Bruselas teme que la inestabilidad arruine la débil mejoría económica
Lucía Abellán
Bruselas, El País
Europa contiene el aliento ante el enésimo paseo al borde del abismo que se dispone a dar Grecia. Cuando el rescate financiero que amenazó de muerte al euro parecía tocar a su fin, un arriesgado movimiento político en Atenas tiene en vilo a la eurozona: la convocatoria de elecciones anticipadas si el proceso de elección presidencial fracasa este lunes en su tercera ronda. La hipótesis cada vez más plausible de que venza la izquierdista Syriza, que aboga por renegociar con los acreedores e incluso por una reestructuración de la abultada deuda griega, inquieta a la Comisión Europea y a los inversores, pese a las reuniones mantenidas por su líder, Alexis Tsipras, con altos funcionarios de Bruselas y del Banco Central Europeo.
Los temores quedan perfectamente resumidos en unas recientes declaraciones del presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker. “No me gustaría que fuerzas extremistas llegaran al poder”, aseguró el 11 de diciembre en un debate de la televisión pública austriaca. “Preferiría que aparecieran caras conocidas”, añadió en unas declaraciones muy criticadas por interferir directamente en la política griega.
Con más sutileza que Juncker, la Comisión Europea ha tratado apresuradamente de cambiar el discurso sobre Grecia para tratar de contar una historia de éxito. El nuevo comisario de Asuntos Económicos, Pierre Moscovici, visitó Atenas hace menos de dos semanas para subrayar los beneficios de los dos rescates griegos. Ante una ciudadanía que ha visto cómo su economía se contraía un 22% desde 2008, con más de la cuarta parte de población activa en paro, Moscovici tomó como ejemplo la construcción de una estación de metro con fondos europeos para mostrar la otra cara de la tutela europea, bajo la que Grecia vive desde 2010, cuando solicitó el primer rescate.
“Europa no es castigo. Europa no significa restricciones. Europa es apoyo, desarrollo, crecimiento y empleo. Es el único objetivo que la Unión Europea y la Comisión persiguen aquí en Grecia”, manifestó el comisario europeo ante la prensa. Con la vista puesta en las próximas elecciones —anticipadas o no—, Moscovici aseguró que los esfuerzos de los últimos años “están empezando a dar resultados; sería una pena no continuar”. Y alertó sobre la propuesta estrella de Syriza, una evaluación de la deuda para ver qué parte es legítimo no reembolsar: “Contemplar la posibilidad de no devolver una deuda tan enorme es suicida, no es posible, supondría la quiebra”.
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El Ejecutivo comunitario se atiene a esas palabras hasta que se celebre la votación. Pero en los despachos de Bruselas existe preocupación sobre un nuevo terremoto que arruine las frágiles mejoras en Grecia y quizá en el resto del continente, por el temido efecto contagio. Tras las turbulencias de los últimos años, el desfase en las cuentas públicas ha pasado del 15% del producto interior bruto en 2009 a una estimación del 1,6% para este año.
Los expertos alertan del impacto que la inestabilidad política en Grecia puede provocar en la escena europea. “En los últimos días ya se ha producido una corrección significativa en los mercados, tanto en Grecia como en toda la zona euro, y puede haber más turbulencias económicas y financieras”, pronostica Mujtaba Rahman, director para Europa de la casa de análisis Eurasia.
Tsipras se ha reunido con altos funcionarios de la UE y del Banco Central Europeo
Aunque en un principio las autoridades europeas mostraron confianza hacia la decisión de Samarás de adelantar dos meses la votación presidencial, las dificultades evidenciadas hasta ahora para lograr el respaldo del Parlamento hacen incomprensible el arrojo del primer ministro griego. “Es una estrategia arriesgada que da a Syriza más oportunidades. En cualquier caso, aunque Samarás lograse el respaldo para su presidente, no tendría capacidad para aprobar nada”, reflexiona Rahman.
El experto se refiere al desencadenante de esta nueva vuelta de Grecia al precipicio. La troika —una representación de la Comisión Europea, el Banco Central Europeo y el Fondo Monetario Internacional que supervisa las reformas griegas a cambio de desembolsar el dinero europeo del rescate— pidió más esfuerzos al Gobierno de Samarás hace unas semanas. Pero el jefe de Gobierno se negó a aplicar las últimas medidas solicitadas: una subida del IVA de los medicamentos y un nuevo recorte de las pensiones. Esa falta de acuerdo hizo imposible cerrar el rescate griego, que Samarás esperaba concluir en diciembre.
El primer ministro está entre la espada y la pared: por un lado, necesita los 1.800 millones correspondientes al último tramo pendiente del préstamo para cuadrar sus cuentas el año próximo. Por otro, aceptar unos recortes que ya tocan hueso compromete el futuro de su país. Para tratar de dar tiempo a Atenas, los ministros de la eurozona han prorrogado hasta el 1 de marzo un rescate que en principio expiraba a final de 2014. Pero la incierta situación política convierte en imprevisible el próximo paso.
Todo lo relativo a Grecia tiene un haz y un envés. La incipiente recuperación contrasta con el desplome del PIB en lo que va de crisis —digno de tiempos de guerra—, con la subida del paro, con una deuda pública que camina hacia el 200% del PIB y que parece impagable. Y el temido Alexis Tsipras no ha dejado de reunirse con altos funcionarios de Bruselas e incluso en torres aún más altas, como la del BCE: en público la Comisión cierra filas con Samarás, pero en privado Tsipras no está tan mal visto ni en Bruselas ni en Fráncfort.
Bruselas, El País
Europa contiene el aliento ante el enésimo paseo al borde del abismo que se dispone a dar Grecia. Cuando el rescate financiero que amenazó de muerte al euro parecía tocar a su fin, un arriesgado movimiento político en Atenas tiene en vilo a la eurozona: la convocatoria de elecciones anticipadas si el proceso de elección presidencial fracasa este lunes en su tercera ronda. La hipótesis cada vez más plausible de que venza la izquierdista Syriza, que aboga por renegociar con los acreedores e incluso por una reestructuración de la abultada deuda griega, inquieta a la Comisión Europea y a los inversores, pese a las reuniones mantenidas por su líder, Alexis Tsipras, con altos funcionarios de Bruselas y del Banco Central Europeo.
Los temores quedan perfectamente resumidos en unas recientes declaraciones del presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker. “No me gustaría que fuerzas extremistas llegaran al poder”, aseguró el 11 de diciembre en un debate de la televisión pública austriaca. “Preferiría que aparecieran caras conocidas”, añadió en unas declaraciones muy criticadas por interferir directamente en la política griega.
Con más sutileza que Juncker, la Comisión Europea ha tratado apresuradamente de cambiar el discurso sobre Grecia para tratar de contar una historia de éxito. El nuevo comisario de Asuntos Económicos, Pierre Moscovici, visitó Atenas hace menos de dos semanas para subrayar los beneficios de los dos rescates griegos. Ante una ciudadanía que ha visto cómo su economía se contraía un 22% desde 2008, con más de la cuarta parte de población activa en paro, Moscovici tomó como ejemplo la construcción de una estación de metro con fondos europeos para mostrar la otra cara de la tutela europea, bajo la que Grecia vive desde 2010, cuando solicitó el primer rescate.
“Europa no es castigo. Europa no significa restricciones. Europa es apoyo, desarrollo, crecimiento y empleo. Es el único objetivo que la Unión Europea y la Comisión persiguen aquí en Grecia”, manifestó el comisario europeo ante la prensa. Con la vista puesta en las próximas elecciones —anticipadas o no—, Moscovici aseguró que los esfuerzos de los últimos años “están empezando a dar resultados; sería una pena no continuar”. Y alertó sobre la propuesta estrella de Syriza, una evaluación de la deuda para ver qué parte es legítimo no reembolsar: “Contemplar la posibilidad de no devolver una deuda tan enorme es suicida, no es posible, supondría la quiebra”.
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El experto se refiere al desencadenante de esta nueva vuelta de Grecia al precipicio. La troika —una representación de la Comisión Europea, el Banco Central Europeo y el Fondo Monetario Internacional que supervisa las reformas griegas a cambio de desembolsar el dinero europeo del rescate— pidió más esfuerzos al Gobierno de Samarás hace unas semanas. Pero el jefe de Gobierno se negó a aplicar las últimas medidas solicitadas: una subida del IVA de los medicamentos y un nuevo recorte de las pensiones. Esa falta de acuerdo hizo imposible cerrar el rescate griego, que Samarás esperaba concluir en diciembre.
El primer ministro está entre la espada y la pared: por un lado, necesita los 1.800 millones correspondientes al último tramo pendiente del préstamo para cuadrar sus cuentas el año próximo. Por otro, aceptar unos recortes que ya tocan hueso compromete el futuro de su país. Para tratar de dar tiempo a Atenas, los ministros de la eurozona han prorrogado hasta el 1 de marzo un rescate que en principio expiraba a final de 2014. Pero la incierta situación política convierte en imprevisible el próximo paso.
Todo lo relativo a Grecia tiene un haz y un envés. La incipiente recuperación contrasta con el desplome del PIB en lo que va de crisis —digno de tiempos de guerra—, con la subida del paro, con una deuda pública que camina hacia el 200% del PIB y que parece impagable. Y el temido Alexis Tsipras no ha dejado de reunirse con altos funcionarios de Bruselas e incluso en torres aún más altas, como la del BCE: en público la Comisión cierra filas con Samarás, pero en privado Tsipras no está tan mal visto ni en Bruselas ni en Fráncfort.