Cuba busca impulsar los negocios privados sin ceder control político
Las reformas socioeconómicas promovidas por Raúl Castro hacen retroceder la prestación de servicios por el Estado y progresivamente van solucionando problemas domésticos
Juan Jesús Aznarez
Cuba, El País
Seguros de haber encontrado el gancho comercial infalible, los creativos del principal laboratorio estatal cubano concibieron meses atrás dos perfumes para hombres llamados Ernesto y Hugo: el primero mas recio y dulce que el segundo, suave y afrutado. Sin ánimo de profanar la memoria de Hugo Chávez y Ernesto Che Guevara, pero ajenos a lo que se les venía encima, la dirección de Labiofam presentó la fragancia en un congreso. La reacción oficial fue fulminante: los responsables del proyecto fueron expedientados. “Iniciativas de esta naturaleza no serán aceptadas jamás por nuestro pueblo ni por el Gobierno revolucionario”, sentenció un comunicado del Consejo de Ministros. “Los símbolos, ayer, hoy y siempre, son sagrados”.
El laboratorio había trabajado con la mejor de las intenciones: sintonizar con la consigna gubernamental de aprovechar los recursos de las empresas estatales, el 80% del total, y hacerlas rentables. Ese es el objetivo de los 12.000 dirigentes entrenados en “modernas técnicas empresariales”. Misión casi imposible con el centralismo vigente. El emprendedor Iván, de 31 años, también quiere ser empresario y rentable porque su licencia de trabajador por cuenta propia le cuesta dinero. Alquila su casa a extranjeros o compatriotas residentes en EE UU o España. Aunque el pasado miércoles llovía sobre la Habana, el animoso cuentapropista ofrecía alojamiento barato a clientes que salían de uno de los principales hoteles de la capital. No tuvo mucho éxito en la captación porque casi todos los turistas llegan en paquetes y con itinerarios ya concertados.
“Les ofrezco dos habitaciones a 25 CUC [25 dólares] el día”, se explica Iván, dispuesto a adecuar su oferta de servicios a los requerimientos de la clientela. Los arrendadores pagan al Estado entre 200 y 300 euros mensuales en impuestos, según la ubicación de sus casas. Las reformas socioeconómicas promovidas por Raúl Castro y el Partido Comunista de Cuba (PCC) en 2011 no modifican la propiedad del Estado sobre los medios de producción pero progresivamente van solucionando problemas domésticos. El Estado retrocede en la prestación de servicios y los negocios privados se consolidan. “Yo compro celulares [móviles] rotos y utilizo las piezas en un taller de reparaciones que tengo en casa”, dice un emprendedor que reparte publicidad en el barrio del Vedado ofreciéndose como relojero de “relojes automáticos, analógicos y mecánicos”.
Excepto los miles que devolvieron la licencia al fracasar, los trabajadores por cuenta propia siguen siéndolo porque parece compensarles. No obstante, buen parte de los 11,5 millones de cubanos percibe un salario en pesos nacionales, en torno a los 20 dólares de promedio, “que no alcanzan para mantener dignamente a la familia”, según la conferencia episcopal cubana. El diario Granma, órgano oficial de PCC, reconocía que la carestía de la canasta básica, el precio de algunos alimentos fundamentales, desde los ajos, cebollas y tomates a los frijoles, es un grave problema social. “Lo que preocupa de verdad a la gente es la crisis del tomate”, ironiza un corresponsal. La factura de Cuba por la importación de alimentos se acerca a los 2.000 millones de euros anuales.
Garantizar el suministro de alimentos es prioritario y caro. Mientras tanto, prosigue en la isla la dinámica sucesión de compraventa de propiedades, principalmente casas y vehículos; la proliferación de multas por ilegalidades, entre ellas la construcción de viviendas sin permiso; la tala de bosques, el robo de material del Estado y la furtiva pesca de langosta para surtir a comedores cómplices. A los tres años de la aprobación de los cambios, Cuba continúa adentrándose en el mundo de la liberalización económica, descartando la liberalización política. Paralelamente, el régimen afronta todavía asignaturas troncales: la universalización domiciliaria de Internet, sin limitación de contenidos; la unificación monetaria y el adelgazamiento de Estado evitando que el paro alcance cotas inasumibles. El trabajo por cuenta propia como refugio de los empleados sobrantes tiene sus limitaciones al ser limitada la capacidad de consumo de la población en moneda fuerte.
Abordo un taxi privado y Jorge me explica que el Estado le cedió un Lada, un tosco coche de fabricación rusa, para que lo reparase. “Invertí 900 CUC en ponerlo a caminar, pero me va bien. El mes que peor he sacado unos 150 pesos (convertibles) y el que mejor 500. Pago 12 CUC al día de impuestos tenga o no tenga clientes”. El número de autónomos ronda los 473.000, a los que hay que sumar las familias dependientes. Poco a poco, se consolidan en los servicios porque funcionan mejor que el Estado. Las diferencias son abismales en la gastronomía entre un restaurante privado y los estatales. La mayoría de los paladares son atendidos por jóvenes solícitos y agradables. Un decadente comedor estatal, situado en la Quinta Avenida, la principal de La Habana, todavía atiende con una plantilla apática. Incluso las cafeterías privadas de barrio, familiares, alejadas del circuito turístico, son más recomendables.
Las innovaciones en esta parcial transición económica son muchas. El comercio electrónico con la emigración es una de las soluciones oficiales para aumentar los ingresos del Estado. “Pones 20 CUC de recarga y en Cuba reciben 60 CUC”, dice una de las ofertas. Como en la isla solo funciona el prepago, la diáspora puede recargar los móviles de familiares o amigos. Vía Internet también puede regalar una cena de 30 euros en un paladar, abonar las comidas navideñas de parientes o comprarles electrodomésticos.
Los negocios privados también avanzan en el mundo del sincretismo religioso, que cuenta con discretos tenderetes de objetos de culto. La señora negra vestida de impoluto blanco, comensal en un restaurante nada barato, no parece afrontar problemas. Probablemente “hace el santo”, una suerte de exorcismo afrocubano, comenta un vecino de mesa. “Pero esto de los caracoles y el babalao con los extranjeros es frecuentemente una estafa. A un incauto de Oslo o Hanover la broma de las ceremonias yoruba le puede costar más de 200 euros”.
Juan Jesús Aznarez
Cuba, El País
Seguros de haber encontrado el gancho comercial infalible, los creativos del principal laboratorio estatal cubano concibieron meses atrás dos perfumes para hombres llamados Ernesto y Hugo: el primero mas recio y dulce que el segundo, suave y afrutado. Sin ánimo de profanar la memoria de Hugo Chávez y Ernesto Che Guevara, pero ajenos a lo que se les venía encima, la dirección de Labiofam presentó la fragancia en un congreso. La reacción oficial fue fulminante: los responsables del proyecto fueron expedientados. “Iniciativas de esta naturaleza no serán aceptadas jamás por nuestro pueblo ni por el Gobierno revolucionario”, sentenció un comunicado del Consejo de Ministros. “Los símbolos, ayer, hoy y siempre, son sagrados”.
El laboratorio había trabajado con la mejor de las intenciones: sintonizar con la consigna gubernamental de aprovechar los recursos de las empresas estatales, el 80% del total, y hacerlas rentables. Ese es el objetivo de los 12.000 dirigentes entrenados en “modernas técnicas empresariales”. Misión casi imposible con el centralismo vigente. El emprendedor Iván, de 31 años, también quiere ser empresario y rentable porque su licencia de trabajador por cuenta propia le cuesta dinero. Alquila su casa a extranjeros o compatriotas residentes en EE UU o España. Aunque el pasado miércoles llovía sobre la Habana, el animoso cuentapropista ofrecía alojamiento barato a clientes que salían de uno de los principales hoteles de la capital. No tuvo mucho éxito en la captación porque casi todos los turistas llegan en paquetes y con itinerarios ya concertados.
“Les ofrezco dos habitaciones a 25 CUC [25 dólares] el día”, se explica Iván, dispuesto a adecuar su oferta de servicios a los requerimientos de la clientela. Los arrendadores pagan al Estado entre 200 y 300 euros mensuales en impuestos, según la ubicación de sus casas. Las reformas socioeconómicas promovidas por Raúl Castro y el Partido Comunista de Cuba (PCC) en 2011 no modifican la propiedad del Estado sobre los medios de producción pero progresivamente van solucionando problemas domésticos. El Estado retrocede en la prestación de servicios y los negocios privados se consolidan. “Yo compro celulares [móviles] rotos y utilizo las piezas en un taller de reparaciones que tengo en casa”, dice un emprendedor que reparte publicidad en el barrio del Vedado ofreciéndose como relojero de “relojes automáticos, analógicos y mecánicos”.
Excepto los miles que devolvieron la licencia al fracasar, los trabajadores por cuenta propia siguen siéndolo porque parece compensarles. No obstante, buen parte de los 11,5 millones de cubanos percibe un salario en pesos nacionales, en torno a los 20 dólares de promedio, “que no alcanzan para mantener dignamente a la familia”, según la conferencia episcopal cubana. El diario Granma, órgano oficial de PCC, reconocía que la carestía de la canasta básica, el precio de algunos alimentos fundamentales, desde los ajos, cebollas y tomates a los frijoles, es un grave problema social. “Lo que preocupa de verdad a la gente es la crisis del tomate”, ironiza un corresponsal. La factura de Cuba por la importación de alimentos se acerca a los 2.000 millones de euros anuales.
Garantizar el suministro de alimentos es prioritario y caro. Mientras tanto, prosigue en la isla la dinámica sucesión de compraventa de propiedades, principalmente casas y vehículos; la proliferación de multas por ilegalidades, entre ellas la construcción de viviendas sin permiso; la tala de bosques, el robo de material del Estado y la furtiva pesca de langosta para surtir a comedores cómplices. A los tres años de la aprobación de los cambios, Cuba continúa adentrándose en el mundo de la liberalización económica, descartando la liberalización política. Paralelamente, el régimen afronta todavía asignaturas troncales: la universalización domiciliaria de Internet, sin limitación de contenidos; la unificación monetaria y el adelgazamiento de Estado evitando que el paro alcance cotas inasumibles. El trabajo por cuenta propia como refugio de los empleados sobrantes tiene sus limitaciones al ser limitada la capacidad de consumo de la población en moneda fuerte.
Abordo un taxi privado y Jorge me explica que el Estado le cedió un Lada, un tosco coche de fabricación rusa, para que lo reparase. “Invertí 900 CUC en ponerlo a caminar, pero me va bien. El mes que peor he sacado unos 150 pesos (convertibles) y el que mejor 500. Pago 12 CUC al día de impuestos tenga o no tenga clientes”. El número de autónomos ronda los 473.000, a los que hay que sumar las familias dependientes. Poco a poco, se consolidan en los servicios porque funcionan mejor que el Estado. Las diferencias son abismales en la gastronomía entre un restaurante privado y los estatales. La mayoría de los paladares son atendidos por jóvenes solícitos y agradables. Un decadente comedor estatal, situado en la Quinta Avenida, la principal de La Habana, todavía atiende con una plantilla apática. Incluso las cafeterías privadas de barrio, familiares, alejadas del circuito turístico, son más recomendables.
Las innovaciones en esta parcial transición económica son muchas. El comercio electrónico con la emigración es una de las soluciones oficiales para aumentar los ingresos del Estado. “Pones 20 CUC de recarga y en Cuba reciben 60 CUC”, dice una de las ofertas. Como en la isla solo funciona el prepago, la diáspora puede recargar los móviles de familiares o amigos. Vía Internet también puede regalar una cena de 30 euros en un paladar, abonar las comidas navideñas de parientes o comprarles electrodomésticos.
Los negocios privados también avanzan en el mundo del sincretismo religioso, que cuenta con discretos tenderetes de objetos de culto. La señora negra vestida de impoluto blanco, comensal en un restaurante nada barato, no parece afrontar problemas. Probablemente “hace el santo”, una suerte de exorcismo afrocubano, comenta un vecino de mesa. “Pero esto de los caracoles y el babalao con los extranjeros es frecuentemente una estafa. A un incauto de Oslo o Hanover la broma de las ceremonias yoruba le puede costar más de 200 euros”.