París, en estado de choque emocional

El asalto a un supermercado judío se salda con el atacante y cuatro rehenes muertos
Las tensiones vecinales emergen en la espera del fin del secuestro

Álex Vicente
París, El País
Cuatro detonaciones y un tiroteo. Un grito colectivo de ansiedad. La silueta aturdida de varios rehenes corriendo hacia el vacío. Y un número impreciso de caídos, que se fue oscureciendo con el paso de los minutos. Con esta acelerada secuencia terminó este viernes, pasadas las cinco de la tarde, la toma de rehenes urdida por Amedy Coulibaly en un supermercado judío situado junto a la Puerta de Vincennes, en la frontera este de la capital francesa, en un barrio limítrofe y sin nombre, de clase media y cierta multiculturalidad. El secuestro se produjo en una ciudad ya sumamente angustiada y, por momentos, rendida al pánico tras el atentado contra el Charlie Hebdo, y al mismo tiempo que el cerco a sus supuestos autores.


“En este barrio no hay problemas. Pertenecemos a religiones distintas, pero jugamos juntos a fútbol”, afirmaba un joven musulmán que aguardaba el fin del secuestro. A su lado, decenas de personas se concentraban al otro lado de un perímetro de seguridad situado a 500 metros escasos del supermercado kosher. Sin embargo, las tensiones emergieron este viernes durante la tensa espera que precedió al desenlace del secuestro. Un vecino blanco intentó arrancar el velo de una joven musulmana, con el consiguiente ataque de pánico general. Vecinos judíos discutían con árabes de política. Y algo más allá, magrebíes lo hacían con subsaharianos. Todo el mundo parecía culpar de lo ocurrido a una extraña entidad llamada Francia.

Cohen, veinteañero cubierto con una kipá, esperaba a reencontrarse con su hermana, atrincherada en casa tras escapar del supermercado cuando Coulibaly, un delincuente reincidente convertido al islamismo radical, irrumpió en el lugar. “Había ido a hacer las compras para el sabbat, pero ha logrado huir con otros clientes y una cajera”, explicaba. “Dice que tiene su cara grabada”.

Frente a hileras interminables de patrullas antidisturbios se acumulaban vecinos que no podían regresar a sus hogares, atrincherados en el bar de la esquina para conocer la última hora que las fuerzas de seguridad les negaban. Y también numerosos padres de alumnos de los cuatro centros escolares pegados al lugar de los hechos, que no fueron desalojados hasta pasadas las 16.00. “¿Estás bien? Tranquila, seguro que no será nada”, decía un padre a su hija por teléfono, tratando de parecer confiado. Al otro lado del perímetro de seguridad, decenas de coches bloqueados esperaban a poder volver a rodar.

El asalto llegó sin previo aviso, fue breve y produjo un respiro de desahogo algo ilusorio. “Ya está. Todo ha terminado”, decía una señora con lágrimas en los ojos, antes de darse cuenta de que quizá no fuera así. La banda sonora de las sirenas, que se expande estos días por la ciudad a todas horas, no tardó en volver a sonar. Cuatro rehenes y el asaltante murieron en el supermercado.

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