253 veces Leo Messi
ANDRÉS CORPAS
Barcelona, El Mundo
Leo Messi, 253 veces Leo Messi. Ibuprofeno que extermina el malestar general, tila para podar los nervios que florecen en el estómago, genio en explosión cuando la mediocridad acorrala al pelotón azulgrana, prestidigitador barcelonista que hace aparecer de la nada el éxtasis con un simple toque al balón. Caldo caliente cuando el frío empapa los huesos del Barcelona. Goles para aliviar penas, para ganar títulos o para encarrilar encuentros como ante el Sevilla. Siempre él. La Pulga ya era eterna, pero sigue incrementando su tamaño. No es un simple apodo de un insecto por sus picaduras en forma anotadora. Superar en dos las 251 dianas del añorado Telmo Zarra, es un logro que convierte su leyenda en una fábula con moraleja.
Al final de su relato se escribirá que enseñó a creer en su puntería en los instantes en los que menguaba la fe. Nunca defrauda. Así es desde que marcó su primer gol en la Liga, un 1 de mayo de 2005. Dorsal 30 de novato serigrafiado en la espalda, greñas de travieso pegadas en su rostro, gol de vaselina en el descuento, cuando llevaba cinco en el terreno de juego, a pase de Ronaldinho. Subió a su espalda, a caballito del entonces ser futbolístico superior.
Hoy nadie se atrevería a semejante tropelía con Messi. Veinte números menos en el 10 que lleva a la espalda, el que heredó de Ronaldinho. Pelo de veterano, doctor en fútbol por la universidad del Camp Nou, donde se licenció hace nueve años y donde estableció una nueva marca como máximo anotador del campeonato, superando la marca de Zarra. Él anotó 251 tantos en 277 partidos entre 1940 y 1955. Messi ha necesitado 289 encuentros, nueve años, seis meses y 22 días para dejar al mito del Athletic en la estacada. Y tres de ellos, los tres que han modificado la historia, en el mismo encuentro ante el Sevilla.
Precocidad goleadora. Madurez futbolística. Marcar no es hoy en día tan prioritario en sus planes. Aporta estabilidad al matrimonio azulgrana llevando pan en forma de asistencias al vestuario, entregando maná a sus compañeros. Pero cuando el hambre asola y el Barça urge de una comilona, aparece apetitoso sobre la mesa.
La leyenda se incrementa justo cuando amanecen de nuevos las incógnitas. Palabras sacadas del baúl, las mismas que acaban con puntos suspensivos sobre su continuidad. Mientras marque y sobre todo el Barça gane, no habría que buscarle domicilio en otro barrio. Por si acaso el enigma viniera por la falta de cariño, el público pobló sus oídos.
La respuesta ante los puntos suspensivos de su discurso fueron las palmas. Aplausos cuando salió a calentar y lo nombraron. Aplausos cuando se ofrecen las alineaciones y aparece su apellido. Aplausos cuando crea de la nada una ocasión de gol, incluso cuando nadie espera ese clamor con el sonido de la palma de las manos y hasta cuando ni él mismo los provoca. Éxtasis cuando superó a Zarra. Como cuando marca un gol. Y otro, y otro, y otro, y...
Barcelona, El Mundo
Leo Messi, 253 veces Leo Messi. Ibuprofeno que extermina el malestar general, tila para podar los nervios que florecen en el estómago, genio en explosión cuando la mediocridad acorrala al pelotón azulgrana, prestidigitador barcelonista que hace aparecer de la nada el éxtasis con un simple toque al balón. Caldo caliente cuando el frío empapa los huesos del Barcelona. Goles para aliviar penas, para ganar títulos o para encarrilar encuentros como ante el Sevilla. Siempre él. La Pulga ya era eterna, pero sigue incrementando su tamaño. No es un simple apodo de un insecto por sus picaduras en forma anotadora. Superar en dos las 251 dianas del añorado Telmo Zarra, es un logro que convierte su leyenda en una fábula con moraleja.
Al final de su relato se escribirá que enseñó a creer en su puntería en los instantes en los que menguaba la fe. Nunca defrauda. Así es desde que marcó su primer gol en la Liga, un 1 de mayo de 2005. Dorsal 30 de novato serigrafiado en la espalda, greñas de travieso pegadas en su rostro, gol de vaselina en el descuento, cuando llevaba cinco en el terreno de juego, a pase de Ronaldinho. Subió a su espalda, a caballito del entonces ser futbolístico superior.
Hoy nadie se atrevería a semejante tropelía con Messi. Veinte números menos en el 10 que lleva a la espalda, el que heredó de Ronaldinho. Pelo de veterano, doctor en fútbol por la universidad del Camp Nou, donde se licenció hace nueve años y donde estableció una nueva marca como máximo anotador del campeonato, superando la marca de Zarra. Él anotó 251 tantos en 277 partidos entre 1940 y 1955. Messi ha necesitado 289 encuentros, nueve años, seis meses y 22 días para dejar al mito del Athletic en la estacada. Y tres de ellos, los tres que han modificado la historia, en el mismo encuentro ante el Sevilla.
Precocidad goleadora. Madurez futbolística. Marcar no es hoy en día tan prioritario en sus planes. Aporta estabilidad al matrimonio azulgrana llevando pan en forma de asistencias al vestuario, entregando maná a sus compañeros. Pero cuando el hambre asola y el Barça urge de una comilona, aparece apetitoso sobre la mesa.
La leyenda se incrementa justo cuando amanecen de nuevos las incógnitas. Palabras sacadas del baúl, las mismas que acaban con puntos suspensivos sobre su continuidad. Mientras marque y sobre todo el Barça gane, no habría que buscarle domicilio en otro barrio. Por si acaso el enigma viniera por la falta de cariño, el público pobló sus oídos.
La respuesta ante los puntos suspensivos de su discurso fueron las palmas. Aplausos cuando salió a calentar y lo nombraron. Aplausos cuando se ofrecen las alineaciones y aparece su apellido. Aplausos cuando crea de la nada una ocasión de gol, incluso cuando nadie espera ese clamor con el sonido de la palma de las manos y hasta cuando ni él mismo los provoca. Éxtasis cuando superó a Zarra. Como cuando marca un gol. Y otro, y otro, y otro, y...