Un gran Valencia frena en seco la racha del Real Madrid


Valencia, As
Después de 22 equipos sin respuesta, el Valencia nos enseñó, por fin, qué hace falta para ganar al Madrid. Tres centrales soberbios y que uno se llame Otamendi. También es necesario un estadio como Mestalla, fijo o portátil. Valor, coraje, entusiasmo. Añadan el rescate de un millonario de Singapur y el estímulo de un pasillo no deseado. El resultado ya lo conocen. Valencia es feliz. Curitiba, también.


Si el éxito valencianista adquiere todavía mayor relevancia es porque su triunfo es total. Se impuso con el balón y en las pruebas olímpicas, incluyan los torneos de lucha grecorromana que se organizaban en cada lanzamiento de córner. No es frecuente que al Madrid le ganen tantas batallas al mismo tiempo. Resulta extraño que encuentre un rival más rápido o más fuerte, alguien que le resista 90 minutos de pelea.

Quizá la primera sorpresa es que el Valencia no se desfondó jamás. Lo hizo contra el Atlético después de marcar tres goles. Esta vez, su misión estuvo comprometida hasta el último segundo, cuando Otamendi, escudo antimisiles con forma humana, desvió un tiro de Marcelo que hubiera entrado en cualquier campo y frente a otro adversario. En las mejores fotos de esa jugada podrán distinguir al destino, espectro sonriente. Encadenar 22 triunfos seguidos implica una acumulación de buena fortuna que algún día, por pura estadística, se ha de volver en tu contra. Desconfíen de las rachas formidables, recuerden Mestalla.

Además de lo esotérico y lo hormonal, el partido se explica desde la pizarra. Mientras Ancelotti repitió el dibujo de las tardes plácidas, Nuno volcó sus fichas hacia la portería del Madrid: tres centrales, cinco medios, Alcácer y Negredo. En combinación con el público, el Valencia generó una primera ola que duró cinco minutos, los primeros.

El rugido despeinó a los visitantes, pero no hubo bajas, ni pérdidas de consideración. El Madrid se recompuso en contacto con el balón, apoyado en Kroos e Isco, confiado en sus experiencias anteriores. A los doce minutos, un penalti de Negredo por mano dentro del área pareció allanarle el camino. Cristiano batió a Diego Alves (mérito a reseñar), sumó su 26º gol en Liga y la duda se instaló en Mestalla y alrededores.

En los minutos que siguieron, y hasta el descanso, el Madrid controló el encuentro. Dentro de lo posible, quiero decir. Si oyen que fue un duelo de altísima intensidad física entiéndanlo como un eufemismo que pretende proteger los oídos del público infantil, tan excitado estos días. Sin llegar a la violencia (el balón siempre andaba por allí), en el partido hubo dureza, rudeza y golpes, todo aquello que asociamos con la virilidad en su versión troglodita. Las zonas más humeantes casi siempre coincidieron con las pisadas de Otamendi. Deben saber que el central argentino no tiene entre sus muchos tatuajes ni a Martin Luther King ni a la Madre Teresa.

En mitad de aquel Vietnam, Cristiano tuvo la oportunidad de marcar el segundo tanto y congelar definitivamente el choque. No lo logró. Burló a Diego Alves y luego se imaginó más rodeado de lo que estaba, de modo que disparó con precipitación y al lateral de la red. Se entiende. Nunca tres centrales se multiplicaron tanto como Mustafi, Otamendi y Orban.

La lesión de Piatti y la entrada de Gayá sirvieron para mejorar la disposición del Valencia, más abierto y compensado, sobre todo tras el gol de Barragán, un disparo que se hizo mortal al tocar en Pepe. Fue entonces, en pleno subidón local, cuando comenzó a hacer aguas el Madrid, inferior en efectivos y especialistas en el mediocampo. Hacer jugar juntos a James, Isco y la BBC es un riesgo demasiado alto en estadios como Mestalla, donde la fontanería es tan importante como la decoración de interiores.

Ancelotti intentó corregirlo dando entrada a Khedira y Jesé por James y Bale, pero no funcionó. Diría que hasta se echaron de menos los recursos del galés, pecaminosamente chupón en una internada que hubiera supuesto el 1-2. A cambio, Otamendi logró el gol de la victoria con un cabezazo espléndido en el que desafió a Sergio Ramos, ahí es nada. Fue la guinda a un partido fabuloso que el Valencia acabó por hacer suyo en cuerpo y alma. El asedio final del Madrid sólo sirvió para comprobar que, después de 22 partidos, aquella no era su fiesta. Era la del Valencia. Y la del Coritiba.


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