Obama y la compasión
Obama se dispone a viajar a Las Vegas para pronunciar un discurso sobre inmigración tras anunciar su reforma
GINA MONTANER, El Mundo
Ya no era el presidente fatigado y aquejado del supuesto síndrome del "pato lisiado" que golpea a los mandatarios en el tramo final de su periodo presidencial. Barack Obama le habló a la nación con aplomo. En un discurso breve expuso en líneas generales su plan de acción para favorecer a los inmigrantes indocumentados, y tocó la fibra emotiva de millones al ponerle cara y nombre al drama que durante años tantos han vivido sumidos en las sombras.
Obama de nuevo era Obama. Aquel inesperado candidato por el que los jóvenes y las minorías votaron con entusiasmo renovado la primera vez. Y en el que unos diez millones de inmigrantes indocumentados depositaron la esperanza de que habría un camino hacia la legalización como fruto de su esfuerzo y contribución a una nación forjada con migraciones extranjeras.
Han sido años en los que el optimismo se ha ido desinflando por las riñas entre republicanos y demócratas. Hubo momentos en los que parecía alcanzable el mantra de Obama, "Sí se puede". Sin embargo, las fuerzas más conservadoras del partido adversario, apoyadas por unas elecciones legislativas en las que los republicanos barrieron y una opinión pública dividida ante la iniciativa migratoria del presidente, pudieron más que el deseo de encontrar soluciones a un problema muy real al que han tenido que enfrentarse los predecesores de Obama. Al fin y al cabo, esta acción ejecutiva no es la primera que se emite en los últimos años para regularizar a los 'sin papeles'.
El Obama que vimos y escuchamos el jueves distaba mucho de dejarse acorralar en los dos últimos años que le quedan en la Casa Blanca. Conciso y cálido, anunció que casi cuatro millones de padres de hijos con ciudadanía o residencia legal y un millón de inmigrantes que llegaron siendo niños podrían acogerse a un permiso de estancia temporal siempre y cuando cumplieran los requisitos que se les exigiría. En total, casi cinco millones de personas se verán beneficiadas por estas medidas, que el mandatario habría deseado anunciar como producto de un acuerdo en el Congreso. Pero, cansado de la negativa partidista de otorgarle un triunfo, su "sí se puede" se ha transformado en un "basta ya". Ha llegado la hora, al menos por su parte, de cumplir promesas que parecían rotas.
Más allá de la guerra anunciada de los republicanos, que ya hablan de demandas y de la supuesta inconstitucionalidad de su acción ejecutiva, Obama, consciente como un sector del partido republicano de que la creciente presencia hispana no se puede seguir subestimando, ha radicado el problema en la dimensión humana. Y es que el eje central de su mensaje es el de la compasión ante algo tan inapelable como las vidas de millones de inmigrantes cuyas familias se han visto separadas por las deportaciones. La mayoría es gente laboriosa y sacrificada. Son, como señaló en su alocución, las mucamas de los hoteles o los jornaleros que trabajan en el campo. El presidente planteó con franqueza la disyuntiva moral de seguir por la senda de la hipocresía que pretende tapar el sol con un dedo u ofrecer vías que, al menos temporalmente, proporcionarán respiro a amplios sectores de la población inmigrante que tanto aporta al país.
Barack Obama, cuyo rasgo evidente nunca ha sido el cinismo, ha podido regresar con la cabeza alta a una escuela en Las Vegas, donde hace dos años les prometió a los inmigrantes indocumentados que había una salida al final del túnel. Dio su palabra y ha cumplido.
GINA MONTANER, El Mundo
Ya no era el presidente fatigado y aquejado del supuesto síndrome del "pato lisiado" que golpea a los mandatarios en el tramo final de su periodo presidencial. Barack Obama le habló a la nación con aplomo. En un discurso breve expuso en líneas generales su plan de acción para favorecer a los inmigrantes indocumentados, y tocó la fibra emotiva de millones al ponerle cara y nombre al drama que durante años tantos han vivido sumidos en las sombras.
Obama de nuevo era Obama. Aquel inesperado candidato por el que los jóvenes y las minorías votaron con entusiasmo renovado la primera vez. Y en el que unos diez millones de inmigrantes indocumentados depositaron la esperanza de que habría un camino hacia la legalización como fruto de su esfuerzo y contribución a una nación forjada con migraciones extranjeras.
Han sido años en los que el optimismo se ha ido desinflando por las riñas entre republicanos y demócratas. Hubo momentos en los que parecía alcanzable el mantra de Obama, "Sí se puede". Sin embargo, las fuerzas más conservadoras del partido adversario, apoyadas por unas elecciones legislativas en las que los republicanos barrieron y una opinión pública dividida ante la iniciativa migratoria del presidente, pudieron más que el deseo de encontrar soluciones a un problema muy real al que han tenido que enfrentarse los predecesores de Obama. Al fin y al cabo, esta acción ejecutiva no es la primera que se emite en los últimos años para regularizar a los 'sin papeles'.
El Obama que vimos y escuchamos el jueves distaba mucho de dejarse acorralar en los dos últimos años que le quedan en la Casa Blanca. Conciso y cálido, anunció que casi cuatro millones de padres de hijos con ciudadanía o residencia legal y un millón de inmigrantes que llegaron siendo niños podrían acogerse a un permiso de estancia temporal siempre y cuando cumplieran los requisitos que se les exigiría. En total, casi cinco millones de personas se verán beneficiadas por estas medidas, que el mandatario habría deseado anunciar como producto de un acuerdo en el Congreso. Pero, cansado de la negativa partidista de otorgarle un triunfo, su "sí se puede" se ha transformado en un "basta ya". Ha llegado la hora, al menos por su parte, de cumplir promesas que parecían rotas.
Más allá de la guerra anunciada de los republicanos, que ya hablan de demandas y de la supuesta inconstitucionalidad de su acción ejecutiva, Obama, consciente como un sector del partido republicano de que la creciente presencia hispana no se puede seguir subestimando, ha radicado el problema en la dimensión humana. Y es que el eje central de su mensaje es el de la compasión ante algo tan inapelable como las vidas de millones de inmigrantes cuyas familias se han visto separadas por las deportaciones. La mayoría es gente laboriosa y sacrificada. Son, como señaló en su alocución, las mucamas de los hoteles o los jornaleros que trabajan en el campo. El presidente planteó con franqueza la disyuntiva moral de seguir por la senda de la hipocresía que pretende tapar el sol con un dedo u ofrecer vías que, al menos temporalmente, proporcionarán respiro a amplios sectores de la población inmigrante que tanto aporta al país.
Barack Obama, cuyo rasgo evidente nunca ha sido el cinismo, ha podido regresar con la cabeza alta a una escuela en Las Vegas, donde hace dos años les prometió a los inmigrantes indocumentados que había una salida al final del túnel. Dio su palabra y ha cumplido.