El cúmulo de malas noticias arruina la ‘rentrée’ política a Hollande y Valls

La desbocada crisis francesa hunde la confianza en la cúpula del poder hasta límites sin precedentes en las útimas décadas

Carlos Yárnoz
París, El País
Francia, la segunda potencia de la zona euro y quinta del mundo, se encuentra sumida en la más grave crisis política, económica y de identidad de las últimas décadas. Los datos económicos negativos se agolpan, la imagen de sus líderes políticos desciende a mínimos históricos, se discute la opción de que el presidente de la República no concluya su mandato de cinco años, el debate ideológico en la izquierda amenaza la estabilidad del Gobierno y la derecha afronta sin líder una avalancha de investigaciones de corrupción. Solo el ultraderechista Frente Nacional cosecha de nuevo un alarmante apoyo ciudadano.


“Es una crisis fuera de control”, comenta a este periódico el politólogo e investigador Bruno Cautrès. La rentrée ha sido catastrófica para la cúpula socialista en el poder. A mitad de su mandato de cinco años, solo el 13% de los franceses confía hoy en Hollande, un récord absoluto entre los presidentes franceses. Y solo el 30% (14 puntos menos que en julio) en su primer ministro, Manuel Valls, según el barómetro TNS Sofres para Le Figaro publicado el jueves.

Los datos son especialmente alarmantes porque el sondeo se hizo después de que, en un gesto de autoridad, Hollande y Valls expulsaran el 26 de agosto del Gobierno a los ministros Arnaud Montebourg y Benoît Hamon, del ala más izquierdista del equipo. Pero antes de la difusión del corrosivo libro de Valérie Trierweiler, la expareja de Hollande que ha destapado incómodas intimidades del presidente. Y antes también de que el jueves dimitiera del nuevo equipo gubernamental Thomas Thévenoud, secretario de Estado de Comercio, tras reconocer que lleva años sin pagar sus impuestos. “Desde hace días tengo la sensación de que una serie de hechos nos están enfangando. Todos sentimos cierta repugnancia”, admitió el viernes Valls ante el cúmulo de malas noticias.

“No hay sondeos que puedan interrumpir mi mandato”, se ha defendido Hollande el viernes. Añadió que se mantendrá en su puesto “hasta el final”, que Le Monde augura que, en todo caso, será “cruel”. El oxígeno que él y Valls pretendían tomar al renovar un Gobierno que solo duró cinco meses - “el último cartucho de Hollande”, como lo han definido varios columnistas- ha exacerbado el debate ideológico en el Partido Socialista francés.

La sustitución de Montebourg al frente de Economía por el exbanquero y exasesor de Hollande Emmanuel Macron ha sido vista como “una provocación” y “otro giro neoliberal” por el ala más ortodoxa del PS, que acaba de crear la corriente disidente “Viva la Izquierda”. Sostiene, como muchos votantes socialistas, que Hollande les ha traicionado al incumplir su programa electoral.

La guerra interna entre los socialistas, calificada de “suicidio” en la propia sede del PS, se basa fundamentalmente en la vieja discusión entre los partidarios de potenciar las políticas económicas de la oferta -la de Valls, con ayudas a las empresas- y los que optan por jugar a favor de la demanda con la mejora de ingresos en los hogares. Para estos, las reformas del Ejecutivo prevén unos 5.000 millones en cuatro años y, para las empresas, 41.000.

Los críticos afirman que Hollande y Valls han aceptado la austeridad impuesta por Berlín y Bruselas, una tesis rechazada por el primer ministro con el argumento de que no contempla bajadas salariales y sí apoyos a los hogares o 60.000 nuevos funcionarios, sobre todo en Enseñanza.

El siguiente pulso entre los socialistas es el día 16. Valls presentará en la Asamblea Nacional una moción de confianza para su nuevo Ejecutivo. Decenas de diputados rebeldes advierten que, “por coherencia”, no pueden votar a favor. Los socialistas cuentan con 290 votos, solo uno por encima de la mayoría absoluta.

Mientras, el paro supera ya el 10%, la economía está estancada, el Gobierno reconoce que no podrá cumplir su compromiso con Bruselas para equilibrar el déficit, la deuda se aproxima al 100% y el gasto público roza el 57% del PIB anual. “Hemos vivido por encima de nuestras posibilidades desde hace 40 años”, repite estos días Valls. “Debemos reformar, reformar, reformar sin parar”, insiste. “Y deprisa”.

El economista Jacques Attali, autor de varios informes sobre las reformas a realizar, está de acuerdo. El Ejecutivo, dice, solo tiene un mes para reaccionar. O sea para elaborar los presupuestos de 2015, los primeros que incluirán profundos recortes.

El centro derecha de la Unión por un Movimiento Popular (UMP) tiene su casa en peores condiciones. Está arruinado, sumergido en casos judiciales de corrupción y malversación, y con unos líderes a la greña. El principal partido de la oposición en Francia (199 de 577 diputados) está dirigido por un triunvirato de exprimeros ministros enfrentados entre sí -Alain Juppé, François Fillon y Jean-Pierre Raffarin- que sustituyó en julio al hasta entonces presidente del partido, Jean-François Copé, investigado por presuntas corrupciones en la campaña de 2012, con Nicolas Sarkozy como candidato.

Juppé ya se ha anunciado su candidatura a la cúpula del partido y a las presidenciales de 2017, pero todos miran de reojo a Sarkozy, que espera hacer lo propio en breve. Pero tiene el techo de cristal. Es investigado por corrupción en cinco casos. Por uno de ellos, el supuesto intento de comprar a un juez, ha sido detenido e imputado en julio, acusado de corrupción activa, tráfico de influencias y revelación de secretos.

La UMP no desea unas elecciones anticipadas. Necesita tiempo para limpiar su patio. El Gobierno, también, para que las reformas den algún resultado. Si no lo consiguen, la peor amenaza para el actual sistema francés está a la vista. Lo advirtió Valls a comienzos del verano, cuando la situación no eran tan dramática: “Nuestro país puede deshacerse y entregarse a Marine Le Pen”.

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