La verdadera razón por la que Guardiola dejó Barcelona
Un libro de Martí Perarnau revela los motivos del entrenador catalán para abandonar el club de toda su vida.
"Prepárate Manel. ¡He elegido el Bayern!"En Pescara, en el nordeste de Italia, Manel Estiarte (asistente personal de Pep Guardiola) sonríe. La difícil decisión tomada por su viejo amigo termina con uno de los capítulos de su vida. El próximo paso es uno sencillo: su destino después de todo no sería Inglaterra, sino Alemania.
Esto sucede cinco meses después de que Pep abandone el Barça. En este periodo ha sido tentado con ofertas de Chelsea, Manchester City, Milan y, por supuesto, Bayern. En realidad, no son ofertas de trabajo, sino cartas de amor, propuestas de proyectos para el más ilustre de los entrenadores.
Su salida del Barça ha sido larga y difícil y Guardiola había hablado de sus planes con su amigo Estiarte antes de trasladarlo al club o incluso a Tito Vilanova, su asistente y a la postre sucesor. La razón era bastante sencilla. Después de cuatro años de máxima intensidad, Pep estaba extenuado. No tenía más para dar.
Por supuesto, esa no era la única razón.
A lo largo de esos cuatro años, Pep había actuado de entrenador, portavoz, presidente virtual e incluso coordinador de viajes. En ese tiempo también tuvo que lidiar de buenas maneras con dos presidentes diferentes.
Había encontrado en Joan Laporta a un hombre dinámico a la par que agresivo, que tenía una energía volcánica y que podía resultar un apoyo en un momento dado y que minara la moral al siguiente. Era eléctrico, contradictorio, en ocasiones obsceno.
Sandro Rosell era diferente y Pep pronto descubrió que la actitud sonriente de su nuevo presidente encubría el frío corazón de un burócrata traicionero. Guardiola equilibró el comportamiento histérico de Laporta en ocasiones con su propia calma sobria. A su vez, hizo frente a la postura moralista de Rosell inyectando una sobredosis de su propia energía.
Las relaciones no fueron sencillas con ninguno de los presidentes. Pep se las ingenió para lidiar con calma y silencio con los episodios histriónicos de Laporta. Aunque nunca fueron cercanos, el entrenador apreciaba la oportunidad que el presidente le había dado. Laporta nombró a Guardiola en un principio entrenador del Barcelona B y Pep tuvo gran éxito en el filial, ascendiéndolo de la Tercera División, lo que él mismo todavía considera uno de sus mayores éxitos. Su gratitud hacia Laporta era totalmente sincera y se extendía también al entonces director deportivo, Txiki Begiristain, a quien conocía de su etapa como jugador en el Dream Team de Johan Cruyff.
Sin embargo, los éxitos en esta etapa de Laporta escondieron todas las luchas y escaramuzas que se escondían detrás de la realidad.
En ocasiones Pep se sentía como el capitán de un trasatlántico que luchaba para dirigir el equipo en una dirección, mientras que el club navegaba en otra. Ninguna decisión fue sencilla, tanto si se trataba de las sesiones de entrenamiento en un nuevo campo, como si buscaba asegurarse de que su equipo técnico tenía los mismos coches patrocinados que el equipo, la organización de fotos publicitarias o acordar la posición oficial del club en cualquier asunto. El Barcelona era una gran máquina que se movía a un ritmo que tenía poco que ver con la forma en que Guardiola logró manejarlo.
Sin embargo, a comienzos de 2010, Guardiola sintió que las cosas cambiarían a peor. Las elecciones presidenciales se acercaban en verano y Sandro Rosell era el favorito para ganar. Rosell ya había sido vicepresidente entre 2003 y 2005, hasta que los desacuerdos hicieron que Laporta le obligara a renunciar.
Bajo el mandato de Laporta, el entrenador catalán ganó los seis títulos: Liga, Copa del Rey, Champions League, la Supercopa de España y de Europa y el Mundial de Clubes. Rosell ganó las elecciones con una mayoría aplastante y su llegada añadió un punto de resentimiento a las ya complejas dificultades burocráticas que invadieron la vida en el club.
En el ámbito privado, el nuevo presidente se refería a Pep como el Dalai Lama. Creía que el entrenador era un devoto de Laporta y le costaba confiar en él. Tenía incluso cierto resentimiento porque el equipo había logrado el Sextete bajo el reinado de su predecesor. El abismo entre el presidente y el entrenador se hizo infranqueable cuando Rosell convenció a los miembros de la asamblea general del club para que votaran a favor de tomar acciones legales contra Laporta. Rosell fue lo suficientemente inteligente como para abstenerse de dicha votación, pero para Guardiola fue el principio del fin.
Durante cuatro años, Pep exigió un esfuerzo casi sobrehumano de sus jugadores. Sólo quería lo mejor de ellos y en ocasiones eso generó cierta fricción dentro del grupo. La mayoría de los jugadores ni se inmutaron por el ritmo de trabajo incesante, pero algunos sintieron que se habían ganado el derecho a descansar un poco. Ellos eran la élite del fútbol mundial, después de todo, y tenían los trofeos para demostrarlo. Más de uno se limitó a pelear sólo los partidos importantes y comenzaron a poner excusas para evitar los partidos del invierno más frío, hartos de jugar en campos inhóspitos.
A pesar de que el éxito del equipo continuó, Pep sabía que su etapa en el Barcelona estaba cercana a su final: "El día que vea que la luz se ha ido de los ojos de mis jugadores, sabré que es la hora de irme".
A comienzos de 2012, los ojos de varios jugadores lucían con menor brillo.
La gente alrededor de Barcelona especuló con que la decisión de Pep de marcharse estaba influenciada por la falta de apoyo de Sandro Rosell y su decisión de llevar a cabo cambios drásticos en el plantel. Esos planes aparentemente incluían la intención de vender a jugadores como Gerard Piqué, Cesc Fábregas y Dani Alves.
El entrenador catalán, sin embargo, lo desmintió categóricamente: "No es cierto. Me fui del Barcelona porque estaba cansado. Le expliqué al presidente cómo me sentía en octubre de 2011. No hubo ningún cambio de parecer desde entonces. Así que no tenía sentido que yo mismo cambiase el plantel... ¡Ya sabía que me iba!".
"El tema es que en estos cuatro años ganamos cuatro títulos y estábamos jugando mejor que nunca, tanto con el 3-4-3 que usé contra Real Madrid como con el 3-7-0 por el que opté en el Mundial de Clubes. Estábamos jugando brillantemente, pero estaba cansado, sin ideas tácticas nuevas. Por eso me fui. No hubo ninguna otra razón".