Huida desde las montañas de Sinjar, pero ¿qué viene después?

La asesora general de Amnistía Internacional en el norte de Irak relata las peripecias de los que huyen del terror con lo puesto

Donatella Rovera (AI)
Dohuk (Irak), El País
Tras una angustiosa huida, primero desde su ciudad natal, Qahtanya, y luego desde las montañas de Sinjar —donde permanecieron cercados durante ocho días con muy pocos alimentos y muy poca agua— Suleiman Shaibo Sido, su esposa y sus ocho hijos, todos ellos miembros de la minoría yazidí, se encuentran refugiados actualmente bajo un puente en la ciudad de Dohuk, en el norte de Irak, junto con más de 20 familias.


El lugar es polvoriento, ruidoso y peligroso. Por la carretera que pasa por debajo del puente, circulan coches a toda velocidad día y noche. "Tenemos que estar continuamente alerta para que los niños no se salgan a la carretera”, me dice. "Los coches y los camiones van muy rápido". No hay electricidad, agua ni servicios de saneamiento. "Vamos a buscar el agua a la mezquita más cercana y la gente nos trae alimentos. Estamos muy agradecidos a los vecinos de Dohuk; son verdaderos hermanos", dice Suleiman. "Llegamos tan solo con la ropa que llevábamos puesta. La gente, y también una organización, nos trajeron algunas mantas y otras cosas. Por ahora nos arreglamos. Lo más importante es que estamos a salvo."

Tras lograr huir del asalto del Estado Islámico a su ciudad natal, en la región de Sinjar, el 3 de agosto, Suleiman y su familia se encontraron varados en las montañas de Sinjar junto con decenas de miles de otros civiles. Atrapados por los militantes, que los cercaron y cortaron todas las carreteras de acceso a las montañas, pasaron ocho días extenuantes bajo un sol abrasador. "Comía hojas y hierba", dice Suleiman. "Cuando huimos, llevamos toda el agua que pudimos. Los niños pequeños llevaban, cada uno, un litro de agua; yo llevaba 15 y mi hijo mayor, 20. Los racionamos rigurosamente durante los días que pasamos en las montañas, y eso fue lo que nos salvó."

Cuando finalmente se rompió el asedio de las montañas, gracias, principalmente, a un grupo de combatientes kurdos sirios que abrieron una vía de tránsito segura desde el norte, miles de personas desesperadas empezaron a salir en caravanas. "No había suficiente espacio para todo el mundo en los vehículos que enviaron a rescatarnos. Mi familia y yo caminamos durante 13 horas", recuerda Suleiman. "El más pequeño de mis hijos enfermó. Cuando llegamos al campamento de refugiados de Siria, pasó dos días en el hospital. Aún no ha cumplido el año; su primer cumpleaños será el 1 de septiembre". El pequeño ha vuelto a sentirse mal estos últimos días, y las condiciones de vida peligrosas e insalubres bajo el puente están empeorando las cosas.

¿Qué se está haciendo? Ayer, el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados anunció una inminente operación de ayuda a gran escala para el medio millón de personas desplazadas por el conflicto en el norte de Irak, y, la semana pasada, las Naciones Unidas declararon la crisis humanitaria en Irak, una "emergencia de nivel 3" (la alerta de mayor nivel). Reconocieron que ya se habían producido retrasos críticos en la respuesta y prometieron el envío de recursos adicionales.

Esos recursos adicionales no pueden hacerse esperar más. Son necesarios para decenas de miles de personas desplazadas que, como Suleiman y su familia, viven en condiciones extremas y han perdido la esperanza de poder regresar a sus hogares en un futuro próximo.

Suleiman, como muchas otras personas pertenecientes a comunidades minoritarias, dice que ahora no quiere quedarse en Irak. “Los yazidíes hemos soportado años de persecución. Mi hija aún tiene cicatrices de la lesión que sufrió en los bombardeos a nuestra ciudad natal el 14 de agosto. Ahora hemos perdido nuestros hogares, todo aquello por lo que habíamos trabajado durante toda nuestra vida. No nos queda nada por lo que regresar."

Los cristianos desplazados desde Sinjar y Mosul me han contado historias muy similares. Fadi Khachik, un residente cristiano de Sinjar que ahora vive refugiado en un pueblo cercano a Dohuk con su esposa y su familia, me dijo:

“Abandoné mi casa de Sinjar el 2 de agosto para casarme en la vecina Bartallah, la ciudad natal de mi esposa. El Estado Islámico atacó Sinjar al día siguiente y Bartallah unos días después. Ahora, nosotros y nuestras familias estamos viviendo como refugiados. Han saqueado nuestras casas y nuestras propiedades. Creo que jamás podré regresar a mi hogar. Lo mejor es que nos vayamos a otro país en el que podamos estar a salvo."

Mientras tanto, la Dra. Houda, una médica del hospital de Mosul que huyó de la ciudad tras el ultimátum del Estado Islámico el 18 de julio, me contó que los militantes del Estado Islámico les robaron el dinero y las joyas a ella y a otros cristianos cuando abandonaban Mosul. Dijo que no podía imaginarse volver a Mosul tras lo sucedido.

Las condiciones de las minorías del norte de Irak ya se habían deteriorado significativamente durante los últimos años, lo cual había llevado a muchas personas a abandonar el país. Ahora, la situación se ha convertido en una crisis grave, en la que los militantes armados del Estado Islámico atacan sistemáticamente a las comunidades musulmanas que no son suníes, forzándolas a abandonar las áreas que mantienen bajo su control. Sus primeros blancos fueron las comunidades turcomana chií y shabak. Luego les llegó el turno a los residentes cristianos de Mosul, a quienes dieron de plazo hasta el 18 de julio para convertirse a su interpretación del islam, pagar un impuesto para las minorías, marcharse o morir. Más recientemente, desde comienzos de este mes, el Estado Islámico la ha emprendido contra la minoría yazidí, a cuyos miembros consideran "adoradores del diablo", y les han exigido que se “conviertan” bajo amenaza de muerte.

En el norte de Irak, el futuro de muchas personas pende de un hilo.

Las comunidades minoritarias de Irak y miles de otras personas desplazadas necesitan urgentemente un alojamiento seguro y asistencia humanitaria. La comunidad internacional no debe escatimar esfuerzos en proporcionárselos sin más dilación.

Donatella Rovera es asesora general sobre respuesta a las crisis de Amnistía Internacional en el norte de Irak.

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