El modelo Bündchen de negocio
La brasileña supera a Cara Delevingne y Kate Moss como la ‘top’ con más campañas
Es un caso casi único de unión de marca y prestigio. Lleva años en el primer puesto de las mejor pagadas, y por si fuera poco acaba de firmar el contrato más grande de su carrera
Raquel Seco
São Paulo, El País
Las modelos suelen ser descubiertas como se descubre una vacuna o una isla. No es el caso de Gisele Bündchen (Horizontina, Rio Grande do Sul, Brasil 1980), que lleva ocho años en la primera posición de las modelos mejor pagadas del mundo —en los últimos 12 meses ingresó más de 36 millones de euros, según Forbes—, que a los 34 años acaba de firmar el contrato más grande de su carrera con Under Armour —superando los 25 millones de dólares (más de 19 millones de euros), según la misma publicación—, y cuya vida parece un gigantesco plan elaborado por ella misma. Gisele se descubrió al mundo a los 13 años. Sus padres la apuntaron a un curso de modelos de una semana para mejorar su postura corporal. Entonces, tan temprano y sin experiencia en las pasarelas, ya causó un impacto imborrable en Dilson Stein, su paisano y tutor de aquel taller. “Cuando la vi por primera vez me quedé impresionado con su belleza, con sus rasgos, con lo alta que era... Al transcurrir la semana me impresionó su personalidad. Le comenté a alguien de su familia que Gisele se podría convertir en una gran modelo, tal vez en una de las mejores del mundo. Nadie me tomó mucho en serio”, contaba el miércoles en São Paulo en un descanso entre viaje y viaje. Stein fue quien también introdujo en el mundo de la moda a otras top brasileñas, como Alessandra Ambrosio o Caroline Trentini. Pero Gisele, reconoce, marcó un antes y un después.
“Con 14 o 15 años, su sueño era ser jugadora de voleibol”, recuerda en su oficina Zeca Abreu, que trabajó con ella en Elite y ahora dirige la agencia de modelos Way. “Quería ser Ana Moser (una jugadora olímpica brasileña). Dijo: ‘Zeca, ya que no voy a ser jugadora de voley, quiero ser la mejor modelo posible”. Esta frase de Gisele esconde una determinación de hierro. De adolescente, tan alta y delgada (algunos la apodaban Olivia, como la novia de Popeye), no se amilanó cuando la multinacional Elite la fichó y se trasladó por primera vez la plácida Horizontina de 18.000 habitantes por una megaciudad hostil de 11 millones. Harta de esperar al coche que la llevaba de la agencia al apartamento, cogía por su cuenta el autobús y el metro.
Antes de convertirse en über model (una expresión inventada especialmente para ella, descendiente de alemanes como muchos en el Estado sureño de Rio Grande do Sul) llegó la prueba de fe. “Le decían que tenía la nariz grande, que no iba a servir para Brasil... Las agencias la condenaron al ostracismo durante meses. Pero ella no se rindió”, explica por teléfono la experta en moda Costanza Pascolato. Por entonces imperaba el estilo Kate Moss, con modelos lánguidas eternamente resacosas. La directora de Vogue, Anna Wintour, se prendó de ella en un desfile del diseñador Alexander McQueen a finales de los noventa. “Era saludable, joven, con el cabello bonito, vendía salud. Estaba en el momento y el lugar adecuados”, asegura. Gisele, sonriente y menos esquelética que sus predecesoras, entró como un huracán justo en el momento del cambio. Como si todo fuera parte del plan.
Y empezó el boom. Ocupó cada desfile, cada portada. Veinte años de omnipresencia y una atención al milímetro a su carrera. Gisele creció siendo la mediana de seis hermanas, cuatro de las cuales hoy trabajan para ella. “Al principio parecía que tuviese un consejero, pero después pasó de una agencia a otra y se vio que ella era misma la que hacía su plan de expansión”, insiste Pascolato. “Ella nació así”. Aunque contó con la ayuda de su padre, que estudió Sociología y Marketing y trabajó en administración de empresas. Zeca Abreu recuerda que cuando Gisele empezaba su carrera, su padre llegó con una carta llena de preguntas, del tipo: ¿Cuáles son los puntos fuertes de mi hija? ¿Cuáles son sus puntos débiles? “Era un auténtico plan de negocios”, resume Abreu, que contestó a cada interrogante. Sabía lo que se jugaba.
A estas alturas, Gisele lo abarca todo: Chanel, Carolina Herrera, H&M, Pantene. Ha lanzado una línea de ropa íntima con su nombre, y diseña sandalias para la marca brasileña Grendene, que le hace la competencia a las icónicas chanclas Havaianas. “Es una máquina de hacer dinero”, la define, admirada, Pascolato. “Es extremadamente profesional, y muy hábil en las negociaciones. Cuida de su propia salud, de su cuerpo y de su familia con un estilo prácticamente militar. Tiene una fuerza de voluntad y una objetividad que pocas veces en mi vida he encontrado”, remacha.
Tan pocas, que Brasil sigue buscando sin éxito a su heredera. La generación en la que también estaban Adriana Lima o Fernanda Tavares mostró que las brasileñas podían ocupar un espacio en la moda. Pero el fenómeno no se ha repetido con la misma fuerza. Generaciones de jóvenes sueñan con repetir el milagro en un país con desigualdades sangrantes. Pero no basta con tener una cara bonita. Gisele, hay que entenderlo así, no es solo una modelo. Es (también) una mujer de negocios.
Su proyecto de futuro
» Los más de 36 millones que ha generado en solo 12 meses la han convertido por octavo año consecutivo en la modelo mejor pagada. Según cálculos de Forbes, Bündchen ha ganado 128.000 dólares al día.
» A sus contratos publicitarios con marcas como Chanel, Gucci, Carolina Herrera, H&M o Pantene, se suma su línea de sandalias para Grendene y ha fundado Sejaa Pure Skincare, una compañía de cremas cosméticas ecológicas.
» Ante el éxito de la colección de lencería que diseña para la firma Hope, la modelo declaró la semana pasada a un periódico brasileño que quiere abrir una red internacional de tiendas, “desde América Latina a Oriente”. Y no descarta inaugurar tiendas propias.
Brasil la trata como un orgullo nacional, una cenicienta que nació en un país mucho más pobre que ahora. Para una nación tan consciente de sus propios conflictos raciales, no supone un problema que la top más exportable esté tan lejos del cliché del Brasil mestizo (menos de la mitad de la población se definió como blanca en el censo de 2010). “Su imagen representa lo exótico, aunque en una versión contenida”, afirma en un ensayo Suzana Maia, profesora adjunta de la Universidade Federal do Recôncavo da Bahia (Brasil). Según ella, en EE UU Gisele constituye “un ideal de belleza universal capaz de trascender divisiones nacionales, étnicas y raciales”. En Brasil, las elites se enorgullecen de presentar a Gisele como “un nuevo patrón de belleza nacional, solo alcanzable por una nueva raza (...) que las coloca en una relación de relativa igualdad” con otros países.
Es difícil encontrar críticas contra ella. Gisele no ha sufrido escándalos. Apoya causas sociales y medioambientales. Usa las redes sociales para animar a las jóvenes a que tengan confianza en sí mismas. Hace yoga y no se cansa de hablar de la importancia de la alimentación y el ejercicio. Reconoce que, cuando se casó en 2009 con el jugador de fútbol americano Tom Brady y fue madre de sus dos hijos, la familia se convirtió en su prioridad. Todo en ella parece tan luminoso, tan limpio, tan inalcanzable, que puede resultar un poco irritante. Un ejemplo: dice cosas como “Cuando Benjamin, mi hijo, come brécol, piensa que es un postre”.
Es un caso casi único de unión de marca y prestigio. Lleva años en el primer puesto de las mejor pagadas, y por si fuera poco acaba de firmar el contrato más grande de su carrera
São Paulo, El País
Las modelos suelen ser descubiertas como se descubre una vacuna o una isla. No es el caso de Gisele Bündchen (Horizontina, Rio Grande do Sul, Brasil 1980), que lleva ocho años en la primera posición de las modelos mejor pagadas del mundo —en los últimos 12 meses ingresó más de 36 millones de euros, según Forbes—, que a los 34 años acaba de firmar el contrato más grande de su carrera con Under Armour —superando los 25 millones de dólares (más de 19 millones de euros), según la misma publicación—, y cuya vida parece un gigantesco plan elaborado por ella misma. Gisele se descubrió al mundo a los 13 años. Sus padres la apuntaron a un curso de modelos de una semana para mejorar su postura corporal. Entonces, tan temprano y sin experiencia en las pasarelas, ya causó un impacto imborrable en Dilson Stein, su paisano y tutor de aquel taller. “Cuando la vi por primera vez me quedé impresionado con su belleza, con sus rasgos, con lo alta que era... Al transcurrir la semana me impresionó su personalidad. Le comenté a alguien de su familia que Gisele se podría convertir en una gran modelo, tal vez en una de las mejores del mundo. Nadie me tomó mucho en serio”, contaba el miércoles en São Paulo en un descanso entre viaje y viaje. Stein fue quien también introdujo en el mundo de la moda a otras top brasileñas, como Alessandra Ambrosio o Caroline Trentini. Pero Gisele, reconoce, marcó un antes y un después.
“Con 14 o 15 años, su sueño era ser jugadora de voleibol”, recuerda en su oficina Zeca Abreu, que trabajó con ella en Elite y ahora dirige la agencia de modelos Way. “Quería ser Ana Moser (una jugadora olímpica brasileña). Dijo: ‘Zeca, ya que no voy a ser jugadora de voley, quiero ser la mejor modelo posible”. Esta frase de Gisele esconde una determinación de hierro. De adolescente, tan alta y delgada (algunos la apodaban Olivia, como la novia de Popeye), no se amilanó cuando la multinacional Elite la fichó y se trasladó por primera vez la plácida Horizontina de 18.000 habitantes por una megaciudad hostil de 11 millones. Harta de esperar al coche que la llevaba de la agencia al apartamento, cogía por su cuenta el autobús y el metro.
Antes de convertirse en über model (una expresión inventada especialmente para ella, descendiente de alemanes como muchos en el Estado sureño de Rio Grande do Sul) llegó la prueba de fe. “Le decían que tenía la nariz grande, que no iba a servir para Brasil... Las agencias la condenaron al ostracismo durante meses. Pero ella no se rindió”, explica por teléfono la experta en moda Costanza Pascolato. Por entonces imperaba el estilo Kate Moss, con modelos lánguidas eternamente resacosas. La directora de Vogue, Anna Wintour, se prendó de ella en un desfile del diseñador Alexander McQueen a finales de los noventa. “Era saludable, joven, con el cabello bonito, vendía salud. Estaba en el momento y el lugar adecuados”, asegura. Gisele, sonriente y menos esquelética que sus predecesoras, entró como un huracán justo en el momento del cambio. Como si todo fuera parte del plan.
Y empezó el boom. Ocupó cada desfile, cada portada. Veinte años de omnipresencia y una atención al milímetro a su carrera. Gisele creció siendo la mediana de seis hermanas, cuatro de las cuales hoy trabajan para ella. “Al principio parecía que tuviese un consejero, pero después pasó de una agencia a otra y se vio que ella era misma la que hacía su plan de expansión”, insiste Pascolato. “Ella nació así”. Aunque contó con la ayuda de su padre, que estudió Sociología y Marketing y trabajó en administración de empresas. Zeca Abreu recuerda que cuando Gisele empezaba su carrera, su padre llegó con una carta llena de preguntas, del tipo: ¿Cuáles son los puntos fuertes de mi hija? ¿Cuáles son sus puntos débiles? “Era un auténtico plan de negocios”, resume Abreu, que contestó a cada interrogante. Sabía lo que se jugaba.
A estas alturas, Gisele lo abarca todo: Chanel, Carolina Herrera, H&M, Pantene. Ha lanzado una línea de ropa íntima con su nombre, y diseña sandalias para la marca brasileña Grendene, que le hace la competencia a las icónicas chanclas Havaianas. “Es una máquina de hacer dinero”, la define, admirada, Pascolato. “Es extremadamente profesional, y muy hábil en las negociaciones. Cuida de su propia salud, de su cuerpo y de su familia con un estilo prácticamente militar. Tiene una fuerza de voluntad y una objetividad que pocas veces en mi vida he encontrado”, remacha.
Tan pocas, que Brasil sigue buscando sin éxito a su heredera. La generación en la que también estaban Adriana Lima o Fernanda Tavares mostró que las brasileñas podían ocupar un espacio en la moda. Pero el fenómeno no se ha repetido con la misma fuerza. Generaciones de jóvenes sueñan con repetir el milagro en un país con desigualdades sangrantes. Pero no basta con tener una cara bonita. Gisele, hay que entenderlo así, no es solo una modelo. Es (también) una mujer de negocios.
Su proyecto de futuro
» Los más de 36 millones que ha generado en solo 12 meses la han convertido por octavo año consecutivo en la modelo mejor pagada. Según cálculos de Forbes, Bündchen ha ganado 128.000 dólares al día.
» A sus contratos publicitarios con marcas como Chanel, Gucci, Carolina Herrera, H&M o Pantene, se suma su línea de sandalias para Grendene y ha fundado Sejaa Pure Skincare, una compañía de cremas cosméticas ecológicas.
» Ante el éxito de la colección de lencería que diseña para la firma Hope, la modelo declaró la semana pasada a un periódico brasileño que quiere abrir una red internacional de tiendas, “desde América Latina a Oriente”. Y no descarta inaugurar tiendas propias.
Brasil la trata como un orgullo nacional, una cenicienta que nació en un país mucho más pobre que ahora. Para una nación tan consciente de sus propios conflictos raciales, no supone un problema que la top más exportable esté tan lejos del cliché del Brasil mestizo (menos de la mitad de la población se definió como blanca en el censo de 2010). “Su imagen representa lo exótico, aunque en una versión contenida”, afirma en un ensayo Suzana Maia, profesora adjunta de la Universidade Federal do Recôncavo da Bahia (Brasil). Según ella, en EE UU Gisele constituye “un ideal de belleza universal capaz de trascender divisiones nacionales, étnicas y raciales”. En Brasil, las elites se enorgullecen de presentar a Gisele como “un nuevo patrón de belleza nacional, solo alcanzable por una nueva raza (...) que las coloca en una relación de relativa igualdad” con otros países.
Es difícil encontrar críticas contra ella. Gisele no ha sufrido escándalos. Apoya causas sociales y medioambientales. Usa las redes sociales para animar a las jóvenes a que tengan confianza en sí mismas. Hace yoga y no se cansa de hablar de la importancia de la alimentación y el ejercicio. Reconoce que, cuando se casó en 2009 con el jugador de fútbol americano Tom Brady y fue madre de sus dos hijos, la familia se convirtió en su prioridad. Todo en ella parece tan luminoso, tan limpio, tan inalcanzable, que puede resultar un poco irritante. Un ejemplo: dice cosas como “Cuando Benjamin, mi hijo, come brécol, piensa que es un postre”.