudad. Sabía que tenía hermanos, pero no los conocía. Uno de ellos murió en la Guerra del Chaco y el otro vivía en Yungas. Era la época en que los prisioneros paraguayos construían el camino carretero a Irupana. Doña Yola recordaba que ingresó a pie, durante varios días de caminata, para conocer a su pariente.

No imaginaba entonces que su viaje no tendría retorno, que se quedaría para siempre. La partera que había en la población estaba embarazada y a punto de dar a luz. Le pidió a la joven Yola que se quede con ella para atenderla. Le dio las instrucciones que debía seguir una vez que le lleguen los dolores de parto y le dijo que el resto le iría indicando durante el proceso. Así fue, tuvo su primera clase práctica y, de inmediato, se graduó en el nuevo oficio.

Más tarde le pidieron atender a una segunda parturienta, luego una tercera , una cuarta… El resto lo hizo la publicidad más efectiva, aquella que va de boca en boca. Su fama creció tanto que hasta hace poco no era extraño que la busquen de lugares como Ocobaya, Chulumani o La Asunta. Aprendió parto a parto, vientre a vientre, bebé a bebé.

“Antes venían con mula y me llevaban, ahora vienen con auto”, recordaba. No importaba el día, la hora, la gente sabía que ella estaba siempre disponible para socorrer a una mujer que tenía dificultades con su embarazo o estaba a punto de dar a luz. Y al momento de pagar la factura, doña Yola tenía una verdadera cantidad de posibilidades: “No cobro. A su voluntad me regala la gente. La gente es bien agradecida, algunos me regalan plata y también alimentos, esas cosas. Otros me dicen ‘te pagaré en trabajo’ y así lo hacen”.

La intuición y la experiencia eran sus dos principales herramientas. Creía mucho en sus sueños, incluso para atender sus propios problemas de salud. “Yo tenía cáncer y en la noche el Señor me decía ponte esta yerba o ponte esta otra. Rezando nomás me he curado”.

Una de sus virtudes reconocidas en Irupana era su capacidad para predecir, sin la ayuda del ecógrafo, claro- el sexo del bebé que se encontraba en camino. Les tomaba el pulso y les decía si va a ser varón o mujer. ¿Cómo lo hacía? “Les tomo el pulso y me viene nomás a mi cabeza lo que les voy a decir. Y se cumple”. Con pena, recordaba que –también tomándoles el pulso- descubría que el bebé estaba muerto.

En los últimos años, las autoridades del Ministerio de Salud han intentado controlar el trabajo de las parteras, además de capacitarlas para garantizar ciertos niveles de higiene. Doña Yola recordaba que la invitaron una vez al Hospital de Irupana para darle cursos de capacitación, aunque aseguraba que todo lo que le dijeron ella ya lo sabía.

Había sacado de sus prácticas el uso de yerbas durante el proceso de embarazo, pese a que ella les tenía una gran fe. Es más, en el último tiempo hasta evitaba atender partos y se limitaba a dar masajes para corregir la posición del bebé. Lo que no entendía era cómo muchos de los médicos no atienden un parto porque lo consideran difícil. Rememoraba las veces en la que los familiares de una embarazada la llevaron al hospital en calidad de visita para resolver algunos problemas de posición del feto. “Me salía corriendo porque el bebé ya estaba naciendo”.

Doña Yola tuvo a sus hijos en el hospital de Chulumani, debido a que en Irupana sólo había un hombre partero. Ella relataba que, por cuenta propia, acomodó con sus manos la posición del bebé y facilitó la tarea del médico que la atendió.

Es cierto, hoy las mujeres tienen una serie de incentivos para acompañar su proceso de parto en el Centro de Salud. La gratuidad de la atención y el bono Juana Azurduy son atractivos muy grandes. Pero para muchas mujeres nunca estaba demás una visita a Doña Yola, quien no se hacía problema alguno si sus clientas daban luego a luz en el hospital.

Ella aseguraba que hace rato pasó de los 100 años de vida, hay quienes lo dudan, pero es seguro que Doña Yola gastó décadas escuchando el primer grito de los recién llegados. Al ver sus manos viejas, marcadas por el trabajo del campo, uno no podía imaginar toda la vida que han recibido.

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