Adaptarse a lo inesperado

La OTAN pugna por ajustar un modelo anquilosado para hacer frente a Putin

Ian Traynor
The Guardian
La democracia es un embrollo. Y, cuando se trata de coaliciones multinacionales como la OTAN o la Unión Europea, es además muy burocrática. Comités y grupos de trabajo, cumbres y consensos, conflictos y concesiones, ejércitos de sherpas que conquistan montañas políticas para intentar llegar a acuerdos. La democracia internacional no permite actuar de forma rápida, firme ni eficaz. Los dictadores y los regímenes autoritarios lo tienen más fácil. Tocan un interruptor, tiran de una palanca, y empiezan a pasar cosas, muchas veces de forma inmediata.


Ese es uno de los motivos de que el enfrentamiento entre el presidente ruso, Vladímir Putin, y Europa en Ucrania esté tan sesgado; de que una de las partes actúe y la otra tenga dificultades para reaccionar; de que un bando tenga siempre la iniciativa y la otra vaya siempre rezagada; al menos, a corto plazo. Seis meses después de que el Kremlin dejara estupefacta a Europa al apoderarse de parte de Ucrania, la cumbre de la OTAN en Gales dio a conocer sus ideas para afianzar la seguridad en Europa del Este. La Alianza llevaba más de dos decenios asediada por las dudas. ¿Había perdido el sentido una vez ganada la Guerra Fría?

Putin dio a los estrategas militares de Mons y a los ejércitos de burócratas de Bruselas una nueva razón para vivir. El propósito fundamental de la OTAN —hacer frente y contener a Rusia— volvía a tener legitimidad. La cumbre decidió colocar de inmediato una fuerza de punta de lanza de más de 5.000 hombres en Polonia y los países bálticos: pequeñas unidades de fuerzas especiales en el plazo de unas horas y refuerzos más sustanciales en cuestión de días, al primer indicio de problemas.

Eso pasó hace seis meses. Sin embargo, desde la cumbre de septiembre, el plan se ha quedado atascado en interminables discusiones sobre quién tiene que hacer qué, y dónde. ¿Quién va a pagarlo? ¿De dónde va a salir el material? ¿Acudirán los estadounidenses en auxilio de los europeos? ¿Quién tendrá el mando? Los ministros de Exteriores de la OTAN se reunieron en Bruselas en diciembre para intentar dar contenido a la idea. Los embajadores europeos se quejaron de la lentitud. El mes pasado, dijeron que la situación no había cambiado. Se supone que los ministros de Defensa de la Alianza van a acelerar este 5 de febrero el despliegue de fuerzas, ponerse de acuerdo sobre el tamaño y la composición exactos de las tropas y sobre quién va a costear la operación.

"Cada uno va a pagar su propia aportación", dice un alto funcionario de la OTAN. Pero la actitud decidida que se vio en Gales muestra señales de fatiga. En un reciente discurso en Washington, Victoria Nuland, máxima responsable para Europa del Departamento de Estado norteamericano, dijo que deben participar los 28 miembros de la Alianza. "Algunos Gobiernos ya están escabulléndose", dijo.

El alto funcionario de la OTAN reconoce que la punta de lanza no estará desplegada, por lo menos, hasta el año que viene. Un tiempo muy largo cuando en la frontera oriental de la Alianza Atlántica se libra una guerra. Hace 13 años, con la convicción de que el enfrentamiento entre Este y Oeste había terminado, la OTAN redujo los planes que le habían permitido actuar en Europa durante la Guerra Fría. Ahora es difícil recuperarlo. Desde entonces, las infraestructuras logísticas y técnicas se han deteriorado. Por ejemplo, transportar a toda velocidad vehículos acorazados pesados y carros de combate desde el centro de Europa hasta las fronteras rusas en el Báltico es complicado, por el mero hecho de que en Alemania ya no existe el ancho de vía necesario para esos trenes.

En Occidente, esa reacción confiada, tibia y burocrática ante un Kremlin despiadado va acompañada de la falsa sorpresa de que los rusos no respeten las reglas del juego y hayan dado con una temible guerra híbrida: televisión, refutaciones inmediatas, fuerzas paramilitares, canalización de fondos, armas y material a protegidos locales, argumentos verosímiles para negar cualquier relación, la formación y el soborno de caballos de Troya políticos en Europa.

Lo único nuevo de todo esto es que se utilizan armas más modernas. El KGB ya lo hizo durante décadas. Como dice el alto funcionario de la OTAN: "El Komintern hacía lo mismo en la década de 1920". Por ejemplo, la guerra de propaganda. Es como si Putin hubiera sacado de la nada una nueva máquina de manipular. En realidad, se propuso eliminar de forma sistemática la televisión independiente a los pocos meses de llegar a la presidencia en marzo de 2000, sobre todo después del desastre del submarino Kursk en el Ártico, en agosto de ese año. Los dos principales magnates de la televisión, Boris Berezovsky y Vladimir Gusinsky, tuvieron que renunciar a sus imperios mediáticos y huir del país. Hoy, Putin dedica cientos de millones a construir una televisión compuesta por entretenimiento al estilo de Silvio Berlusconi y feroz propaganda contra Occidente y Ucrania.

¿Qué reacción ha habido? Mucha reflexión sobre las "comunicaciones estratégicas". La OTAN ha creado una unidad especial dedicada a pensar cómo competir con esa situación. En la UE existen planes de Letonia y de Estonia; cartas enviadas a la Comisión Europea por el Gobierno británico y el danés. Los holandeses han aportado medio millón de euros para financiar un proyecto. Algunas ONG se han apuntado. Federica Mogherini, la coordinadora de la política exterior de la UE, tiene la orden de averiguar cómo contrarrestar la propaganda rusa.

"Hay mentiras continuas, distorsionan la realidad. Es repugnante. La propaganda es moralmente intolerable, y suele tener poca eficacia", dice un funcionario letón que participa en los proyectos de comunicación. Pero la televisión de Putin, como Fox TV, es muy eficaz. Occidente no sabe cómo combatir lo que Nuland llama "una infame campaña de propaganda financiada desde el extranjero en nuestros medios de comunicación".

"Todo el mundo está de acuerdo en que hay que hacer algo", dice el funcionario letón. "¿Pero qué? Ese debate no ha terminado todavía".

Traducción: María Luisa Rodríguez Tapia.

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