Neymar brilla y Gil Manzano la lía en un partido de locos

El brasileño hizo un doblete. El árbitro pitó un penalti al equipo rojiblanco que no era, le birló otro, expulsó a Gabi y Mario y perdonó la roja a Arda por tirar una bota al asistente.


Barcelona, As
El partido era Woodstock. Diversión y espectáculo, estrellas inspiradas, gente corriendo de un lado a otro y abrazándose a la mínima, roce y sudor, apasionante caos y un público entregado. Era una fiesta para la historia. Pero entonces Gil Manzano se olvidó de que su sólo era el taquillero y se creyó Hendrix. Al descanso se había cargado el encuentro, repartiendo desmanes como el que da cartas: una para ti, otra para él, todos desquiciados. Pasó el Barça, que fue superior y enlaza siete victorias desde aquella crisis que hoy parece lejana. Cayó el Atleti, que soñó con ser héroe y acabó con nueve y magullado. Perdimos todos, cuando el árbitro convirtió la princesa en calabaza y destrozó el festival.


Fernando Torres, delantero de partidos grandes de toda la vida, tardó 40 segundos en empatar la eliminatoria. Curiosa especialidad la del Niño, que lleva tres goles en el primer minuto tras sacar de centro, dos en Chamartín y este. Fue un golazo. Mal pase largo de Mascherano, corta Siqueira y el balón le cae a Torres en la frontal para recortar al argentino y disparar ajustado al palo. Locura desatada.

El Barça, incómodo en ese césped más de jardín que de estadio, respondió de la forma más inesperada, como si hubiera intercambiado cuerpos con su rival: al contraataque. Sin Godín marcando el tono y Tiago guardando la posición, el Atleti ofreció espacios a Messi, Neymar y Luis Suárez. En algunos idiomas a eso lo llaman suicidio. En una contra, a los 9’, Messi le hizo cosas feas a Mario Suárez en la banda, cedió al uruguayo y éste habilitó a Neymar, que entraba solo hacia el área , perseguido por Juanfran como si en vez de al fútbol jugasen un rescate. Dónde estaban los centrales atléticos da para un capítulo doble de Cuarto Milenio. El brasileño, que es un escándalo, batió a Oblak, que cayó a lo Zubizarreta: como un saco.

El empate convirtió el partido en un Ali-Frazier o un Bogart-Bacall, intercambio de golpes físicos y verbales. Ida y vuelta. Emoción. Si por allí había centrocampistas, nadie los vio. A Neymar le anularon un gol por un fuera de juego que no parecía; Torres, con la gasolina del gol, participaba mucho y siempre bien; Griezmann probó a Ter Stegen con una volea, y cuando más vibraba el Manzanares, Gil Manzano se vino arriba. O abajo. Según se mire.

Atentando contra el principio de impenetrabilidad de los cuerpos, Juanfran intento atravesar a Mascherano en su camino hacia el área. Fue imposible, claro y cayó al suelo tras chocar con el argentino. No fue falta y además fue fuera del área. En una doble pirueta, el árbitro señaló penalti y Raúl García marcó el 2-1. El Barça volvió a responder robándole la identidad al Atleti: ahora de córner. Lo sacó Rakitic y lo peinó Busquets. Tantas veces ha marcado así Miranda, llegando a remachar al segundo palo, que se equivocó y la metió en su portería. Sin Godín, la defensa rojiblanca resultó irreconocible.

En los siguientes diez minutos, Gil Manzano cerró la eliminatoria. En el 41’, Griezmann remachó a placer desde cerca y allí voló Alba para evitar el gol con una zamorana. El penalti era obvio, pero no estaba el árbitro por la labor de resultar previsible. “Este lo pita cualquiera”, pensó mientras miraba como de la mano surgía una contra magnífica que culminó Neymar con su clase infinita. Del 3-2 al 2-3 en 30 segundos.

El golpe combinado entre un futbolista maravilloso (Neymar) y un árbitro, digamos, diferente fulminó al Atleti, que se desquició. Rumbo a la ducha, los dos equipos se enzarzaron en una de esas tanganas que los colegiados suelen dispersar con diplomacia. No nuestro protagonista, que expulsó a Gabi por protestar en el túnel de vestuario. The end.

Al descanso el Atleti se fue como un equipo y volvió como una banda. Desesperado. La segunda parte fue indigna de la primera. El Barça dejó pasar el tiempo hacia una victoria segura, mientras los rojiblancos buscaban cualquier pequeño charco para meterse en él. En otra decisión incomprensible, Gil Manzano le perdonó una roja indiscutible a Arda por tirarle una bota al línea (en serio) y acabó echando a Mario, que se lo había trabajado. Horrible final para un partido a que no permitieron convertirse en legendario.

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