Isco dice que hay futuro para España
Soberbio partido y soberbio gol del madridista, al que Huelva sacó a hombros. La nueva España invitó al optimismo. También marcaron Busquets y Pedro. Debutaron Callejón y Morata.
As
Hay futbolistas de arte a los que el público dota de tal solemnidad que no hay entrenador que pueda aguantarlos en el banquillo sin ponerse en peligro. Pasó con Butragueño hace treinta años, pasa ahora con Isco, jugador con salero y encanto que se le vino encima a Ancelotti de tal forma que fue más sencillo reorientarle que postergarle. Con ese poquito de siderurgia que le dio gas y acero acompañó su gusto con el del público y ahora va para que le declaren patrimonio nacional. Fue director general de la Selección entre el alborozo de Huelva, que se abrazó a él en el primer regate de la cuerda. Imaginen lo que ocurrió cuando puso después una pelota en la escuadra. Aquella obra de arte acabó con Bielorrusia, selección de poca monta, enterró el debate del compromiso y convenció a la hinchada de que hay porvenir, incluso viniendo de la juerga que venimos.
Isco había jugado 89 minutos con España hasta el duelo del Colombino, cuatro ratitos saliendo del banquillo. Y quizá allí hubiera seguido de andar sanos Cesc, Silva e Iniesta, los nuevos generales. En los primeros cinco minutos se había saltado dos generaciones dejándose ver, yéndose al centro del ruedo, asumiendo el mando con buen gusto y sin complejos de una Selección cuya edad media, de Busquets hacia el norte, era de 24 años.
Aquellos muletazos del malagueño trajeron media hora de bienestar general. Koke fue un excelente centrocampista escoba, con recuperación y empuje, bien ayudado por Busquets. Juanfran, preciso, insistente y con ganas, y Jordi Alba se arrancaron en largo, bien ayudados por las maniobras interiores del propio Isco y de Cazorla, que se sintió de verdad importante y tuvo chispa. Atrás no hubo inquietud porque Bielorrusia se comportó como lo que es, la selección 106 del mundo y sin grandes perspectivas de ir mucho más lejos.
A Casillas sólo le despertaron las aclamaciones esporádicas del público, fandangos de desagravio. Pedro anduvo emprendedor y acabó reconfortado y Alcácer esperó sin mucha esperanza porque todo se coció fuera del área. Desde ahí llegaron los dos primeros goles. El primero resultó una postal: recuperó Koke y se la entregó cerca del vértice del área a Isco, que controló con la izquierda, se la acomodó en un toque y puso el derechazo en la escuadra con una naturalidad inexplicable. El segundo, de Busquets, fue un zapatazo raso en segunda jugada al Zhenov le dio respuesta tardía. Todo en un minuto de violines que ya no volvieron a sonar tan bien.
España fue aterrizando con suavidad su victoria. Tuvo la pelota sin malgastar combustible y sin exponerse. Del Bosque retiró a Busquets, cuya torería al ofrecerse para jugar con molestias tuvo el premio del descanso cuando aquello estuvo resuelto. Y entonces llegaron al partido Pedro y Alcácer, al que Ranieri también apodaría La Cobra si regresara a Valencia. Tiene la virtud de los grandes cazadores, la paciencia. Es capaz de disfrutar sin la pelota minutos y minutos esperando que se abra el cielo. Y se abrió en un centro de Pedro que remató al lateral de la red antes de que el canario firmase el tercero, en jugada del brillante Juanfran. El palo le privó luego del doblete.
Bielorrusia permitió también que el Madrid presumiera de cantera con los estrenos de Callejón y Morata, a los que les sobraron ganas y les faltó partido. Pero ellos, Isco y los que se guardó Del Bosque (Nolito, Camacho...) restauraron el estado de optimismo salvo que la campeona alemana diga lo contrario. Y esperen a que llegue Thiago, el último de la cuadrilla del arte.
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Hay futbolistas de arte a los que el público dota de tal solemnidad que no hay entrenador que pueda aguantarlos en el banquillo sin ponerse en peligro. Pasó con Butragueño hace treinta años, pasa ahora con Isco, jugador con salero y encanto que se le vino encima a Ancelotti de tal forma que fue más sencillo reorientarle que postergarle. Con ese poquito de siderurgia que le dio gas y acero acompañó su gusto con el del público y ahora va para que le declaren patrimonio nacional. Fue director general de la Selección entre el alborozo de Huelva, que se abrazó a él en el primer regate de la cuerda. Imaginen lo que ocurrió cuando puso después una pelota en la escuadra. Aquella obra de arte acabó con Bielorrusia, selección de poca monta, enterró el debate del compromiso y convenció a la hinchada de que hay porvenir, incluso viniendo de la juerga que venimos.
Isco había jugado 89 minutos con España hasta el duelo del Colombino, cuatro ratitos saliendo del banquillo. Y quizá allí hubiera seguido de andar sanos Cesc, Silva e Iniesta, los nuevos generales. En los primeros cinco minutos se había saltado dos generaciones dejándose ver, yéndose al centro del ruedo, asumiendo el mando con buen gusto y sin complejos de una Selección cuya edad media, de Busquets hacia el norte, era de 24 años.
Aquellos muletazos del malagueño trajeron media hora de bienestar general. Koke fue un excelente centrocampista escoba, con recuperación y empuje, bien ayudado por Busquets. Juanfran, preciso, insistente y con ganas, y Jordi Alba se arrancaron en largo, bien ayudados por las maniobras interiores del propio Isco y de Cazorla, que se sintió de verdad importante y tuvo chispa. Atrás no hubo inquietud porque Bielorrusia se comportó como lo que es, la selección 106 del mundo y sin grandes perspectivas de ir mucho más lejos.
A Casillas sólo le despertaron las aclamaciones esporádicas del público, fandangos de desagravio. Pedro anduvo emprendedor y acabó reconfortado y Alcácer esperó sin mucha esperanza porque todo se coció fuera del área. Desde ahí llegaron los dos primeros goles. El primero resultó una postal: recuperó Koke y se la entregó cerca del vértice del área a Isco, que controló con la izquierda, se la acomodó en un toque y puso el derechazo en la escuadra con una naturalidad inexplicable. El segundo, de Busquets, fue un zapatazo raso en segunda jugada al Zhenov le dio respuesta tardía. Todo en un minuto de violines que ya no volvieron a sonar tan bien.
España fue aterrizando con suavidad su victoria. Tuvo la pelota sin malgastar combustible y sin exponerse. Del Bosque retiró a Busquets, cuya torería al ofrecerse para jugar con molestias tuvo el premio del descanso cuando aquello estuvo resuelto. Y entonces llegaron al partido Pedro y Alcácer, al que Ranieri también apodaría La Cobra si regresara a Valencia. Tiene la virtud de los grandes cazadores, la paciencia. Es capaz de disfrutar sin la pelota minutos y minutos esperando que se abra el cielo. Y se abrió en un centro de Pedro que remató al lateral de la red antes de que el canario firmase el tercero, en jugada del brillante Juanfran. El palo le privó luego del doblete.
Bielorrusia permitió también que el Madrid presumiera de cantera con los estrenos de Callejón y Morata, a los que les sobraron ganas y les faltó partido. Pero ellos, Isco y los que se guardó Del Bosque (Nolito, Camacho...) restauraron el estado de optimismo salvo que la campeona alemana diga lo contrario. Y esperen a que llegue Thiago, el último de la cuadrilla del arte.