Reducir la pobreza extrema, el desafío pendiente de Evo
La Paz, lanacion.com
"Yo soy pobre y ni mi marido ni yo votamos por Evo. Él no nos dio nada. No recibimos ningún tipo de subsidio. Lo poco que tenemos lo logramos trabajando duro", dice Jazmín Bautista Acero, de 32 años, una indígena aimara que vive en El Alto, vecino a la capital, una de las ciudades con mayores índices de pobreza en el país.
El boom económico que vive Bolivia en los últimos años de la mano de las exportaciones de gas no redundó en una masiva mejora en la calidad de vida de los sectores más desprotegidos. El propio presidente Evo Morales, hace una semana, mencionó la reducción de la pobreza entre las deudas pendientes.
El gobierno demora aún la publicación de los datos del censo de 2012, pero a la ministra de Desarrollo Productivo, Teresa Morales, se le "escapó" hace algunos meses la afirmación de que "hay 2,5 millones de personas -la cuarta parte de la población- en situación de pobreza; eso es extrema pobreza".
Según los datos internacionales, "pobre" es aquel que gana menos de 60 dólares mensuales, y "pobre extremo", menos de 30 dólares.
Jazmín no necesita que le expliquen lo que es la pobreza extrema. En su ciudad de origen, cerca del lago Titicaca, la comida no siempre era un hábito cotidiano. Por eso decidió a los 20 años ir a El Alto.
En esta ciudad que asoma 600 metros por encima de La Paz viven un millón de personas, la gran mayoría migrantes internos que llegaron para escapar de la hambruna de zonas rurales.
No es necesario indagar demasiado para darse cuenta de que uno de los graves problemas de El Alto es la inseguridad. En una esquina, a media cuadra de la casa de Jazmín, un grafiti pintado en la pared advierte: "Ladrón encontrado será colgado". Y para que no queden dudas, de un poste está colgado con una soga en el cuello un maniquí vestido con buzo y pantalón.
Pese a eso, Jazmín afirma que su calidad de vida mejoró a lo largo de los años. Hoy vive en una habitación de cinco metros por cinco, piso de cemento y techo de yute, con su marido y dos hijos, que la alquilan al equivalente de 70 dólares mensuales.
El único baño y cocina están en un patio que comparten con otras seis familias.
Jazmín es de los bolivianos que salió de la pobreza extrema gracias al propio trabajo. "Hasta el año pasado, vendía en la puerta de casa la comida que cocinábamos con otras mujeres, y ganaba unos 30 pesos bolivianos al día [equivalentes a 120 dólares mensuales]. Ahora nos unimos varias costureras y, gracias a la donación de una ONG, pusimos un taller de costura y hacemos polleras y mantas para las cholas. Así gano el doble", cuenta.
Planes sociales
Jazmín se sorprende al ser consultada sobre si recibe algún tipo de subsidio. "¿Y por qué debería recibirlo?", responde.
Efectivamente, en Bolivia los programas de subsidios del gobierno de Evo Morales, llamados "bonos", sólo alcanzan a los ancianos y a los chicos en edad escolar. Pero no hay asignaciones para desocupados ni para la gente de mediana edad carenciada.
Uno de los programas más exitosos es el bono Juancito Pinto, que concede 200 pesos bolivianos (unos 30 dólares por chico), contra presentación de la constancia del año escolar aprobado.
Así es como muchas personas en pobreza extrema del interior del país acostumbran trasladarse a las grandes ciudades en temporada de vacaciones escolares para pedir limosna o dedicarse a la venta ambulante. Luego regresan a sus comunidades para que los chicos no pierdan el año escolar y puedan recibir el Juancito Pinto.
Ana Colque, de 35 años, tiene hijos aún muy pequeños para ese bono, y mendiga cerca de la plaza Murillo, en el centro de la ciudad de La Paz, vestida con sus polleras multicolores y un sombrero negro de fieltro. Llegaron hace unos meses desde la localidad de Llallagua, en Potosí, luego de dos días de viaje en ómnibus.
La mendicidad le reporta unos cinco dólares diarios. "Esto es muchísimo dinero para nosotros, señor. En mi tierra cultivamos papas y verduras, pero el clima está muy malo", dice.
Pedir limosna es incluso algo más rentable que vender limones o verduras sentada en la calle. La "ganancia" en ese caso es de tres o cuatro dólares diarios.
Cuando llega la fría noche paceña, que ahora en primavera puede llegar a los 2°C, Ana junta todas sus cosas y se va a dormir con sus pequeños a un galpón cerca de la terminal de ómnibus, en la avenida Montes, donde por un peso boliviano les alquilan el "suelo" para que tiren sus frazadas y duerman. Ella insiste en que esta vida es "mucho mejor" que la que tenía en Potosí.
"Yo soy pobre y ni mi marido ni yo votamos por Evo. Él no nos dio nada. No recibimos ningún tipo de subsidio. Lo poco que tenemos lo logramos trabajando duro", dice Jazmín Bautista Acero, de 32 años, una indígena aimara que vive en El Alto, vecino a la capital, una de las ciudades con mayores índices de pobreza en el país.
El boom económico que vive Bolivia en los últimos años de la mano de las exportaciones de gas no redundó en una masiva mejora en la calidad de vida de los sectores más desprotegidos. El propio presidente Evo Morales, hace una semana, mencionó la reducción de la pobreza entre las deudas pendientes.
El gobierno demora aún la publicación de los datos del censo de 2012, pero a la ministra de Desarrollo Productivo, Teresa Morales, se le "escapó" hace algunos meses la afirmación de que "hay 2,5 millones de personas -la cuarta parte de la población- en situación de pobreza; eso es extrema pobreza".
Según los datos internacionales, "pobre" es aquel que gana menos de 60 dólares mensuales, y "pobre extremo", menos de 30 dólares.
Jazmín no necesita que le expliquen lo que es la pobreza extrema. En su ciudad de origen, cerca del lago Titicaca, la comida no siempre era un hábito cotidiano. Por eso decidió a los 20 años ir a El Alto.
En esta ciudad que asoma 600 metros por encima de La Paz viven un millón de personas, la gran mayoría migrantes internos que llegaron para escapar de la hambruna de zonas rurales.
No es necesario indagar demasiado para darse cuenta de que uno de los graves problemas de El Alto es la inseguridad. En una esquina, a media cuadra de la casa de Jazmín, un grafiti pintado en la pared advierte: "Ladrón encontrado será colgado". Y para que no queden dudas, de un poste está colgado con una soga en el cuello un maniquí vestido con buzo y pantalón.
Pese a eso, Jazmín afirma que su calidad de vida mejoró a lo largo de los años. Hoy vive en una habitación de cinco metros por cinco, piso de cemento y techo de yute, con su marido y dos hijos, que la alquilan al equivalente de 70 dólares mensuales.
El único baño y cocina están en un patio que comparten con otras seis familias.
Jazmín es de los bolivianos que salió de la pobreza extrema gracias al propio trabajo. "Hasta el año pasado, vendía en la puerta de casa la comida que cocinábamos con otras mujeres, y ganaba unos 30 pesos bolivianos al día [equivalentes a 120 dólares mensuales]. Ahora nos unimos varias costureras y, gracias a la donación de una ONG, pusimos un taller de costura y hacemos polleras y mantas para las cholas. Así gano el doble", cuenta.
Planes sociales
Jazmín se sorprende al ser consultada sobre si recibe algún tipo de subsidio. "¿Y por qué debería recibirlo?", responde.
Efectivamente, en Bolivia los programas de subsidios del gobierno de Evo Morales, llamados "bonos", sólo alcanzan a los ancianos y a los chicos en edad escolar. Pero no hay asignaciones para desocupados ni para la gente de mediana edad carenciada.
Uno de los programas más exitosos es el bono Juancito Pinto, que concede 200 pesos bolivianos (unos 30 dólares por chico), contra presentación de la constancia del año escolar aprobado.
Así es como muchas personas en pobreza extrema del interior del país acostumbran trasladarse a las grandes ciudades en temporada de vacaciones escolares para pedir limosna o dedicarse a la venta ambulante. Luego regresan a sus comunidades para que los chicos no pierdan el año escolar y puedan recibir el Juancito Pinto.
Ana Colque, de 35 años, tiene hijos aún muy pequeños para ese bono, y mendiga cerca de la plaza Murillo, en el centro de la ciudad de La Paz, vestida con sus polleras multicolores y un sombrero negro de fieltro. Llegaron hace unos meses desde la localidad de Llallagua, en Potosí, luego de dos días de viaje en ómnibus.
La mendicidad le reporta unos cinco dólares diarios. "Esto es muchísimo dinero para nosotros, señor. En mi tierra cultivamos papas y verduras, pero el clima está muy malo", dice.
Pedir limosna es incluso algo más rentable que vender limones o verduras sentada en la calle. La "ganancia" en ese caso es de tres o cuatro dólares diarios.
Cuando llega la fría noche paceña, que ahora en primavera puede llegar a los 2°C, Ana junta todas sus cosas y se va a dormir con sus pequeños a un galpón cerca de la terminal de ómnibus, en la avenida Montes, donde por un peso boliviano les alquilan el "suelo" para que tiren sus frazadas y duerman. Ella insiste en que esta vida es "mucho mejor" que la que tenía en Potosí.