El codiciado apoyo de los evangélicos

Los candidatos a la presidencia se disputan el respaldo de este credo conservador y pujante al que pertenece uno de cada cinco brasileños

Antonio Jiménez Barca
São Paulo, El País
En agosto, en el popular barrio de Bras de São Paulo, la evangélica Iglesia Universal del Reino de Dios inauguró el inmenso Templo de Salomón, que hoy por hoy es el mayor edificio religioso de Brasil. El templo impresiona de cerca y es un testimonio elocuente del poder de la religión evangélica en el país: cúbico, del tamaño de una manzana entera, de una altura equivalente a un décimo piso, flanqueado por inmensas palmeras embutidas en maceteros de película y adornado por columnas griegas del grosor de una furgoneta y de 50 metros de altura. Constantemente hay gente haciéndose fotos alrededor del edificio.


La ceremonia de inauguración, a juzgar por las crónicas del momento, fue tan espectacular como el templo mismo: seis sacerdotes con túnicas blancas y cinturones dorados portaron, avanzando sobre una alfombra roja, la que se suponía era una réplica del Arca de la Alianza. No sólo por eso: entre los presentes se contaba la presidenta brasileña, Dilma Rousseff, por entonces ya de precampaña electoral. No sólo ella. También acudieron el gobernador de São Paulo, varios jueces del Tribunal Supremo y más de un centenar de diputados (70 de los parlamentarios federales son evangélicos practicantes). Más pistas para calibrar la influencia de la Iglesia evangélica.

En 2000, el número de evangélicos constituía el 15,4% de la población de Brasil. Y en 2010, fecha del último censo, habían aumentado al 22,2%. Hay muchos que consideran que, al contrario que los católicos, cuyo apoyo electoral está mucho más repartido, los evangélicos votan en bloque. “A los evangélicos no les interesa tanto si el Banco Central es independiente o no. Ellos votan al hermano”, aseguraba hace unas semanas a la revista Época el especialista en elecciones presidenciales Cesar Romero Jacob. Según una encuesta publicada a mediados de septiembre, el 43% de los electores evangélicos [que constituyen cerca de 27 millones de votos] apoyarán a Marina Silva, que pertenece a la Iglesia evangélica frente a un 32% que se decidirá por Dilma Rousseff, que se declara católica no practicante. Hay que tener en cuenta que en Brasil, aunque existe una separación entre la Iglesia y el Estado, las creencias religiosas de los políticos no sólo no asustan sino que rinden votos.

Conservadores, defensores de la familia tradicional, opuestos al matrimonio gay y al aborto, los evangélicos han dejado ya notar su influencia en esta elección: el viernes 29 de agosto, Silva presentó su programa electoral, que incluía una medida novedosa y valiente, la que apoyaba incluir en la Constitución brasileña el matrimonio entre homosexuales. En cuanto se hizo pública, comenzaron a llover críticas de pastores evangélicos. Entre ellas, las del pastor Silas Malafaia, que en su Twitter, seguido por 774.000 personas, aseguraba: “El programa de Gobierno de Marina es una defensa vergonzosa de la agenda gay”. Al día siguiente, sábado, la dirección de campaña de Silva enviaba un comunicado en el que se aseguraba que “un error” había deslizado esa propuesta. “Bastaron cuatro mensajes del pastor Malafaia para que Marina, en 24 horas, se olvidara de los compromisos adquiridos en un acto público transmitido por televisión y negase su propio programa político”, aseguró después el diputado Jean Wyllys, activo defensor de la causa gay en Brasil.

Marina Silva suele comenzar sus alocuciones públicas con un “Dios os bendiga”. Pero luego se cuida de señalar que siempre ha defendido a lo largo de su carrera política el Estado laico. Desde el otro lado, la católica no practicante Rousseff (como el tercer candidato con posibilidades, Aécio Neves, también católico declarado) trata siempre de no olvidar ese importante flanco en Brasil: diez días después de la inauguración, la presidenta brasileña regresó al faraónico templo de São Paulo para un encuentro electoral entre mujeres. Les aseguró: “Yo creo en los que creen. Creo en el poder de la oración. No se olviden de rezar por mí. Todos los dirigentes de este país dependen del voto del pueblo y de la gracia de Dios. Yo también”.

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