EE UU reevalúa la convulsa figura de Nixon a los 40 años de su dimisión

El único presidente estadounidense que renunció al cargo cayó hundido por el 'caso Watergate'

Joan Faus
Washington, El País
La noche del 8 de agosto de 1974 Richard Nixon anunció en un tenso y desafiante discurso televisivo que al día siguiente dimitiría como presidente de Estados Unidos. La mañana del día 9, tras una emocionada alocución de despedida a los trabajadores de la Casa Blanca, se subió, con posado sonriente y victorioso, por última vez al helicóptero oficial. A partir de ese instante su convulsa presidencia empezó a examinarse en retrospectiva. Cuarenta años después, el aniversario de la única dimisión de un mandatario estadounidense propicia la reevaluación de uno de los periodos más oscuros de la historia de este país.


Tras cuatro décadas, el término Watergate sigue integrando el imaginario colectivo de EE UU. Y eso, pese a que más de la mitad de la población actual no había nacido en junio de 1972 cuando cinco personas, contratadas por el comité de reelección del republicano Nixon, fueron descubiertas colocando micrófonos en la oficina del Partido Demócrata en el complejo de edificios Watergate en Washington. Era el inicio del escándalo que finiquitaría su presidencia y mancharía para siempre su figura. Más tarde se sabría que en mayo ya habían instalado micrófonos y robado documentos.

Los entresijos de la saga Watergate, destapados por el diario The Washington Post, aún atraen a incontables nostálgicos. Desde entonces cualquier gran revelación periodística es bautizada con el sufijo gate. E incluso ahora se vuelve hablar de impeachment, el juicio político al que puede someter el Congreso a un presidente. Consciente de que carecía del apoyo para superarlo tras destaparse que bloqueó la investigación del asalto al edificio, Nixon optó por la dimisión cuando apenas llevaba un año y medio en su segundo mandato. El escándalo derivó en reformas que limitaron el poder de sus sucesores. Ahora los republicanos especulan con un impeachment por un supuesto abuso de autoridad del presidente, Barack Obama.

“Cuarenta años después, lo que hizo Nixon sigue entre nosotros para bien o para mal”, afirma en una entrevista telefónica el veterano historiador Stanley Kutler. Por ello, lo considera la figura política “más influyente” en EE UU en las últimas seis décadas. Su popularidad, sin embargo, sigue hundida. Al dejar la presidencia, Nixon recibía una aprobación del 24%, según Gallup. En 2010, el último año con encuesta, era del 29%, la más baja con diferencia de todos los exmandatarios.

Cuatro décadas después, el término Watergate sigue integrando el imaginario colectivo de Estados Unidos pese a que más de la mitad de la población actual no había nacido en 1972

El 40º aniversario de la dimisión ha generado una catarata de publicaciones y reediciones de libros y documentales sobre Nixon. Los hay que analizan desde sus últimos días en el Despacho Oval hasta el impacto de su debacle en el Partido Republicano, pasando por asuntos relevantes de sus cinco años y medio en la Casa Blanca que quedaron eclipsados por la larga sombra del escándalo. En paralelo, la Fundación Nixon ha difundido esta semana extractos inéditos de una serie de entrevistas que el 37 presidente de EE UU mantuvo con un exasesor suyo casi una década después de su renuncia.

Uno de los nuevos libros es el voluminoso The Nixon Tapes (Las Cintas de Nixon) en el que dos historiadores se han sumergido en las 3.000 horas de conversaciones desclasificadas -quedan 700 aún por difundir- entre Nixon y su equipo que él mismo ordenó grabar entre 1971 -cuando llevaba dos años como presidente- y 1973, pero que se le acabaron girando en su contra.

La existencia del sistema de grabación no se conoció hasta julio de 1973 cuando un asesor de Nixon lo desveló. El efecto nocivo fue inmediato e incontrolable: la tensión política se disparó y el Tribunal Supremo forzó al presidente a difundir algunas conversaciones. En la cinta clave, bautizada smoking gun (pistola humeante) y grabada a los pocos días del segundo asalto al Watergate, Nixon ordenaba frenar la investigación de los hechos. La cinta se difundió el 5 de agosto de 1974. El 8 el presidente anunciaba su dimisión. Al mes su sucesor, su exvicepresidente Gerarld Ford, le indultaba de cualquier delito. Otras 25 personas no corrieron la misma suerte y fueron encarceladas.

“Cuando piensas en Nixon lo haces en el Watergate, pero cuando analizas las cintas te das cuenta de que el Watergate solo supone un 5% de ellas”, subraya Luke Nichter, uno de los autores y profesor de historia en la Universidad de Texas. El libro se centra en ese 95% restante que saca a traslucir los “mejores y peores atributos” de Nixon, y muestra un presidente “muy habilidoso” en analizar política internacional pero apenas interesado en la doméstica.

En sus cinco años y medio en la Casa Blanca, Nixon logró relevantes hitos internacionales y nacionales, pero quedaron eclipsados por el enorme impacto del espionaje político

En la Casa Blanca Nixon logró varios hitos de calado que podrían haber encumbrado su legado y que fueron determinantes en el futuro, pero que quedaron deslucidos por la perversidad y la bajeza detrás del espionaje político. Junto a Henry Kissinger, su asesor de seguridad nacional y luego secretario de Estado, impulsó el fin de la Guerra de Vietnam, la apertura de las relaciones con China y el histórico acuerdo con Rusia de reducción de las armas nucleares.

En el terreno interno, creó la agencia de protección medioambiental, avanzó en el fin de la segregación racial, promovió una mayor presencia de mujeres en la Administración y gestionó la primera llegada del hombre a la luna. Consiguió, además, movilizar una amplia coalición conservadora en el sur y el oeste de EE UU, y abrazó una moderación de la que se alejarían más adelante el presidente Ronald Reagan y el Partido Republicano.

Nixon, sostiene Nichter, tenía sueños de grandeza, de ser un estadista internacional que, como el británico Winston Churchill, escribiría unas memorias sobre sus hazañas diplomáticas. Y por eso se grababa. Ya lo habían hecho algunos de sus predecesores, pero a una escala muy inferior. “Se grababa por la historia, creía que en 20, 50 o 100 años las cintas demostrarían el gran presidente que fue”, apunta. Consideraba las cintas su propiedad privada y “nunca pensó” que la gran mayoría de ellas se difundirían, como sucedió en 1996, dos años después de su muerte.

“Los últimos 20 años de su vida fueron su campaña por la historia, pero las cintas solo hicieron que empeorar su reputación”, destaca Kutler, que luchó en los tribunales por la desclasificación de las grabaciones. Una tesis que comparte John Dean, que fue el primer colaborador de Nixon en acusarle de encubrir el Watergate. En un nuevo libro que revisa las cintas más polémicas, asegura que Nixon fue el “catalizador, cuando no el instigador” del espionaje político, algo que el presidente nunca admitió. Si ordenó los asaltos al Watergate sigue siendo un misterio por resolver.

En su discurso de dimisión, Nixon dijo desear que su salida condujera al proceso de “curación que tan desesperadamente” necesitaba EE UU y que su mayor legado fuera que los “niños tienen más posibilidades de vivir en paz”. En las nuevas entrevistas que ha difundido su fundación, el expresidente recuerda sus últimas horas en la Casa Blanca. Tras una conmocionada noche, se levantó a las 4 de la mañana y fue a la cocina. Allí, por sorpresa suya, se encontró a un empleado, que le dijo que eran las 6 de la mañana. “La batería [de mi reloj] se agotó a las 4 en punto”, rememora. “Ese día yo también estaba ya agotado”.

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