El auge xenófobo inquieta a Alemania
Unas 15.000 personas marchan contra los musulmanes en Dresde
Luis Doncel
Dresde, El País
Familias con hijos adolescentes. Parejas de jubilados. Grupos de amigos recién salidos del trabajo. Este era el perfil más habitual de los 15.000 manifestantes, según la policía, que ayer, por novena semana consecutiva, salieron a las calles de Dresde, en el Este de Alemania, para protestar por lo que consideran la generosidad con los refugiados, los abusos de los inmigrantes con el Estado del bienestar y, en fin, por lo que a sus ojos es una evidente amenaza a la civilización europea y cristiana. Algún joven forzudo con la cabeza rapada podría recordar al prototipo de participante en una manifestación ultra, pero eran una aplastante minoría. Todos ellos forman parte de Pegida (el acrónimo de Europeos Patriotas contra la Islamización de Occidente), el movimiento que parece surgido de la nada y que inquieta a una gran parte del país.
Lo que comenzó como una protesta con unos pocos centenares de personas ha derivado en un problema político de primera magnitud. La canciller Angela Merkel ha confesado que observa este movimiento con la máxima preocupación. “En Alemania hay libertad de manifestación, pero no hay sitio para campañas de difamación y calumnias contra los que vienen de otros países”, dijo ayer. El presidente de la República, Joachim Gauck, ha tildado de “extremistas” a los participantes; y el ministro de Justicia, el socialdemócrata Heiko Maas, de “vergüenza para Alemania”. Ambos se llevaron los correspondientes silbidos cuando la oradora pronunció ayer sus nombres.
“Somos el pueblo. Somos el pueblo”. Los manifestantes interrumpen el discurso de los organizadores. Repiten el lema que se hizo famoso hace 25 años, cuando los alemanes del Este salieron a las calles para acabar con la dictadura de la RDA. Las manifestaciones se celebran los lunes, como las que comenzaron en Leipzig en septiembre de 1989 y que lograrían a los pocos meses derrumbar el Muro de Berlín y reunificar el país. La situación ahora es muy distinta, pero para muchos es tan crítica como entonces. En Sajonia, el Estado del que es capital Dresde, los extranjeros son solo un 2,2% de la población. Y los musulmanes tan solo el 0,1%. Pero estos datos no hacen desistir a los de Pegida de sus ideas. “No queremos llegar a la situación de otras ciudades de Alemania, donde se ha instaurado una policía de la sharía”, dice Annette en referencia a un reciente suceso ocurrido en la ciudad de Wuppertal.
“Aquí tenemos jubilados que cobran 670 euros y tras pagar el alquiler se quedan prácticamente con nada. Niños que van a jardines de infancia en containers. Lo siento, pero necesitamos el dinero para nosotros. Alemania no puede salvar a todo el mundo”, dice un hombre que prefiere mantenerse el anonimato. “Ponga solo que soy un ciudadano de Dresde”. Los periodistas no son aquí muy queridos. “Prensa, mentirosa”, es uno de los gritos más coreados. “¿Trabaja para un periódico español? Seguro que ustedes no mienten tanto como los alemanes”, concede un participante.
Pegida —las iniciales en alemán de Patriotas Europeos Contra la Islamización de Occidente— se ha extendido a otros lugares del país, que juegan con las iniciales de cada ciudad donde se convoca para cambiar el nombre de la protesta: Dügida en Düsseldorf, Kassida en Kassel... Todos ellos con mucho menos éxito que el de Dresde. La clase política alemana se muestra desconcertada ante un fenómeno que nadie previó y que nadie sabe dónde puede acabar. El movimiento no ha surgido del partido eurófobo Alternativa por Alemania (AfD), pero algunos de sus líderes ya se han subido al carro y dicen que comparten los principios de los manifestantes. Pese a que todos los partidos tradicionales rechazan el nuevo movimiento, hay diferencias en la forma de abordarlo. Algunos líderes, reacios a perder votos en los caladeros más conservadores, insisten en diferenciar entre la xenofobia de los impulsores de Pegida y los ciudadanos de buena fe que participan en las manifestaciones por sus miedos. “Es un error hacer estas diferencias. Cuando los socios bávaros de Merkel dicen que los inmigrantes tienen que hablar alemán en casa están haciendo una campaña gratuita a AfD y a Pegida”, decía el líder de Los Verdes, Cem Özdemir, en la tarde de ayer a este periódico desde el tren que le llevaba de Berlín a Dresde. Allí participó en la contramanifestación organizada por aquellos que creen en una Alemania multicolor donde quepan todos. Protesta que reunió a 6.500 personas.
Porque a la guerra por las ideas le ha seguido la guerra de las cifras. El pasado domingo, unos 15.000 ciudadanos salieron a la calle en Colonia para decir que los inmigrantes y refugiados son bienvenidos. Los defensores de inmigrantes que marcharon ayer en Dresde eran ostensiblemente menos numerosos que los de Pegida. Decenas de coches policía separaban a unos y otros. Esta escalada de manifestaciones y contramanifestaciones perfila un inquietante panorama de polarización en las calles alemanas. “Hay un problema de fondo. No hay una discusión abierta sobre cómo abordar la inmigración, y eso deja rendijas de las que se aprovechan los extremistas”, asegura Werner Patzelt, del Instituto de Ciencias Políticas de Dresde.
El creador y líder de Pegida es Lutz Bachmann, un oscuro personaje que ha tenido problemas con la justicia por tráfico de drogas, robo y violencia. Nada de esto parece inquietar a los hombres y mujeres que ayer mostraron su hartazgo en Dresde. “No somos extremistas ni ultras. Todo lo que queremos es conservar la identidad alemana”, clamaban desde el escenario mientras los participantes respondían: “Somos el pueblo. Somos el pueblo”.
Luis Doncel
Dresde, El País
Familias con hijos adolescentes. Parejas de jubilados. Grupos de amigos recién salidos del trabajo. Este era el perfil más habitual de los 15.000 manifestantes, según la policía, que ayer, por novena semana consecutiva, salieron a las calles de Dresde, en el Este de Alemania, para protestar por lo que consideran la generosidad con los refugiados, los abusos de los inmigrantes con el Estado del bienestar y, en fin, por lo que a sus ojos es una evidente amenaza a la civilización europea y cristiana. Algún joven forzudo con la cabeza rapada podría recordar al prototipo de participante en una manifestación ultra, pero eran una aplastante minoría. Todos ellos forman parte de Pegida (el acrónimo de Europeos Patriotas contra la Islamización de Occidente), el movimiento que parece surgido de la nada y que inquieta a una gran parte del país.
Lo que comenzó como una protesta con unos pocos centenares de personas ha derivado en un problema político de primera magnitud. La canciller Angela Merkel ha confesado que observa este movimiento con la máxima preocupación. “En Alemania hay libertad de manifestación, pero no hay sitio para campañas de difamación y calumnias contra los que vienen de otros países”, dijo ayer. El presidente de la República, Joachim Gauck, ha tildado de “extremistas” a los participantes; y el ministro de Justicia, el socialdemócrata Heiko Maas, de “vergüenza para Alemania”. Ambos se llevaron los correspondientes silbidos cuando la oradora pronunció ayer sus nombres.
“Somos el pueblo. Somos el pueblo”. Los manifestantes interrumpen el discurso de los organizadores. Repiten el lema que se hizo famoso hace 25 años, cuando los alemanes del Este salieron a las calles para acabar con la dictadura de la RDA. Las manifestaciones se celebran los lunes, como las que comenzaron en Leipzig en septiembre de 1989 y que lograrían a los pocos meses derrumbar el Muro de Berlín y reunificar el país. La situación ahora es muy distinta, pero para muchos es tan crítica como entonces. En Sajonia, el Estado del que es capital Dresde, los extranjeros son solo un 2,2% de la población. Y los musulmanes tan solo el 0,1%. Pero estos datos no hacen desistir a los de Pegida de sus ideas. “No queremos llegar a la situación de otras ciudades de Alemania, donde se ha instaurado una policía de la sharía”, dice Annette en referencia a un reciente suceso ocurrido en la ciudad de Wuppertal.
“Aquí tenemos jubilados que cobran 670 euros y tras pagar el alquiler se quedan prácticamente con nada. Niños que van a jardines de infancia en containers. Lo siento, pero necesitamos el dinero para nosotros. Alemania no puede salvar a todo el mundo”, dice un hombre que prefiere mantenerse el anonimato. “Ponga solo que soy un ciudadano de Dresde”. Los periodistas no son aquí muy queridos. “Prensa, mentirosa”, es uno de los gritos más coreados. “¿Trabaja para un periódico español? Seguro que ustedes no mienten tanto como los alemanes”, concede un participante.
Pegida —las iniciales en alemán de Patriotas Europeos Contra la Islamización de Occidente— se ha extendido a otros lugares del país, que juegan con las iniciales de cada ciudad donde se convoca para cambiar el nombre de la protesta: Dügida en Düsseldorf, Kassida en Kassel... Todos ellos con mucho menos éxito que el de Dresde. La clase política alemana se muestra desconcertada ante un fenómeno que nadie previó y que nadie sabe dónde puede acabar. El movimiento no ha surgido del partido eurófobo Alternativa por Alemania (AfD), pero algunos de sus líderes ya se han subido al carro y dicen que comparten los principios de los manifestantes. Pese a que todos los partidos tradicionales rechazan el nuevo movimiento, hay diferencias en la forma de abordarlo. Algunos líderes, reacios a perder votos en los caladeros más conservadores, insisten en diferenciar entre la xenofobia de los impulsores de Pegida y los ciudadanos de buena fe que participan en las manifestaciones por sus miedos. “Es un error hacer estas diferencias. Cuando los socios bávaros de Merkel dicen que los inmigrantes tienen que hablar alemán en casa están haciendo una campaña gratuita a AfD y a Pegida”, decía el líder de Los Verdes, Cem Özdemir, en la tarde de ayer a este periódico desde el tren que le llevaba de Berlín a Dresde. Allí participó en la contramanifestación organizada por aquellos que creen en una Alemania multicolor donde quepan todos. Protesta que reunió a 6.500 personas.
Porque a la guerra por las ideas le ha seguido la guerra de las cifras. El pasado domingo, unos 15.000 ciudadanos salieron a la calle en Colonia para decir que los inmigrantes y refugiados son bienvenidos. Los defensores de inmigrantes que marcharon ayer en Dresde eran ostensiblemente menos numerosos que los de Pegida. Decenas de coches policía separaban a unos y otros. Esta escalada de manifestaciones y contramanifestaciones perfila un inquietante panorama de polarización en las calles alemanas. “Hay un problema de fondo. No hay una discusión abierta sobre cómo abordar la inmigración, y eso deja rendijas de las que se aprovechan los extremistas”, asegura Werner Patzelt, del Instituto de Ciencias Políticas de Dresde.
El creador y líder de Pegida es Lutz Bachmann, un oscuro personaje que ha tenido problemas con la justicia por tráfico de drogas, robo y violencia. Nada de esto parece inquietar a los hombres y mujeres que ayer mostraron su hartazgo en Dresde. “No somos extremistas ni ultras. Todo lo que queremos es conservar la identidad alemana”, clamaban desde el escenario mientras los participantes respondían: “Somos el pueblo. Somos el pueblo”.