Romero quiere una vida normal

La familia de la auxiliar con ébola la prepara para enfrentarse a una fama que aún ignora Con ella casi curada, el marido teme que la estigmaticen al salir

Pilar Álvarez
Madrid, El País
El día que Teresa Romero salga de su habitación, descubrirá todo lo que le han estado ocultando mientras se recuperaba. Una nube de cámaras aguarda junto a la verja exterior del Hospital Carlos III de Madrid permanentemente desde su ingreso el pasado 6 de octubre. Su rostro y su nombre han dado la vuelta al mundo y generado todo tipo de reacciones al otro lado de esa verja.


Han pasado dos semanas y cientos de instituciones y de simples espontáneos. Una mujer anónima, menudita, se abría camino este jueves entre ese mar de cables de cámaras de televisión con pasitos cortos. Llevaba un montón de cartulinas de colores con firmas para “la campeona”, una carta de apoyo de los trabajadores de un hospital de Andorra y un poema de Mario Benedetti que trajo en su coche, desde su ciudad, acompañada por su perro, hasta las puertas del centro sanitario. Era para Romero, la primera —y, de momento al menos, única— contagiada por ébola en Europa.

La familia asegura que la auxiliar de enfermería vive “en una nube”, ajena a todo lo que está pasando fuera. Ignora el revuelo que ha generado su caso, con voces crecientes que piden la dimisión de los gestores políticos —el consejero madrileño de Sanidad, Javier Rodríguez, y la ministra del ramo, Ana Mato— y que su marido, Javier Limón, ha abierto una “cruzada” para exigir justicia. Él recibe muchas llamadas de abogados que se ofrecen a llevar el caso. España está en el foco mundial... Y, como guinda, más de 150 personas en observación, cuatro de ellas pendientes de pruebas para descartar totalmente el contagio.

Por no saber, según sus allegados, Teresa Romero no sabe aún que su perro Excálibur ha muerto. El american stafford de la pareja fue sacrificado el 8 de octubre. Limón, que encabezó una movilización en las redes sociales durante los primeros días de ingreso para evitar su muerte, sigue llorando cuando se acuerda del perro. Confían en poder contárselo con ayuda de una psiquiatra.

La auxiliar gallega, de 44 años, continúa “llena de lagunas” sobre lo que pasó antes, durante y después de que ingresara en el centro hospitalario más vigilado de España. Desde el domingo pasado, una amiga de la pareja ejerce de portavoz. Teresa Mesa sube casi a diario a la planta quinta, visita al marido de la enferma —en aislamiento preventivo— y baja a atender a los medios de medio mundo que aguardan frente a la verja.

“Cariño, quiero que te prepares, porque tienes una repercusión fuera tremenda”. El miércoles pasado, Limón y su mujer hablaron a través de los teléfonos de las habitaciones por primera vez en la última semana. Romero ya no tiene móvil y el marido ha pedido que no se lo devuelvan para que nadie la llame ni le cuente cosas antes de tiempo, explica Mesa a este periódico. Limón “se siente observado, desconfía de todo el mundo”, añade. Ha rechazado conectarse a la red wifi del hospital para que nadie rastree las páginas que visita y ya casi no abre las persianas. Le asusta la prensa, el rechazo de los vecinos, que señalen a su mujer por la calle como “la contagiada del ébola”. Todo eso requerirá tiempo.

“Pasar de ser una persona anónima a alguien que ha despertado la curiosidad del resto del mundo exige una adaptación”, señala Gerónimo Sáiz, presidente de la Fundación Española de Psiquiatría y Salud Mental. “El trauma que ha vivido producirá un estrés añadido, pero espero que en poco tiempo no requiera ya ayuda profesional”, añade este especialista, que considera la presión de los medios de comunicación sobre la enferma “lo más problemático” de su vuelta a la realidad. “Parece una persona fuerte”, concluye.

En efecto, ella es la fuerte de la pareja. “Viven el uno para el otro y ella tira de él”, dice la amiga. Durante esta semana, ya más recuperada, ayudó a sus compañeros a tratarla para evitarles el riesgo de un contagio. Bromea con ellos y ya les ha pedido alimentos sólidos, “jamón y chorizo”. Quiere volver a su trabajo, a atender a pacientes con el virus. Se lo contó a su marido, resignado por este asunto. Limón le advirtió de que se podía contagiar cuando se presentó voluntaria para trabajar con infectados. “Pero ya tengo los anticuerpos”, ha replicado ella.

El marido sigue meditando cómo enfrentarse al mundo exterior. “Quiere dar una rueda de prensa para evitar que los medios de comunicación le atormenten”, explica Mesa. Hablarán quizá de su vida y lanzarán otras reivindicaciones. Mesa leyó el miércoles un comunicado de él en el que hacía “un llamamiento a todas las autoridades de todo el mundo” para conseguir más recursos contra el virus. “Deseo de todo corazón que a cada niño que muera en África se le dé el eco que se le dio a Excálibur”, decía el texto.

El día que Romero deje el hospital, volverán a su piso en la sexta planta de un bloque situado al noreste de Alcorcón. Los operarios que desinfectaron la casa de tres habitaciones sacaron los muebles cubiertos con plásticos a la terraza. La pareja no sabe cómo ha quedado su hogar tras todo aquello. La auxiliar hablará con su madre, Jesusa Ramos, que no sale de su casa de Becerreá (en Lugo). Se reencontrarán tal vez con su hermano José Ramón, con el que mantienen una relación algo crispada. Quizá cogerán el coche, que suele conducir él, para hacer un viaje a la naturaleza y recuperar el tiempo perdido. Limón quiere escaparse con ella y alejarse de todo. Aislarse, esta vez sí, de forma voluntaria.

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