Elección en Israel, un referéndum sobre Netanyahu
Jerusalén, AP
Las próximas elecciones israelíes equivalen a un referéndum sobre la gestión del primer ministro Benjamin Netanyahu: para algunos un defensor a toda costa de Israel y para otros el hombre que enterró los sueños de paz.
Las encuestas indican que Netanyahu, un enigmático líder que ya ha cumplido tres mandatos como primer ministro, seguramente ganará los comicios por cuarta vez el 17 de marzo, pero nuevos acontecimientos —especialmente la aparición de una serie de impredecibles partidos de centro— harán las cosas difíciles de pronosticar.
Bajo el liderazgo de Netanyahu, Israel es una nación en un estado similar al de búnker: Una mentalidad de ceño fruncido, desconfianza de los extraños y la vigilancia del antisemitismo.
A pesar de algunas fintas ideológicas, él y su partido, el Likud esencialmente representan la continua ocupación y colonización de Cisjordania, un territorio capturado en la guerra de 1967 y que los palestinos desean para su estado propio.
Los palestinos y parte de la comunidad mundial no son los únicos que se oponen a esa política. También hay muchos israelíes que se sienten profundamente desesperados ante lo que ven como la ruina del sionismo, a través de la creación de un país no judío y binacional de facto, donde la mitad de las personas son árabes.
El propio Netanyahu ha hablado de esta preocupación, pero no parece tener prisa en cambiar de rumbo. A medida que se agravan las cosas, las clases educadas, las élites empresariales e incluso las instituciones de seguridad de Israel están empezando a parecer apopléticas sobre la dirección en la que se encuentra el estado.
Los esfuerzos de paz están estancados, Israel está cada vez más aislado y la economía está detenida. Hay una sensación de hastío y la frase de "Cualquiera excepto Bibi" — el apodo ampliamente utilizado para Netanyahu— ha ganado terreno en los últimos tiempos.
Sin embargo, la oposición más pesimista está fracturada: tres o cuatro partidos de tamaño medio. Falta una figura unificadora que se le enfrente, lo que deja vivo un sentido de inevitabilidad sobre un cuarto mandato de Netanyahu.
Bajo el sistema político de Israel una cosa es la que decide las elecciones: qué legislador electo tiene el respaldo de la mayoría simple de sus colegas: de 61 de los 120 escaños.
Cuando el Likud y sus aliados naturales en la derecha política de Israel —además de pequeños partidos nacionalistas y religiosos— tienen una mayoría, gobierna el líder del Likud. Por lo general, ese líder intenta entonces atraer a los centristas hacia una coalición, a sabiendas de que un gobierno nacionalista-religioso alejaría a la mitad del país y a gran parte del mundo.
Las próximas elecciones israelíes equivalen a un referéndum sobre la gestión del primer ministro Benjamin Netanyahu: para algunos un defensor a toda costa de Israel y para otros el hombre que enterró los sueños de paz.
Las encuestas indican que Netanyahu, un enigmático líder que ya ha cumplido tres mandatos como primer ministro, seguramente ganará los comicios por cuarta vez el 17 de marzo, pero nuevos acontecimientos —especialmente la aparición de una serie de impredecibles partidos de centro— harán las cosas difíciles de pronosticar.
Bajo el liderazgo de Netanyahu, Israel es una nación en un estado similar al de búnker: Una mentalidad de ceño fruncido, desconfianza de los extraños y la vigilancia del antisemitismo.
A pesar de algunas fintas ideológicas, él y su partido, el Likud esencialmente representan la continua ocupación y colonización de Cisjordania, un territorio capturado en la guerra de 1967 y que los palestinos desean para su estado propio.
Los palestinos y parte de la comunidad mundial no son los únicos que se oponen a esa política. También hay muchos israelíes que se sienten profundamente desesperados ante lo que ven como la ruina del sionismo, a través de la creación de un país no judío y binacional de facto, donde la mitad de las personas son árabes.
El propio Netanyahu ha hablado de esta preocupación, pero no parece tener prisa en cambiar de rumbo. A medida que se agravan las cosas, las clases educadas, las élites empresariales e incluso las instituciones de seguridad de Israel están empezando a parecer apopléticas sobre la dirección en la que se encuentra el estado.
Los esfuerzos de paz están estancados, Israel está cada vez más aislado y la economía está detenida. Hay una sensación de hastío y la frase de "Cualquiera excepto Bibi" — el apodo ampliamente utilizado para Netanyahu— ha ganado terreno en los últimos tiempos.
Sin embargo, la oposición más pesimista está fracturada: tres o cuatro partidos de tamaño medio. Falta una figura unificadora que se le enfrente, lo que deja vivo un sentido de inevitabilidad sobre un cuarto mandato de Netanyahu.
Bajo el sistema político de Israel una cosa es la que decide las elecciones: qué legislador electo tiene el respaldo de la mayoría simple de sus colegas: de 61 de los 120 escaños.
Cuando el Likud y sus aliados naturales en la derecha política de Israel —además de pequeños partidos nacionalistas y religiosos— tienen una mayoría, gobierna el líder del Likud. Por lo general, ese líder intenta entonces atraer a los centristas hacia una coalición, a sabiendas de que un gobierno nacionalista-religioso alejaría a la mitad del país y a gran parte del mundo.