Paseo del Madrid hacia la final
Madrid, As
En el himno del Mundialito, composición musical que ya estará en marcha, habrá que cantar que las mocitas de Marrakech van alegres y risueñas porque hoy juega su Madrid. Lo merece la afición de Marruecos, descendiente de alguna lejana invasión vikinga. No faltan testigos. La semifinal del Mundial de Clubes se disputó en un Pequeño Bernabéu al que sólo se le puede hacer un reproche: la impaciencia. Al minuto de juego, el publicó comenzó a corear olés.
Y no fue tan sencillo. O mejor será decir que no fue tan pronto. Aunque el marcador es incuestionable, la presentación resultó algo más discutida. Cada vez que el Real Madrid se sintió superior, el Cruz Azul le trepó por las barbas. El fútbol, en ciertos niveles, no admite posiciones intermedias. O lo das todo o no das lo suficiente. En esa indefinición se pasaron los madridistas la primera parte. Cuando apretaron se aproximaron al gol casi de inmediato. Tanta facilidad destensó a los jugadores y de su exceso de confianza se alimentaron los mexicanos.
Observen. A los dos minutos Cristiano falló lo que nunca falla y a los ocho respondió el Cruz Azul: gran jugada del ecuatoriano Rojas que no logró rematar Pavone. El Madrid despertó de golpe y al cuarto de hora marcó Sergio Ramos de cabeza, tras falta lanzada por Kroos y fallo de Corona, portero de Jalisco que esta vez se rajó. Lo que siguió fue el inesperado dominio del Cruz Azul. Apenas diez minutos (quizá cinco), pero suficiente para anotar las ocasiones de Pavone y Rojas. El susto tuvo consecuencias instantáneas: Benzema consiguió el segundo gol para poner la guinda a una estupenda incursión de Carvajal, caño incluido.
La energía de los mexicanos alcanzó hasta el penalti parado por Casillas, tiro de Torrado. Comprobar que el Madrid, además de equipo, tiene portero es un descubrimiento desolador para la mayoría de sus rivales. Iker posee algo especial que advierten mejor en el resto de España que en Madrid y mejor en el extranjero que en España. Pregunten a Torrado, interroguen a Pavone.
En la segunda mitad se abrió el dique. El Madrid se adueñó por completo del choque, Cristiano intentó el gol del año (en carrera y de rabona) y el Cruz Azul pudo hacer poco más que guarecerse. Bale logró el tercero de cabeza a pase del crack portugués y lo más reconfortante llegó en el abrazo posterior: se quieren. No es broma. La confirmación periódica de ese afecto es fundamental porque señala que los egos conviven felizmente. No hay otra sombra que se cierna sobre el grupo.
Isco, por fin, puso el broche con un gol que le define como regateador y goleador, como genio imaginativo. Nadie hubiera osado cruzar entre tantos defensas que anuncian cemento. El chico atravesó la pared y marcó el cuarto.San Lorenzo debería cumplir los pronósticos y ocupar el lugar que tiene asignado en la gran final del sábado. Entonces habrá ocho mil argentinos en las gradas. Por suerte para las mocitas de Marrakech, el Madrid seguirá siendo el mismo.