Brasil elige entre dos modelos de país
Las personalidades opuestas de Rousseff y Neves encarnan dos visiones de una sociedad que se ha polarizado durante la campaña hasta la caricatura
Antonio Jiménez Barca
São Paulo, El País
En un pueblo playero cercano de Salvador de Bahía un barrendero negro que limpia una calle que da a un mar transparente asegura que vota a la presidenta Dilma Rousseff, del Partido de los Trabajadores (PT), porque cree que así les va a ir mejor a sus hijos pobres; un taxista de São Paulo llamado Rodrigo Ramalho replica que va a apoyar al liberal Aécio Neves porque está harto de pagar impuestos que le impiden que sus hijos vayan a una escuela algo mejor; la dueña de un restaurante de medio pelo de Bahía dice que votará a cualquiera menos al PT porque es la forma de que su negocio, que vive del turismo, mejore; en la Rocinha, la favela más famosa y peligrosa de Río de Janeiro, los vecinos que pueden votar lo harán masivamente a Rousseff porque sobreviven gracias a una subvención estatal y no se fían de que Neves la mantenga a pesar de que ha prometido conservarla.
En un barrio rico de São Paulo, hace unos días, los seguidores de Neves pararon el tráfico en un mitin durante un rato. “Los patrones cortan la calle mientras los pobres esperan el autobús”, les espetó un conductor que pasaba por ahí. Uno de los manifestantes contestó: “Yo no soy de izquierdas ni de derechas, yo lo que quiero es que esto vaya para adelante”.
Los brasileños votan hoy y eligen, sobre todo, entre dos modelos, dos formas de entender el país, separados en dos bloques en apariencia opuestos. Según la última encuesta publicada por A folha de São Paulo, que salió esta semana, a Rousseff le votarán, sobre todo, los más pobres y excluidos, todos los que ganan menos de dos veces el salario mínimo, esto es, como mucho 1.400 reales (menos de 500 euros) en un porcentaje que llega al 65% frente a un 33%; la actual presidenta también será más votada, aunque con una diferencia mínima, entre los que ganan entre dos y cinco veces el salario mínimo, entre 1.400 y 3.500 reales (menos de 500 y 1.200 euros). Más allá de este nivel de renta, los votantes ya son siempre favorables a Neves. Pero ocho de cada diez brasileños pertenecen a los dos primeros grupos.
De ahí que en una campaña marcada por un empate casi hasta el final (los sondeos dan ventaja a Rousseff sólo desde hace tres días), los anuncios, los lemas, los mítines, los mensajes y los comentarios de todo tipo se hayan polarizado casi hasta la caricatura. De un lado, los pobres: de otro, los (algo más) pudientes que esperan algo más del Gobierno. De un lado, los pobladores de las amplias, empobrecidas y en muchos casos desérticas regiones del norte y del nordeste de Brasil, donde el PT ha llevado a cabo programas puntuales, concretos y muy extendidos, como el de proveer de depósitos de agua a muchas viviendas aisladas en el campo o salarios sociales a familias sin medios; de otro, las clases sociales más urbanas y más ilustradas de São Paulo o Belo Horizonte.
A esta separación ha ayudado la biografía personal y política y el temperamento de los dos contendientes. Ambos nacieron en familias de clase media. Pero Rousseff, de 67 años, seria, disciplinada, estricta, sin facilidad de palabra pero determinada y tenaz, luchó en su juventud contra la dictadura, peleó en grupos de extrema izquierda y sufrió torturas que nunca relata pero que no la doblegaron. Una foto que se ha hecho famosa estos días en Brasil muestra a una joven Dilma con gafotas de pasta en aquellos años duros en los que se jugó el tipo. Una de sus frases es “la vida no es fácil; nunca lo fue”.
Neves, de 54 años, pertenece a otra generación y a otro estilo: procede de una familia rica de políticos relevantes, estudió en buenos colegios, es simpático, sonriente, gasta fama de buen gestor, posee mucha fe en sí mismo y disfruta de una facilidad innata para gustar y gustarse. En un amplio reportaje la revista Piauí destacaba su capacidad para gozar de la vida, gane o pierda.
Rousseff presenta como aval las conquistas sociales y el hecho, avalado por la ONU hace un mes, de que el país ha dejado de contarse entre las naciones en las que se pasa hambre. Neves replica que el modelo de créditos baratos y estimulo del consumo para las clases bajas está agotado, que la economía renquea y la industria comienza a despedir gente, que es necesario un viraje de timón para que la máquina vuelva a funcionar.
Las dos candidaturas opuestas han partido el país en dos. Aunque de manera algo exagerada y artificial, producto de una campaña frenética llena de altibajos, según varios analistas. La sociedad brasileña, añaden, no está tan dividida en casillas blancas o negras y bastará que llegue mañana para que vuelvan a poblarse de grises.
Antonio Jiménez Barca
São Paulo, El País
En un pueblo playero cercano de Salvador de Bahía un barrendero negro que limpia una calle que da a un mar transparente asegura que vota a la presidenta Dilma Rousseff, del Partido de los Trabajadores (PT), porque cree que así les va a ir mejor a sus hijos pobres; un taxista de São Paulo llamado Rodrigo Ramalho replica que va a apoyar al liberal Aécio Neves porque está harto de pagar impuestos que le impiden que sus hijos vayan a una escuela algo mejor; la dueña de un restaurante de medio pelo de Bahía dice que votará a cualquiera menos al PT porque es la forma de que su negocio, que vive del turismo, mejore; en la Rocinha, la favela más famosa y peligrosa de Río de Janeiro, los vecinos que pueden votar lo harán masivamente a Rousseff porque sobreviven gracias a una subvención estatal y no se fían de que Neves la mantenga a pesar de que ha prometido conservarla.
En un barrio rico de São Paulo, hace unos días, los seguidores de Neves pararon el tráfico en un mitin durante un rato. “Los patrones cortan la calle mientras los pobres esperan el autobús”, les espetó un conductor que pasaba por ahí. Uno de los manifestantes contestó: “Yo no soy de izquierdas ni de derechas, yo lo que quiero es que esto vaya para adelante”.
Los brasileños votan hoy y eligen, sobre todo, entre dos modelos, dos formas de entender el país, separados en dos bloques en apariencia opuestos. Según la última encuesta publicada por A folha de São Paulo, que salió esta semana, a Rousseff le votarán, sobre todo, los más pobres y excluidos, todos los que ganan menos de dos veces el salario mínimo, esto es, como mucho 1.400 reales (menos de 500 euros) en un porcentaje que llega al 65% frente a un 33%; la actual presidenta también será más votada, aunque con una diferencia mínima, entre los que ganan entre dos y cinco veces el salario mínimo, entre 1.400 y 3.500 reales (menos de 500 y 1.200 euros). Más allá de este nivel de renta, los votantes ya son siempre favorables a Neves. Pero ocho de cada diez brasileños pertenecen a los dos primeros grupos.
De ahí que en una campaña marcada por un empate casi hasta el final (los sondeos dan ventaja a Rousseff sólo desde hace tres días), los anuncios, los lemas, los mítines, los mensajes y los comentarios de todo tipo se hayan polarizado casi hasta la caricatura. De un lado, los pobres: de otro, los (algo más) pudientes que esperan algo más del Gobierno. De un lado, los pobladores de las amplias, empobrecidas y en muchos casos desérticas regiones del norte y del nordeste de Brasil, donde el PT ha llevado a cabo programas puntuales, concretos y muy extendidos, como el de proveer de depósitos de agua a muchas viviendas aisladas en el campo o salarios sociales a familias sin medios; de otro, las clases sociales más urbanas y más ilustradas de São Paulo o Belo Horizonte.
A esta separación ha ayudado la biografía personal y política y el temperamento de los dos contendientes. Ambos nacieron en familias de clase media. Pero Rousseff, de 67 años, seria, disciplinada, estricta, sin facilidad de palabra pero determinada y tenaz, luchó en su juventud contra la dictadura, peleó en grupos de extrema izquierda y sufrió torturas que nunca relata pero que no la doblegaron. Una foto que se ha hecho famosa estos días en Brasil muestra a una joven Dilma con gafotas de pasta en aquellos años duros en los que se jugó el tipo. Una de sus frases es “la vida no es fácil; nunca lo fue”.
Neves, de 54 años, pertenece a otra generación y a otro estilo: procede de una familia rica de políticos relevantes, estudió en buenos colegios, es simpático, sonriente, gasta fama de buen gestor, posee mucha fe en sí mismo y disfruta de una facilidad innata para gustar y gustarse. En un amplio reportaje la revista Piauí destacaba su capacidad para gozar de la vida, gane o pierda.
Rousseff presenta como aval las conquistas sociales y el hecho, avalado por la ONU hace un mes, de que el país ha dejado de contarse entre las naciones en las que se pasa hambre. Neves replica que el modelo de créditos baratos y estimulo del consumo para las clases bajas está agotado, que la economía renquea y la industria comienza a despedir gente, que es necesario un viraje de timón para que la máquina vuelva a funcionar.
Las dos candidaturas opuestas han partido el país en dos. Aunque de manera algo exagerada y artificial, producto de una campaña frenética llena de altibajos, según varios analistas. La sociedad brasileña, añaden, no está tan dividida en casillas blancas o negras y bastará que llegue mañana para que vuelvan a poblarse de grises.