El asesino del francotirador, a juicio

Un pueblo rural de Texas es el escenario para el proceso en contra de Eddie Ray Routh, acusado de matar a dos veteranos en 2013

Antonieta Cádiz
Stephenville, El País
Eddie Ray Routh, un veterano de la guerra de Irak de 27 años, acababa de descerrajar más de una docena de disparos a otros dos excombatientes en un campo de tiro de Stephenville, un pueblo perdido al sur de Texas. La policía encontró la camioneta que conducía y le instó a bajarse. Él se atrincheró y requirió la presencia de sus padres. “He acabado con un par de almas y todavía me quedan más”, dijo Routh a los agentes. Las almas eran las dos víctimas. “Hijo, ¿qué te ocurre? Hazle caso al agente”, le suplicó la madre.


Era el 2 de febrero de 2013. Unas horas después, los agentes detuvieron al joven Routh. Una de sus víctimas era Chris Kyle, 38 años, el francotirador más letal en la historia militar de Estados Unidos. Kyle es el protagonista de El francotirador —interpretado por Bradley Cooper—, la última película de Clint Eastwood, que opta a seis Oscar en la ceremonia del próximo domingo. El filme —la historia de un soldado extraordinario y su traumático regreso a la vida civil— toca una fibra sensible en Estados Unidos, un país golpeado por más de una década de guerras sin victoria en Irak y Afganistán.

Los supervivientes de aquel drama han empezado a revivir esta semana lo sucedido hace dos años. Lejos del glamour de Hollywood y los Oscar, lejos del Pentágono y de la Casa Blanca, en Stephenville —de 18.000 habitantes, y a dos horas de coche de Dallas—, se juzga a Routh. Allí, en la sala de audiencias del tribunal, se concentran todos los traumas que las guerras han dejado en EE UU: no sólo los muertos, propios y ajenos, sino las decenas de miles de soldados que han regresado con heridas físicas y mentales.

Kyle y Routh eran dos de estos soldados afectados por el síndrome de estrés postraumático, que provoca ansiedad, depresiones y suicidios. Kyle logró cierta adaptación a la vida real. Considerado un héroe en círculos militares, ayudaba a otros excombatientes con problemas para reintegrarse en el país que tras los atentados de 2001 les envió a luchar a naciones lejanas, en Oriente Próximo o Asia Central.

Para Routh fue más complicado. Sus abogados insisten en que, en el momento del asesinato de sus dos compañeros en un campo de tiro, presentaba un tipo de psicosis severa y que cuando se produjeron los hechos estaba bajo los efectos de la marihuana y el alcohol.

Los caminos de Routh y Kyle se unieron después de que un día de enero de 2013 la madre del primero, el futuro asesino, llamase a Kyle, la futura víctima, para pedirle ayuda con su hijo, quien había sido hospitalizado por problemas mentales.

Aunque no se conocían, Kyle —junto con Chad Littlefield, otro veterano— y Routh fueron por la mañana juntos a disparar a Rough Creek Lodge, cerca de Stephenville. Al caer la tarde, sólo Routh volvía con vida del recinto.

Stephenville, invadido estos días por decenas de medios de comunicación, parece un pueblo congelado 50 años atrás. En el café Jake and Dorothy’s, las camareras y los clientes se saludan por el nombre. Sólo se puede pagar en efectivo o con cheque, los trabajadores van vestidos como para ir a un rodeo y se puede fumar en su interior sin restricciones.

Los locales comerciales que rodean al tribunal están inundados de símbolos patrióticos, además de artículos propios de un western de John Wayne, por ejemplo, El hombre que mató a Liberty Valance. En Stephenville, la historia de Kyle es el tema de todos los días. “¿Cómo va el juicio?”, pregunta Laurie, camarera del Jake and Dorothy’s. “Aquí hemos hablado mucho de ello, cómo un error puede pagarse tan caro. Este pueblo no es muy grande y todos sabemos lo que pasó”, explica Juan Trejo, friegaplatos en el restaurante.

Lo que pasó se desgranaba el pasado jueves meticulosamente en la sala del juicio. Allí, el veterano de guerra Eddie Ray Routh no se conmueve. Ni una mirada, ni un solo gesto, ni siquiera cuando ve el vídeo grabado por la policía en el que su madre le implora que baje de la camioneta, antes de iniciarse la persecución que llevó a su arresto.

Sin derramar una sola lágrima, Taya Kyle mira las fotografías que el fiscal de distrito, Alan Nash, presenta al jurado, las imágenes de los cadáveres ensangrentados de su esposo y Littlefield, la descripción exhaustiva de las armas encontradas y los casquillos de bala que se recogieron. El letal francotirador abatido por fuego amigo. Los padres de Kyle evitan las imágenes y clavan su vista en el suelo.

Quizá sean los nervios los que hacen que Taya Kyle se pasee por los pasillos del tribunal. La gente se calla a su paso y ella pasa regalando breves sonrisas. A la esposa del veterano Kyle la interpreta en el filme de Eastwood Sienna Miller. “Es hermosa”, dice una de las mujeres que aguarda para entrar en la sala, mientras otra admira su vestido, tacones y maquillaje; un estilo que no abunda en un pueblo rural como Stephenville, dedicado a la elaboración de productos lácteos.

El juicio está en su fase inicial, todavía queda mucho camino que recorrer. Cada día se revelan más detalles de una crónica donde todos fueron víctimas y verdugos, torturados por los mismos fantasmas de una guerra sin ganadores, sólo vencidos.

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