Italia y Francia presionan a Berlín para reorientar la política económica

La cumbre evidencia el debate entre la Europa de los acreedores y la de los deudores

Claudi Pérez / Carlos E. Cué
Milán, El País
EE UU, Reino Unido y Japón están en mejores condiciones económicas que la UE por varias razones, pero sobre todo una: Europa tiene también una sensacional crisis de deuda, pero en el Viejo Continente los acreedores y los deudores tienen pasaportes diferentes. En Europa los acreedores están al mando y han impuesto sus reglas: austeridad y reformas, y menos estímulos que en el resto de grandes economías. Avanzado ya el octavo año de la crisis, sin embargo, cada vez hay más indicios de que esas recetas no terminan de funcionar, y los problemas empiezan a afectar incluso a los grandes países del club. Francia e Italia están en el ojo del huracán. Y escenificaron este miércoles en la cumbre sobre el desempleo de Milán el choque entre esas dos Europas, de acreedores y deudores. Roma está a punto de aprobar una reforma laboral, y París ha anunciado un fuerte recorte del gasto y promete reformas. El italiano Matteo Renzi y el francés François Hollande se agarraron a ese nuevo rumbo, y a los rigores de una recuperación crepuscular, para reclamar a Berlín que cumpla su parte del trato y remate el viraje en la política económica del euro.


La canciller Angela Merkel recogió el guante: aseguró que Alemania ya empieza a aplicar medidas de estímulo, prometió flexibilidad “si todo el mundo asume sus responsabilidades”, y habló más de invertir que del déficit. “Necesitamos inversiones”, dijo Merkel en un mensaje teledirigido al nuevo presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker, que trabaja en un plan —aún difuso— de 300.000 millones. El discurso de la canciller no varía, pero anoche tenía una inflexión distinta: estuvo más constructiva, más positiva, menos vehemente que otras veces. Quizá porque todos los organismos internacionales —OCDE, FMI, G-20, BCE y hasta los más destacados economistas alemanes— insisten en que Berlín debe permitir un giro. O quizá porque le ve las orejas al lobo: la recesión empieza a llamar a las puertas de Alemania, según las últimas estadísticas.

Ese será el debate clave de las próximas semanas en Europa. Pero Merkel dio un mensaje inequívoco en el norte de Italia de por dónde pueden ir los tiros: “Tanto en Francia como en Italia vemos compromisos serios. Y también Alemania ha empezado a tomar medidas para estimular su demanda y es favorable a usar la flexibilidad del pacto de estabilidad”, explicó ante la prensa. Apenas minutos antes, Renzi le había recordado que también Berlín incumplió las metas del déficit hace 10 años. En otras circunstancias, la respuesta de la canciller podía haber sido demoledora; este miércoles, Merkel ni se inmutó, pese a que el primer ministro italiano fue incluso más allá y se adentró en uno de los grandes tabúes de la política europea: “Italia tiene que hacer sus deberes, recuperar la credibilidad. Pero el nuevo Consejo Europeo y la nueva Comisión también: el 3% del déficit es algo de otra época, de hace más de 20 años, casi de otro mundo”.

En ese choque entre las dos Europas, el presidente español, Mariano Rajoy, se situó una vez más en el bando de Merkel y de las políticas de austeridad, aunque con matices. El presidente aseguró a la salida que “hay que mantener las políticas de consolidación fiscal con la flexibilidad que ha aceptado la Comisión, pero hay que mantener asimismo las reformas estructurales”, y también reivindicó “las últimas decisiones del BCE”. Rajoy confió además en que la nueva Comisión Europea empiece a trabajar cuanto antes para activar “a la mayor celeridad posible” el programa de 300.000 millones de euros en inversiones anunciado por Jean-Claude Juncker. Rajoy, en fin, defiende más estímulos e inversión pública, pero a cambio de que los países hagan reformas impopulares como lo fue la reforma laboral en España. Merkel respalda exactamente lo mismo. Al igual que el presidente del BCE, Mario Draghi, que reclama reformas, pero también flexibilidad fiscal y estímulos monetarios y fiscales. Ese parece el nuevo consenso europeo, pero para que arraigue es imprescindible que Merkel remarque con claridad las líneas básicas del discurso que esbozó.

El debate sobre la moribunda recuperación europea y el cambio en la política económica se coló en una cumbre centrada, en principio, en la lucha contra el desempleo juvenil. Ahí hubo grandes palabras y pocos, escasísimos avances. Los Merkel, Renzi, Hollande y Rajoy constataron que las cifras de desempleo siguen siendo “dramáticas”, “inaceptables”, con tasas de paro superiores al 35% en media docena de países (y con España y Grecia por encima del 50%). Reconocieron que las medidas anunciadas a bombo y platillo en cumbres similares no funcionan: los 6.000 millones destinados a la denominada garantía juvenil (para dar empleo o formación a los jóvenes menores de 25 años en las regiones más castigadas) no se han gastado. Berlín y compañía se comprometieron a usar esos fondos con más flexibilidad. Y poco más: no habrá más dinero, al menos por ahora, y los detalles de ese cambio se dejan para más adelante.

Toda Europa coincide en que el gran problema es el paro, pero a la vez toda Europa está metida en un debate que solo afecta tangencialmente al desempleo: el de las nuevas recetas en Fráncfort (que apunta a más estímulos monetarios), Bruselas (que ha señalado que suavizará las metas fiscales y rebusca entre sus fondos para presentar un paquete de inversión creíble), en Berlín (que apunta tímidamente hacia estímulos de demanda) y en Roma y París, que juran y perjuran que esta vez sí habrá reformas. Puede que todo eso confluya y la sombra de la tercera recesión pase de largo. O puede que la crisis vuelva a la casilla de salida si ese choque entre las dos Europas, la de los acreedores y deudores con distintos pasaportes, no cicatriza definitivamente. “Son tiempos muy delicados para Europa”, resumió el presidente de la Comisión, José Manuel Durão Barroso, tratando de acercar las dos orillas, francoitaliana y alemana.

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