El Madrid se gana el cielo
Dos especialistas en finales, Sergio Ramos y Bale, le dieron su primer Mundial de Clubes tras un partido áspero y poco lucido. San Lorenzo sólo atacó cuando lo tenía todo perdido.
Marrakech, As
El Real Madrid es el nuevo campeón del mundo de clubes, tal y como se intuía, y tal y como acredita el título obtenido en Marrakech, plaza madridista, ahora también, con certificado de garantía. San Lorenzo de Almagro, esforzado finalista, aprendió que no se puede luchar contra el viento ni aunque te llames Ciclón, que no basta con un Papa en Roma.
Aunque el Mundialito no es más que un torneo de confirmación, la copa brilla en lo alto, rodeada de sonrisas y lluvia de confeti. Tanto como una conquista deportiva, el campeón establece una conquista territorial, en este caso frente a un rival americano y en suelo norteafricano, ante los ojos del mundo, por si cabían dudas. El trono, de nuevo, pertenece al Madrid: campeón europeo y mundial, 54 años después de levantar la primera Intercontinental.
Qué decir de San Lorenzo, llegó hasta donde podía. Más allá, incluso. Tal y como estaba previsto, planteó un partido en el que no pasara nada, sólo los minutos. Se defendió muy atrás, desplegó unos marcajes tangueros (abrazo estrecho, corte y quebrada), tanteó la permisividad del árbitro (poca) y lo protestó todo con desgarro. El contragolpe improbable que le diera el gol imposible se lo encomendó al Papa Francisco, especialista en el juego aéreo.
El Madrid, de inicio, halló escasas soluciones a pesar de conocer las preguntas del examen. Durante muchos minutos de la primera parte no supo cómo crear espacios y, en consecuencia, no logró conectar con la British Broadcasting Corporation. Isco y Carvajal fueron las únicas promesas de profundidad, no siempre cumplidas. James, titular 14 días después de una rotura muscular, acusó la inactividad y las prisas del entorno. En general, no estuvo a la altura de su talento. Al menos (y no es poco), el equipo de Ancelotti nunca retiró el pie: fue firme en el choque, contundente en las protestas y dejó pocas patadas sin devolver.
Entre los encontronazos más relevantes hay que destacar el de Sergio Ramos con Néstor Ortigoza, jugador apodado como El Mutante, El Gordo o El Canelón, sobrenombres altamente descriptivos. Por un momento temimos que el defensa madridista fuera a perder los nervios. Vio una tarjeta amarilla y rondó la segunda en las reclamaciones al árbitro, al que se encaró tanto y tan cerca que ambos rozaron el beso esquimal. Por fortuna para el Madrid y para el decoro, Sergio Ramos acabó por elegir otro tipo de venganza.
En la primera media hora de juego, el Madrid sólo sumó dos oportunidades claras de gol, ambas protagonizadas por Benzema. En la primera, al minuto del pitido inicial, el francés no alcanzó el pase de Cristiano; en la siguiente disparó desde fuera del área, con tanta intención como hartazgo. Entre ocasión y ocasión: gimnasia sueca, increpaciones mutuas y puré de tornillos. Sin embargo, algo se rompió en la resistencia del San Lorenzo a partir del minuto 30. Tal vez fue víctima del cansancio, de la tensión o de alguna ley física por formular; quizá no sea posible aguantar más tiempo al Madrid sin que las cadenas se rompan.
Los madridistas demostraron que se habían liberado con un contragolpe conducido por la BBC, el primero: carrera de Benzema, tiro de Bale y enfado infantil de Cristiano. Poco después, Sergio Ramos marcó de cabeza, como en la semifinal del Mundialito, como en la final de la Champions, como siempre que se requiere. Esta vez, Ramos devoró en el salto al colombiano Yepes, 38 años de central curtido. Con la misma determinación que golpeó el balón, el sevillano hubiera derribado la puerta de un castillo.
San Lorenzo entendió que para el milagro no era suficiente el hincha Francisco. El Ciclón amainó progresivamente. La cruda realidad se le coló entre la guarnición de sueños y ya no hubo jugador que volviera a creer en la ficción de la victoria. Ni la lesión de Marcelo animó a los argentinos; al contrario. Mientas se retiraba, les dio más tiempo para pensar.
De vuelta del descanso, Bale firmó la sentencia, en íntima colaboración con el portero, conocido en otro tiempo como El Cóndor. Ahí se apagó todo, incluido el árbitro, que ya no quiso ver más, ni expulsiones ni un clamoroso penalti a Benzema con rotura textil.
En los minutos restantes asistimos al empeño inútil de Cristiano por marcar un gol, a los puntapiés de la frustración y a un último arrebato de orgullo argentino, despejado por los guantes de Casillas, el portero que nunca sobra y jamás debería faltar. Fue Abraham Lincoln, el Bernabéu de los Estados Unidos, quien dijo que lo importante no es saber si Dios está de nuestro lado, sino estar del lado de Dios. Vestir de blanco también ayuda.
El final de la historia es conocido. El Madrid es de otro mundo, en comparación con San Lorenzo y con la mayoría de los rivales a los que se enfrenta. A partir de ahora, también es de otro cielo.
Marrakech, As
El Real Madrid es el nuevo campeón del mundo de clubes, tal y como se intuía, y tal y como acredita el título obtenido en Marrakech, plaza madridista, ahora también, con certificado de garantía. San Lorenzo de Almagro, esforzado finalista, aprendió que no se puede luchar contra el viento ni aunque te llames Ciclón, que no basta con un Papa en Roma.
Aunque el Mundialito no es más que un torneo de confirmación, la copa brilla en lo alto, rodeada de sonrisas y lluvia de confeti. Tanto como una conquista deportiva, el campeón establece una conquista territorial, en este caso frente a un rival americano y en suelo norteafricano, ante los ojos del mundo, por si cabían dudas. El trono, de nuevo, pertenece al Madrid: campeón europeo y mundial, 54 años después de levantar la primera Intercontinental.
Qué decir de San Lorenzo, llegó hasta donde podía. Más allá, incluso. Tal y como estaba previsto, planteó un partido en el que no pasara nada, sólo los minutos. Se defendió muy atrás, desplegó unos marcajes tangueros (abrazo estrecho, corte y quebrada), tanteó la permisividad del árbitro (poca) y lo protestó todo con desgarro. El contragolpe improbable que le diera el gol imposible se lo encomendó al Papa Francisco, especialista en el juego aéreo.
El Madrid, de inicio, halló escasas soluciones a pesar de conocer las preguntas del examen. Durante muchos minutos de la primera parte no supo cómo crear espacios y, en consecuencia, no logró conectar con la British Broadcasting Corporation. Isco y Carvajal fueron las únicas promesas de profundidad, no siempre cumplidas. James, titular 14 días después de una rotura muscular, acusó la inactividad y las prisas del entorno. En general, no estuvo a la altura de su talento. Al menos (y no es poco), el equipo de Ancelotti nunca retiró el pie: fue firme en el choque, contundente en las protestas y dejó pocas patadas sin devolver.
Entre los encontronazos más relevantes hay que destacar el de Sergio Ramos con Néstor Ortigoza, jugador apodado como El Mutante, El Gordo o El Canelón, sobrenombres altamente descriptivos. Por un momento temimos que el defensa madridista fuera a perder los nervios. Vio una tarjeta amarilla y rondó la segunda en las reclamaciones al árbitro, al que se encaró tanto y tan cerca que ambos rozaron el beso esquimal. Por fortuna para el Madrid y para el decoro, Sergio Ramos acabó por elegir otro tipo de venganza.
En la primera media hora de juego, el Madrid sólo sumó dos oportunidades claras de gol, ambas protagonizadas por Benzema. En la primera, al minuto del pitido inicial, el francés no alcanzó el pase de Cristiano; en la siguiente disparó desde fuera del área, con tanta intención como hartazgo. Entre ocasión y ocasión: gimnasia sueca, increpaciones mutuas y puré de tornillos. Sin embargo, algo se rompió en la resistencia del San Lorenzo a partir del minuto 30. Tal vez fue víctima del cansancio, de la tensión o de alguna ley física por formular; quizá no sea posible aguantar más tiempo al Madrid sin que las cadenas se rompan.
Los madridistas demostraron que se habían liberado con un contragolpe conducido por la BBC, el primero: carrera de Benzema, tiro de Bale y enfado infantil de Cristiano. Poco después, Sergio Ramos marcó de cabeza, como en la semifinal del Mundialito, como en la final de la Champions, como siempre que se requiere. Esta vez, Ramos devoró en el salto al colombiano Yepes, 38 años de central curtido. Con la misma determinación que golpeó el balón, el sevillano hubiera derribado la puerta de un castillo.
San Lorenzo entendió que para el milagro no era suficiente el hincha Francisco. El Ciclón amainó progresivamente. La cruda realidad se le coló entre la guarnición de sueños y ya no hubo jugador que volviera a creer en la ficción de la victoria. Ni la lesión de Marcelo animó a los argentinos; al contrario. Mientas se retiraba, les dio más tiempo para pensar.
De vuelta del descanso, Bale firmó la sentencia, en íntima colaboración con el portero, conocido en otro tiempo como El Cóndor. Ahí se apagó todo, incluido el árbitro, que ya no quiso ver más, ni expulsiones ni un clamoroso penalti a Benzema con rotura textil.
En los minutos restantes asistimos al empeño inútil de Cristiano por marcar un gol, a los puntapiés de la frustración y a un último arrebato de orgullo argentino, despejado por los guantes de Casillas, el portero que nunca sobra y jamás debería faltar. Fue Abraham Lincoln, el Bernabéu de los Estados Unidos, quien dijo que lo importante no es saber si Dios está de nuestro lado, sino estar del lado de Dios. Vestir de blanco también ayuda.
El final de la historia es conocido. El Madrid es de otro mundo, en comparación con San Lorenzo y con la mayoría de los rivales a los que se enfrenta. A partir de ahora, también es de otro cielo.