España se acostumbra a perder
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Fue un partido plagado de malas noticias. La peor, el resultado, pero también resultaron inquietantes el mal fario de Diego Costa, el mal hábito de deshacerse al primer contratiempo y un error grosero de Casillas que volverá a enturbiarlo todo. Si Del Bosque se le ahorra en Luxemburgo sonará a castigo. Si le pone, a complacencia. La Selección no fue peor que Eslovaquia, pero ha perdido ese porte de infalibilidad que la ha acompañado en los últimos tiempos, donde siempre asomaba una solución. Ahora ha aprendido a caer. Fue la primera derrota en una fase de clasificación desde 2006, un dato, un síntoma y un aviso. También un obstáculo en la reconstrucción que se adivinaba tras la goleada a Macedonia.
Eslovaquia fue lo esperado, un grupo de enorme vitalidad, hambriento, una selección en vías de desarrollo que se infla en un campo pequeño, ante su público y contra un enemigo de gran tamaño. Y esa mezcla se volvió explosiva cuando Casillas se tragó un remate plano, duro y con bamboleo pero lejanísimo y al centro de la portería de Kucka. Leyó mal el baile del balón y acabó poniendo la punta de los dedos donde debían estar las palmas. Otro gol para la demoscopia que dejó sin rastro un paradón anterior, cuando Mak buscó el contrapié y se encontró el milagro. El capitán alterna ahora el papel de ángel de la guarda con el de ángel caído. Falta de fiabilidad se llama.
A partir de ese gol todo pareció peor, porque España había amanecido en el partido con buen tono. Del Bosque colocó en paralelo a Busquets y Koke para duplicar la salida de la pelota y a Cesc por detrás de Diego Costa para aprovechar los pasillos que abriera el hispanobrasileño, magnífico en el trabajo y negado en la definición. Se le marchó fuera un cabezazo franco antes del primer cuarto de hora. Pero el 1-0 aturdió a la Selección. Eslovaquia encontró a Hamsik, su mejor activo esta vez en papel de único punta, y también se protegió bien. Cada vez más en las narices de su portero, pero invitando a España a un rondo sin salida ni esperanza. Aquello mató a Diego Costa, un delantero más poderoso que intuitivo, ahogado en aquel puré de defensas bien armados a los que ni Silva, ni Iniesta, ni los laterales fueron capaces de meter la cuchara.
Con todo, la Selección tuvo el empate al borde del descanso, en doble remate de Diego Costa y Busquets a la salida de un córner. Kozacik llegó al uno y al otro. Dos paradas para agrandar la moral a la tropa. Y otras dos, a Cesc y Diego Costa, a vuelta de vestuario, de donde salió una España con el mismo toque y más bravura. Pero pronto se perdió, sin profundidad ni inventifa, en la espesura defensiva de Eslovaquia, que ya no tenía salida pero sí unos operarios modélicos en defensa. Entró Pedro, para abrir la derecha, dejar a Busquets de central armador y agitar el árbol. No tuvo efecto. Entró Alcácer y apareció fugazmente la luz. Mezcla bien con el grupo porque es delantero de espacios cortos, a los que inexorablemente conduce la fórmula de España. Su desmarque, al filo de la legalidad (o por detrás de ella), sirvió un empate efímero, porque de aquella verbena, con Cazorla de lateral y el equipo en una carga desatada y desesperada, acabó sacando petróleo la selección de Kozak, que desmontó en dos paredes a la zaga española y mando a La Roja a la lona. Una derrota que no rompe nada pero vuelve a cuestionarlo todo.