El Atletico se fabrica un problema
Hay noches que nacen raras, predestinadas al caos y la confusión, y da igual lo que hagas porque lo más probable es que acabes donde no pretendías, con quien no querías y haciendo aquello que no deberías. El Atleti tuvo una de esas y se complica de inicio su camino en la Champions. ¿Jugó mal? No especialmente. ¿Brilló el Olympiacos? En absoluto. ¿Mereció perder? Pues tampoco. ¿Se pareció a sí mismo? Ni un pelo. ¿Entonces, qué demonios sucedió en Atenas? Muchas cosas, todas raras y confusas. Fútbol, en general, y el viejo Atleti, en particular.
Porque el partido recordó mucho, demasiado, a tiempos anteriores a la magia del Cholo, con diversas distracciones. Empezó con la decisión del técnico de hacer debutar a Oblak. Es lógico que Simeone quiera ver en acción a quien llegó para ser titular y cuyo rendimiento en los entrenamientos ha alabado varias veces, pero la realidad dejó en mal lugar su plan: los tres primeros disparos a puerta con el esloveno como portero acabaron en gol. Ninguno culpa suya, pero es un inicio que le sitúa bajo sospecha para una afición acostumbrada a los milagros de Courtois y que había encontrado una inesperada paz con Moyá.
Pero a Oblak le traicionaron sus aliados. La defensa, cemento del éxito rojiblanco, fue transparente. A los 13 minutos, nadie salió a tapar un disparo lejano de Masuaku que entró ajustado al palo. A los 31’, el Chori Domínguez, fabuloso hasta que Míchel decidió tener compasión del rival y quitarle del campo, arrancó y encontró en Mario Suárez un insospechado aliado cuando se tiró al césped, no despejó, evitó que lo hiciera Ansaldi y dejó solito a Afellay ante Oblak: 2-0.
Le tocaba remar contracorriente al Atleti. Dos abajo y con un árbitro, Proença, al que el pijama que la UEFA ha puesto como nuevo uniforme a los colegiados le venía como anillo al dedo: se sentía en su casa. Así presenciamos cómo un codazo de Kasami que le reventó la nariz a Mandzukic no fue ni falta, cómo Koke veía amarilla por recibir un empujón de un señor griego enfadado o cómo, quizás sabedor del peligro del Atleti a balón parado, de cada tres córners en uno concedía saque de puerta. Un fenómeno.
Con todo, el subcampeón reaccionó bien. Encerró al Olympiacos y volvió al partido aferrado a la cabeza de Mandzukic, cuyos pies están aún inéditos pero es una fiera por arriba. La puso Ansaldi (mucho mejor centrando que defendiendo) y el croata remató con un precioso cabezazo cruzado. Al descanso, el Atleti respiraba.
Y tras él, empezó a galopar. Simeone volvió a retocar un doble pivote que no funciona sin Tiago (Gabi atraviesa un mal momento y Mario se ha instalado en otro), Arda asumió protagonismo y la entrada de Griezmann, del que cada minuto en el banquillo es un desperdicio, completó la transformación. Durante un buen rato, el Olympiacos fue un niño asustado encerrado en el armario. Todos, menos Roberto. Por si al debut de Oblak le faltaba picante, un canterano atlético decidió el partido con dos paradones a Griezmann en tres minutos mágicos del Atleti, que encadenó cuatro ocasiones claras: esas dos, un corte providencial de Botía y un tirazo de Arda.
No llegó el empate y la defensa volvió a pegarse un tiro en el pie en el 73’. Ansaldi perdió un balón absurdo, Kasami centró y Mitroglou se la lió a Miranda. Era la puntilla. El Atleti no se rindió, debutó Cerci sin protagonismo y Griezmann tuvo justo premio con un gol que animó el tramo final. Pero ya era tarde. El Atleti se complica la vida y ahora debe volver a ser él mismo: una roca, no una gominola.