El camino de París a la yihad

El nihilismo, el conflicto sirio y la sofisticación de la propaganda espolean el reclutamiento de jóvenes que abrazan la violencia en el corazón de Europa

CÉCILE CHAMBRAUD (LE MONDE)
Algunos son muy jóvenes, a veces conversos, a veces de familia musulmana, unos rurales, otros urbanos, de entornos desfavorecidos o de la clase media, y entre ellos hay mujeres jóvenes, parejas con hijos... Los europeos sienten vértigo al descubrir en los medios de comunicación, semana tras semana, el nuevo rostro de cientos de sus hijos que parten a Siria a alistarse en las filas de la insurrección yihadista, o sienten la tentación de hacerlo. “Nuestra capacidad ha llegado al límite”, se alarmaba recientemente el fiscal general de Alemania, Harald Range, ante el número de investigaciones abiertas. En Francia, los servicios de seguridad calculan que alrededor de mil personas se han incorporado a la guerra santa o han vuelto de ella.


¿Qué significa este entusiasmo por unirse a unos combatientes conocidos por las cabezas cortadas, los rehenes asesinados y los pueblos enteros martirizados? ¿Cómo comprender qué es lo que convence a unos jóvenes, algunos aparentemente bien insertados, para ir a arriesgar su vida por una causa a la que, en algunos casos, nada parecía predestinarles? ¿Cómo interpretar la velocidad con la que esos jóvenes toman la decisión, tal como atestiguan los padres aterrados e impotentes?

Los conversos a la religión musulmana ofrecen, en opinión de Olivier Roy, profesor en el Instituto Universitario Europeo de Florencia, una primera “clave de comprensión” del fenómeno. “Su elevado porcentaje (entre el 20% y el 25%) muestra que no estamos ante la radicalización de una parte de la población musulmana”, explica. “Es una constante desde hace 15 años”. “El fenómeno tiene sobrepasadas a las comunidades musulmanas”, dice Farhad Khosrokhavar, autor de un libro titulado Radicalisation (Maison des sciences de l’homme, 2014). “Desde hace año y medio se ha vuelto mucho más global. Ahora afecta también a la franja de edad entre 15 y 17 años y a las clases medias”.

¿Cómo explicar esta oleada de alistamientos? Para Olivier Roy, esos jóvenes están atrapados en un “movimiento generacional” caracterizado por una forma de nihilismo. “En los mensajes que dejan algunos, dicen: ‘Yo tenía una vida vacía, sin propósito’. Mi generación escogía la extrema izquierda; ellos, la yihad, porque es lo que hay ahora”.

Influye también Oriente Próximo. Según Samir Amghar, investigador en la Universidad de Quebec, hasta la revuelta siria contra Bachar el Asad “nos encontrábamos en una fase de declive del yihadismo”. La muerte de Osama bin Laden, la detención de numerosos jefes y la reinserción de otros en los regímenes del Golfo se habían conjugado para debilitar el movimiento. “Las primaveras árabes le dieron nuevo impulso”, continúa el especialista, “sobre todo con la liberación de numerosos yihadistas encarcelados, por ejemplo en Túnez y Libia. Y Siria proporcionó una zona de conflicto, una nueva utopía”.

El hecho de que Occidente renunciara a intervenir contra el régimen de Bachar el Asad en 2013, después de que utilizara armas químicas, pudo reforzar la revuelta contra el sentimiento de abandono de la oposición siria.

Para describir por qué el absceso sirio tiene tal poder de atracción, Mohamed Ali Adraoui, autor del ensayo El salafismo globalizado (PUF, 2013), establece un paralelismo con la capacidad de movilización de una organización no gubernamental. Una ONG “funciona a través de la globalización y la utopía”, explica. “Cuando se produce una catástrofe en alguna parte, las personas movidas por ese espíritu de solidaridad se apresuran a ir allí”. En este caso, la catástrofe es el conflicto sirio, con sus imágenes de civiles utilizados como objetivos o envenenados con armas químicas.

En las motivaciones de quienes han ido a luchar en los últimos meses, afirma también Farhad Khosrokhavar, “está una reinterpretación del fin humanitario. Muchos no están en la yihad. Allí, con el adoctrinamiento, pueden transformarse”. La facilidad de acceso a los escenarios de guerra contribuye a convertir el fenómeno en una oleada sin precedentes, según Jean-Pierre Filiu. “Salen de París por la mañana y llegan allí por la noche”.

“Muchos van a Siria solo para demostrar que son capaces de ir”, dice un experto

La Argelia de los años noventa, marco de un enfrentamiento muy sangriento entre Estado e islamistas, representa un ejemplo de lo contrario que resulta muy instructivo. A pesar de los lazos entre ese país y Europa, en particular Francia, no tuvo el mismo efecto llamada para los jóvenes europeos. Fue, explica Farhad Khosrokhavar, porque, al contrario que el drama sirio, no se inscribió en el contexto de esperanza colectiva de las revoluciones árabes. El investigador identifica una dimensión europea en esta tentación yihadista. Para empezar, porque afecta a muchos países del continente en la misma escala, mucho más, proporcionalmente, que a Estados Unidos. “Existe un malestar europeo. La nación, en el corazón de la construcción de Europa, está en crisis. Europa ya no consigue dar un horizonte de esperanza a su juventud”, explica.

En L’Apocalypse dans l’islam (Fayard, 2008), el historiador Jean-Pierre Filiu insiste en la importancia de la dimensión apocalíptica, asociada al territorio de influencia del Estado Islámico. El Sham, el equivalente al Levante, con la franja sirio-iraquí en el centro, está vinculado en la tradición musulmana a profecías del fin de los tiempos. Unas profecías que ocupan el centro del discurso de los yihadistas y que intervienen en la seducción ejercida por el campo de batalla. “Cuanto más endeble es la cultura musulmana de los candidatos a la yihad, más fuerte es el papel de las profecías”, destaca Filiu. “Este aspecto está ligado a la fascinación de la violencia, la cultura gore que vemos por todas partes”, opina Olivier Roy. “Es un fenómeno profundamente moderno y generacional. La dimensión apocalíptica está en nuestra cultura. No queremos ver que el EI es un producto de nuestra modernidad”.

Este universo se ilustra a través de documentos, en especial vídeos, que los aspirantes a la yihad tienen a su disposición en Internet. Dounia Bouzar y el Centro francés de prevención contra las derivas sectarias vinculadas al islam estudian lo que contemplan en la Red los jóvenes tentados a marcharse. La investigadora advierte sobre la sofisticación de la propaganda yihadista, que hoy presenta “ofertas individualizadas” para deslizarse en los distintos “universos de referencia” de los jóvenes. Algunos resaltan los “valores humanistas” y altruistas, otros toman prestados elementos de los videojuegos, otros insisten en la “comunidad de sustitución” que el compromiso podría dar a los jóvenes con problemas para encontrar un lugar propio. “Al principio”, explica Dounia Bouzar, “les atrapan en Internet cosas que a veces no tienen nada que ver con el islam, sobre todo teorías de la conspiración”.

La antropóloga describe también en su informe “las técnicas de secta” que utilizan los reclutadores en Internet: el aislamiento y después la ruptura con los familiares y amigos, la despersonaliza-ción, las teorías de la conspiración. Roy matiza: “Estos jóvenes son voluntarios. Son ellos los que buscan las páginas web”. ¿La red es el principal agente de reclutamiento de la yihad? Samir Amghar lo duda: “Internet es un lugar de socialización, de alfabetización yihadista. Pero no es Internet lo que les incita a marcharse. Suele ser un amigo, alguien que conocen, un líder carismático”.

Internet y las redes sociales, en cualquier caso, aportan otra dimensión poderosa al compromiso de estos jóvenes que incluye la construcción de sí mismos. Ahora, los que se van comparten a veces su recorrido con los internautas, colgando fotos y vídeos de cada etapa. Se fotografían con un Kaláshnikov, incluso aunque nunca hayan combatido. “La persona se transforma”, resume Filiu. “Se convierte en un guerrero. Maxime Hauchard [un francés que aparece en los vídeos de las decapitaciones] se convierte en Abu Abdalá Al Faransi, cargado de armas. La transformación física también es impresionante. Acaban por parecerse a Al Bagdadi”, el jefe del Estado Islámico.

El “amateurismo” de estos nuevos reclutas va de la mano de la “teatralización” de su compromiso, según Samir Amghar. “Es una visión estética del islam. Van a Siria, más que para combatir contra El Asad, para demostrar que son capaces de ir. Es una pose. Estos jóvenes son producto de una sociedad occidental en la que la imagen es fundamental y en la que es difícil vivir en el anonimato. Incluso con poco talento, se puede ser una estrella”. Y jugar con la muerte.

Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia

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