Cristiano Ronaldo también entierra en goles al Celta


Madrid, As
La noche en que el Real Madrid sumó su 18ª victoria seguida fue también la noche de Cristiano Ronaldo, 200 goles como madridista en Liga. Las piezas encajan en la primera frase. A la posteridad le bastará este recorte para entender lo que se coció por el planeta fútbol hace unos siglos, ustedes lo vieron y medio mundo lo sufrió; lo gozó la otra mitad. Ciudadanos del futuro, hubo una época en que lo extraordinario se convirtió en normal: marcar tres goles casi cada noche, sumar 23 en 14 jornadas.


Intentaré ir al grano. El Madrid hubiera podido ganar al Celta de mil maneras, pero volvió a ganar por Cristiano, el camino más corto. Su insistencia, determinación y talento libraron al equipo del millar de problemas que podrían haber surgido, que surgen en 18 partidos seguidos: ansiedad, nervios, precipitación, infortunio.

El partido pareció de esa clase: nació extraño, sin ritmo, a ráfagas. De lluvia, de tedio, de buen juego. El Madrid acumuló ocasiones y el Celta, minutos con el balón. Sólo un penalti, probablemente excesivo, alteró el marcador en la primera parte. Jonny (Jonathan Castro) sujetó a Cristiano sin agarrarle por completo y le empujó sin desquilibrarle totalmente, como si de cada pecado se arrepintiera al instante. Cristiano exageró la caída, pero el defensa fue sorprendido en el centro de la escena con un pasamontañas y un saco. El árbitro no creyó que estuviera buscando setas.

La jugada nos dejó un sabor agridulce porque Cristiano merecía un mejor gol y el Celta una herida más heroica. Sin ánimo de enmendar la plana a la providencia, diremos que el primer gol debió llegar minutos antes, cuando el portugués calcó la chilena de Pelé en Evasión o Victoria. La repetición de ese remate (impacto perfecto con estallido de lluvia) nos hubiera entretenido la espera hasta el próximo récord. Lamentablemente, la pelota voló por encima del larguero.

Antes y después, el Celta practicó una especie de fútbol pacifista, sin disparos a puerta. Correcto en el despliegue y en la elaboración, el equipo de Berizzo se manifestó nulo en ataque, víctima de esa enfermedad tan común que hace ver los arcos rivales como porterías de hockey.

Cristiano no sabe de lo que hablamos, no tiene la menor idea. Para él la portería es un espacio casi infinito, de un tamaño obsceno en comparación con la pelota. A partir de esa consideración inicial, e impulsado por un físico extraordinario y una ambición inagotable, Cristiano marca goles con una facilidad nunca vista. Para imaginar lo que siente sobre un campo de fútbol deberíamos jugar con niños nunca mayores de cinco años.

En el segundo gol resolvió con una volea implacable una jugada confusa que pudo acabar en cualquier pierna, pero que acabó en la suya. En el tercero, culminó un gran pase de Marcelo, soslayando los problemas comunes: balón rápido, bote nervioso, chut con la zurda.

Acabado el partido, Cristiano se llevó el balón como si fuera el primero que le regalan, como si no hubiera vivido una noche mejor. Mientras le dure en entusiasmo no le resistirá ningún récord.

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