Hacer o no la cama: esa es la cuestión

¿Afecta de algún modo a nuestra salud física y mental saltarnos este ritual doméstico?

Eva Carnero, El País
Hace años, era un hábito indispensable. Las camas se hacían a primera hora de la mañana en todos los hogares del país. Solo una urgencia podía romper el ritual, y siempre era señal de algo malo e inesperado. Hoy en día, llegar a casa y ver la cama revuelta no tiene por qué sugerir ningún drama repentino. Es una elección de muchos ciudadanos, que entre el práctico edredón nórdico (que ha acabado con las sábanas) y el veloz ritmo de vida, se decantan por cerrar la puerta de la habitación y dejar el lecho alborotado. ¿A qué bando pertenece usted? ¿Le parece una cuestión baladí? Pues oculta muchas más cuestiones relacionadas con el bienestar de lo que a priori pueda parecer.


La cama: ese gran caldo de cultivo<

La vida de los ácaros discurre a lo largo de aproximadamente 20 días en los que, por si no lo sabía, su principal actividad es defecar. Y lo hacen en sus lugares favoritos: colchones, almohadas, edredones, sábanas o peluches, que registran una temperatura y humedad idóneas para su supervivencia. Son datos de la Universidad de Kingston (Londres). Estas condiciones favorecen su reproducción aumentando el tamaño de su comunidad y haciendo la vida imposible a muchas personas que sufren asma o alergias respiratorias. Dado que la convivencia íntima con estos seres microscópicos no parece algo demasiado saludable, sería interesante conseguir que nuestra cama no les resulte un lugar tan atractivo para vivir.

Recientemente, un estudio elaborado por la mencionada universidad británica ha revelado que para ganar la batalla a los ácaros, lo mejor es “no hacer nada”, en otras palabras: no hacer la cama. Según Stephen Pretlove, principal autor del estudio, esta especie de arácnidos depende en gran parte de la humedad y del sudor que emanamos al dormir. Por eso, no hacer la cama y dejar que las sábanas se ventilen al aire favorece la deshidratación y posterior muerte de la comunidad microscópica.

Sin embargo, a pesar de que los resultados de la tesis británica podrían ser lo suficientemente convincentes como para ponerse en el lado de los que no hacen la cama, el doctor Pedro Ojeda, coordinador de Comunicación de la Sociedad Española de Alergología e Inmunología (SEAIC), señala: "Mientras no se dispongan de estudios de campo que, a igualdad de temperatura y humedad relativas dentro de las viviendas, comparen las poblaciones de ácaros antes y después de un período de observación razonable en camas hechas y sin hacer, no se puede dar como válida la recomendación británica”.

Además, aunque la solución para acabar con los ácaros fuera dejar la cama sin hacer, Ojeda nos recuerda: "Los dos grupos de alérgenos inductores de alergia respiratoria a los ácaros pertenecen a las proteínas del citoesqueleto (el caparazón de los ácaros) y a las proteínas digestivas contenidas en las deyecciones o excrementos de los mismos, las cuales seguirán presentes en colchones y almohadones, incluso después de su muerte. Por tanto, desde la SEIAC ponemos en duda que esta medida pueda erradicar alergias”.
Por su salud emocional

Si desde la alergología el hecho de hacer o no la cama puede considerarse irrelevante, veamos ahora cómo su análisis desde el punto de vista psicológico resulta más interesante.

Este hábito, la mayoría de las veces inculcado desde la infancia, no solo sirvió para tener la habitación ordenada y a su madre contenta, también favorecía la percepción que tenemos de nosotros mismos. "Promoviendo la capacidad para gestionar de forma eficaz nuestro tiempo”, asegura la psicóloga Eva Hidalgo.

Estirar las sábanas cada mañana es una forma de transmitirnos que la etapa de descanso ha finalizado, y es el momento de “la activación”. Así lo cree la experta, quien sostiene: "Empezar el día haciendo la cama nos ayuda a fomentar la sensación de tener la capacidad de organizarnos”. Tanto es así, que en el caso de personas con una autoestima debilitada, “sería recomendable la adquisición de este tipo de hábitos para mantener una cierta regulación de su tiempo y espacio, evitar la apatía y trabajar la capacidad de control de su vida. Y, aunque no puede considerarse una terapia, sí es un buen ejercicio para mejorar nuestra autovaloración”, concluye Hidalgo.

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