El Madrid arrasa en Anfield y manda un aviso al Barça


Liverpool, As
Existe el riesgo de que en octubre ya agotemos las metáforas, los elogios y los superlativos. Existe el riesgo de que la emoción por la próxima victoria parezca impostada. Existe un último riesgo: pensar que esto es la vida normal. El Madrid venció al Liverpool por vez primera y le infligió su derrota más abultada en competición europea. Los reds jamás habían perdido en su estadio por tres goles de diferencia, que bien pudieron ser cuatro o cinco.

Es fundamental recordar a los aficionados más jóvenes que esto no siempre fue así y que llegará un día en que deje de ocurrir; no está de más que lo recordemos todos nosotros. Hubo un tiempo en que jugar fuera de casa era viajar en el tren de la bruja. De campos como Anfield el Madrid salía el ánimo destrozado. Ahora colecciona infiernos como si fueran dedales.

El mérito es mayor porque el Liverpool no hizo concesiones, al menos de inicio. Salió al campo dispuesto a intimidar a su rival. Digamos que cumplió el protocolo de los anfitriones feroces. Presión, intensidad, rapidez, público. Con esa fórmula ha cocinado a no pocos misioneros. Con el Madrid no funcionó. Al contrario. El equipo de Ancelotti se entusiasmó con el ambiente y se motivó con el interés de su rival. Por el mundo hay gente así, que se ríe en las películas de miedo.

El dominio fue absoluto y la tranquilidad máxima. El Madrid jugó en corto y en largo, al pie y a la carrera, sereno y excitado. Cristiano volvió a destacar, pero ha dejado de ser el único protagonista. Marcó el primer gol con un remate exquisito y tuvo buenas oportunidades para hacer doblete e igualar el récord de Raúl en Champions (71 goles). Probablemente lo hubiera logrado, pero Ancelotti decidió sustituirlo en el 74’. Fue un gesto de sensatez y autocontención que Cristiano aceptó con normalidad; el sábado es el turno del Barça. Marcharse antes tuvo premio: The Kop, la tribuna nacida en 1906, despidió al genio con una ovación.

Arrebatado por las musas, Benzema firmó los dos siguientes tantos, el primero espléndido, casi insólito, una vaselina de cabeza. No hay duda: se precisa una testa muy singular para conseguir tales efectos. Pero insisto, los goleadores no estuvieron solos. James asistió a Cristiano con un pase extraordinario e Isco completó un partido redondo, tan redondo y circular como el regate con el que se libró de Countinho en la primera parte.

En la segunda mitad, el Liverpool convirtió el duelo en una cuestión de honor y la pelea se equilibró sin que eso restara ocasiones al Madrid. Si no hubo más goles es porque todos tenían ya la mente ocupada. Gerrard debió pensar que no hay novias más guapas que las que uno deja por el camino. El público debió concluir que sólo quedaba cantar y lo hizo a pulmón. Bonito final para un principio inalterable: el Madrid quiere otra Champions.

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