ANÁLISIS / Todos somos Charlie
La emoción colectiva es tan intensa que va a silenciar las disonancias políticas
Christine Ockrent, El País
Francia, conmocionada, descubre que se encuentra unida. Azotada por el horror bárbaro, glacial, de la ejecución a sangre fría de 10 colaboradores de Charlie Hebdo y dos policías el pasado miércoles en París, esta nación a la que le gusta contemplarse sin descanso en su propio espejo ha reaccionado con una contundencia y una determinación de las que se creía incapaz.
Los caricaturistas fallecidos encarnaban desde hace décadas la irreverencia, la libertad de criticar a golpe de lápiz el orden establecido, a los políticos y a los ricos que fuman puros, al Papa y a la reina de Inglaterra, a los imbéciles, a los fanáticos de toda condición y, en consecuencia, desde hace algún tiempo, a los islamistas barbudos que periódicamente los amenazaban. “¡Qué duro es ser amado por gilipollas!”, se lamentaba Mahoma, tapándose la cara con las manos, en uno de los dibujos más célebres de Cabu. Data de febrero de 2006, cuando el semanario decidió retomar las caricaturas de un diario danés amenazado por una fetua. En aquel entonces, se alzaron algunas voces en Francia cuestionando el derecho a la libertad de expresión, invocando los límites del decoro que se debía observar ante la fe, fuese la que fuese. Hoy nadie piensa en eso. Todos somos Charlie. Reunidos en París y por todo el resto del país, los franceses han recuperado su brío. Aplauden al mismo tiempo a los periodistas y a los policías asesinados, a los humoristas y a sus guardianes, la protesta y el orden, indispensables tanto la una como el otro en una democracia.
La clase política les ha seguido. El presidente de la República ha recibido a los principales dirigentes, empezando por Nicolas Sarkozy, su predecesor, e incluso a Marine Le Pen. Duelo nacional y unión sagrada; el cemento ha aguantado 24 horas. Las primeras grietas han aparecido en el Partido Socialista. ¿Es necesario incluir al Frente Nacional en la comitiva “republicana” que recorrerá París el domingo por la tarde y que se parecerá sin duda a un monstruo multitudinario? La presidenta del partido de extrema derecha ha denunciado inmediatamente esa especie de mascarada. Pero la emoción colectiva es tan intensa que va a silenciar por una vez las disonancias políticas. El domingo, tal como exige la unión nacional, la manifestación estará abierta a todos, por encima de etiquetas y obediencias.
En cuanto a los analistas, los mismos que cada día daban rienda suelta a su pesimismo, disertando hasta el infinito sobre el declive del país y el fin del universalismo francés, resucitan de repente a Voltaire y proclaman que la República vencerá.
¿Cuál es, entonces, el enemigo? En una cultura en la que las palabras tienen tanto peso que fácilmente sirven como solución, va a ser necesario nombrarlo sin darle el privilegio exclusivo al Frente Nacional: se trata sin duda del islamismo radical, ese cáncer yihadista que recluta a jóvenes en paro en las periferias francesas, hijos franceses de una inmigración mal asimilada, musulmanes descarriados de una religión que Francia, laica y orgullosa de serlo, tiene dificultades para integrar de acuerdo con sus propias normas.
“¡Soy musulmán y soy Charlie!”: es el más bello eslogan que pudimos ver en París en el momento en que todos aplaudíamos a nuestros amigos muertos.
Traducción de News Clips.
Christine Ockrent, El País
Francia, conmocionada, descubre que se encuentra unida. Azotada por el horror bárbaro, glacial, de la ejecución a sangre fría de 10 colaboradores de Charlie Hebdo y dos policías el pasado miércoles en París, esta nación a la que le gusta contemplarse sin descanso en su propio espejo ha reaccionado con una contundencia y una determinación de las que se creía incapaz.
Los caricaturistas fallecidos encarnaban desde hace décadas la irreverencia, la libertad de criticar a golpe de lápiz el orden establecido, a los políticos y a los ricos que fuman puros, al Papa y a la reina de Inglaterra, a los imbéciles, a los fanáticos de toda condición y, en consecuencia, desde hace algún tiempo, a los islamistas barbudos que periódicamente los amenazaban. “¡Qué duro es ser amado por gilipollas!”, se lamentaba Mahoma, tapándose la cara con las manos, en uno de los dibujos más célebres de Cabu. Data de febrero de 2006, cuando el semanario decidió retomar las caricaturas de un diario danés amenazado por una fetua. En aquel entonces, se alzaron algunas voces en Francia cuestionando el derecho a la libertad de expresión, invocando los límites del decoro que se debía observar ante la fe, fuese la que fuese. Hoy nadie piensa en eso. Todos somos Charlie. Reunidos en París y por todo el resto del país, los franceses han recuperado su brío. Aplauden al mismo tiempo a los periodistas y a los policías asesinados, a los humoristas y a sus guardianes, la protesta y el orden, indispensables tanto la una como el otro en una democracia.
La clase política les ha seguido. El presidente de la República ha recibido a los principales dirigentes, empezando por Nicolas Sarkozy, su predecesor, e incluso a Marine Le Pen. Duelo nacional y unión sagrada; el cemento ha aguantado 24 horas. Las primeras grietas han aparecido en el Partido Socialista. ¿Es necesario incluir al Frente Nacional en la comitiva “republicana” que recorrerá París el domingo por la tarde y que se parecerá sin duda a un monstruo multitudinario? La presidenta del partido de extrema derecha ha denunciado inmediatamente esa especie de mascarada. Pero la emoción colectiva es tan intensa que va a silenciar por una vez las disonancias políticas. El domingo, tal como exige la unión nacional, la manifestación estará abierta a todos, por encima de etiquetas y obediencias.
En cuanto a los analistas, los mismos que cada día daban rienda suelta a su pesimismo, disertando hasta el infinito sobre el declive del país y el fin del universalismo francés, resucitan de repente a Voltaire y proclaman que la República vencerá.
¿Cuál es, entonces, el enemigo? En una cultura en la que las palabras tienen tanto peso que fácilmente sirven como solución, va a ser necesario nombrarlo sin darle el privilegio exclusivo al Frente Nacional: se trata sin duda del islamismo radical, ese cáncer yihadista que recluta a jóvenes en paro en las periferias francesas, hijos franceses de una inmigración mal asimilada, musulmanes descarriados de una religión que Francia, laica y orgullosa de serlo, tiene dificultades para integrar de acuerdo con sus propias normas.
“¡Soy musulmán y soy Charlie!”: es el más bello eslogan que pudimos ver en París en el momento en que todos aplaudíamos a nuestros amigos muertos.
Traducción de News Clips.