Malala celebra en escuela su Nobel de Paz

Birmingham, AP
Malala Yusafzai celebró su Premio Nobel de Paz donde siempre deseó estar: en la escuela. La paquistaní de 17 años que fue baleada por el Talibán por atreverse a querer educación como los varones celebró ser una de los ganadores más jóvenes del Nobel el viernes con sus compañeras en la escuela secundaria para niñas Edgbaston, en Birmingham, la ciudad en el centro de Inglaterra donde actualmente vive.


La adolescente viajó a Birmingham para recibir atención médica tras ser atacada por el Talibán por sus incansables objeciones a la interpretación del islam por parte del grupo que restringe el acceso de las niñas a la educación. Fue baleada en la cabeza cuando regresaba a su casa de la escuela en el Valle de Swat, en Pakistán, hace casi dos años.

"Este premio es para todos aquellos niños que carecen de voz, cuyas voces tienen que ser escuchadas. Yo hablo por ellos y los represento. Y me les sumo en su campaña", dijo Malala en una conferencia de prensa el viernes en la Biblioteca de Birmingham. "Ellos tienen derechos. Tienen derecho a recibir una educación de calidad, tienen derecho a no trabajar, a no sufrir por tráfico infantil. Tienen derecho a una vida feliz".

Dijo que para ella fue un honor compartir el premio Nobel con el indio Kailash Satyarthi, de 60 años, que se ha pasado la vida trabajando contra la esclavitud y la explotación infantil. Invitó a los primeros ministros de India y Pakistán a asistir a la ceremonia de entrega de los premios.

El caso de Malala ha ganado reconocimiento internacional y la adolescente se convirtió en símbolo de la lucha por los derechos de las mujeres en Pakistán. Malala ha hablado ante la ONU y estuvo en la lista de la revista Time para Persona del Año en el 2012.

Pero no era fácil ver que llegaría ahí.

El 9 de octubre del 2012, Malala, entonces de 15 años, se subió a la parte trasera de una camioneta usada para transportar a niños del Valle de Swat de la escuela a sus casas. Los niños se reían y hablaban mientras el vehículo rodaba por caminos llenos de baches.

Al acercarse a un estrecho puente sobre un arroyo lleno de basura, un hombre armado y enmascarado paró la camioneta. Otro hombre armado se subió a la parte trasera.

"¿Quién es Malala?", gritó.

Las niñas no respondieron, pero voltearon la cabeza hacia ella. El hombre alzó el arma y disparó. Una bala alcanzó a Malala en la cabeza. Otras dos estudiantes fueron heridas, aunque más levemente.

Malala fue trasladada a un hospital militar cerca de Islamabad, la capital, con la cabeza peligrosamente inflamada. Su padre, Ziauddin, estaba seguro de que su hija no sobreviviría la noche y envió un mensaje a su cuñado en Swat para que preparara un ataúd.

Los médicos paquistaníes le sacaron la bala, que había entrado por la cabeza y se había alojado junto a la espina dorsal, antes de que la joven fuese llevada a Gran Bretaña para un tratamiento neurológico más especializado. Se despertó una semana después en el hospital Queen Elizabeth de Birmingham.

Ella dijo que recuperó la conciencia con una cosa en mente: "Gracias a Dios que no estoy muerta".

Malala recuperó gradualmente la vista y la voz y fue reunida con sus padres.

Tres meses más tarde, salió caminando del hospital, sonriendo tímidamente.

"Ella está muy bien y feliz de regresar a casa — como lo estamos todos", le dijo el padre a The Associated Press entonces.

Pakistán nombró al padre de Malala su agregado de educación en Birmingham por al menos tres años, dando estabilidad a la familia y a Malala un lugar seguro donde ir a la escuela.

La joven regresó a la escuela lo más pronto posible, confesando que la materia que menos le agrada es matemáticas. Al mismo tiempo hizo una campaña a favor de los derechos de los niños a recibir educación: reuniéndose con el presidente Barack Obama, participando en conferencias en defensa de los derechos y convirtiéndose en una conferencista clave en eventos corporativos en Londres. Malala empezó a codearse con personas que tenían el poder y el dinero para ayudarla a cumplir su sueño.

Todo este tiempo deleitó a muchos simplemente por ser joven, decidida y, más que nada, ella misma.

En una conferencia de la multinacional Vodafone en la que se rindió homenaje a la mujer, la joven confesó que no tenía un teléfono celular. El público rio ante la idea de una adolescente que admitió no tener la necesidad de un celular.

Junto con la periodista británica Christina Lamb, escribió su autobiografía "I am Malala", en la que dejó claro que ella es, de hecho, una adolescente común y corriente. Adora el programa de televisión "Ugly Betty", cuya protagonista trabaja en una revista de modas. Le gusta la estrella de pop Justin Bieber y sigue el programa de televisión sobre cocina "MasterChef".

Y el viernes, la gente que la ayudó en la travesía —y aquellos que se sintieron conmovidos por su historia— simplemente se dejó llevar por la magia de todo lo acaecido.

"Malala es una inspiración para muchas mujeres en Afganistán y Pakistán que han estado luchando por sus derechos y enfrentando las políticas misóginas del Talibán y de los caudillos locales", dijo David Cortright, coautor de "Afghan Women Speak" y profesor de la Universidad de Notre Dame en Indiana.

"Como sabemos, la gente aprende mejor de las historias personales. La historia de Malala es un poderoso antídoto contra la propaganda extremista, y el Premio Nobel refuerza su impacto", dijo.

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