ANÁLISIS / Madrid, la victoria interminable
La posteridad no recordará que el vigésimo triunfo consecutivo del Real Madrid fue muy sufrido, incierto hasta los últimos diez minutos. La racha se entenderá como un paseo placentero, adornado por una cantidad extraordinaria de goles, más propia de un alevín aventajado que de un equipo profesional: 75 en 20 partidos, 3,75 por encuentro. Sin embargo, los historiadores del futuro deberían saber que no todo fue un camino de rosas, que hubo victorias ásperas, como aquella de Almería, esta misma noche.
Lo mismo sirve para Cristiano. Sus 25 goles en catorce partidos no siempre han sido cuesta abajo. En Almería, por ejemplo, tuvo que esperar al final para marcar y escapar de un partido mediocre. Eso sí, el rescate lo preparó a lo grande: dos goles más en su cuenta interminable. No descarten que también remate el Balón de Oro cuando se lo entreguen en enero.
Todo el sudor que derramó el Madrid es el premio invisible y vaporoso del Almería. Tal vez el club haya contratado a un entrenador demasiado rápido. A Miguel Rivera, técnico del filial y míster por una noche, le corresponde el honor de haber sostenido la emoción durante 80 minutos. En apenas cuatro días, Rivera ha sido una influencia altamente positiva para los jugadores: no sólo les ha ordenado, sino que les ha convencido. Quién sabe hasta dónde habría volado su equipo si Casillas no le hubiera parado a Verza un penalti en el minuto 61, el empate que no llegó. Quién lo sabe.
Lo que quedó claro desde el principio es que el Madrid se sentía incómodo. Como un niño con un verdugo, como un joven con un pantalón de franela. La razón es que el Almería saltó al campo con la energía del ratón supervitaminado y supermineralizado. Con la mentalidad adecuada y la lección aprendida: presionar, robar pronto, reducir espacios, dejarse la piel.
El fútbol se enredó tanto y se volvió tan brusco que la pelota se preguntó si habría algún médico en el campo. Fue entonces cuando Isco levantó el brazo. Benzema bombeó desde la derecha y el malagueño controló con el pecho dentro del área, como si fuera fácil, como si el esternón estuviera pensado para bajar balones al césped. Después, tanteó al defensa. Amagó, divisó el agujero y en la siguiente arrancada coló el balón por el ojo de la aguja. Como si siguiera siendo fuera fácil.
Verza empató antes de que el Madrid terminara de sentirse seguro. Lo hizo con un derechazo desde fuera del área. Tampoco los dueños del estadio tuvieron tiempo para sonreír. Bale volvió a adelantar a los visitantes con un estupendo cabezazo, el que se merecía el centro de Kroos.
Lo que siguió fue una incertidumbre plagada de desconexiones, interrupciones y algunas patadas. Así llegó el penalti de Marcelo a Edgar y así fue como el Almería pasó de la ilusión desbordante a la decepción casi absoluta. La racha también es propiedad de Casillas, el ahijado de Buffon. Iker, por cierto, no paraba una pena máxima en Liga desde 2011.
Capaz de anular las mil virtudes de su adversario, el Almería fue incapaz de sobreponerse a su error. Y se desmoronó. Fue en ese instante cuando apareció Cristiano, secundado por Benzema, socio y amigo. Fue en ese momento cuando el partido corrió el riesgo de perderse para siempre, detalles incluidos. No sería justo para nadie. Ni para el digno perdedor, ni para el sufrido vencedor. Los 20 triunfos son más grandes aún si también contamos las cicatrices.